viernes, 30 de diciembre de 2011

Lo mejor del 2011

Siguiendo con esta tradición, variándola tan sólo un poco pero manteniendo la esencia, dejando escurrir los “greatest hits” versión 2011, escribo lo que, al parecer, fue lo mejor del añoInjusta e insensata como todas las listas, dejándome llevar por la tiranía del último momento que nubla hechos relevantes ocurridos durante los primeros meses del dos mil once. Termino esta lista el primero de enero cuando, por alguna razón, soy feliz. Hace mucho no podía decir esto pero ahora lo hago con todo fundamento. Este es un intento grande para hablar claro y fuerte. En fin, aquí están, estos son…


1. Una del otro año aunque cada vez menos: Mantener este blog, a pesar de la desidia, las dilaciones y la procrastinación. Seguir escribiendo.


2. Encontrar a la chica lunar.


3. Ser feliz en el trabajo. 


4. Dejar ir. Quizá sea lo más difícil que he hecho pero también de lo más satisfactorio. No se avanza sino se olvida. Ha dolido, claro. Personas que tenía atadas al corazón, pero ahora que no están, ahora que al fin he dado el paso y las he ido dejando de a poco, se siente bien. Adiós a tantas consonantes que poblaban este blog (excepto MC).


5. Volver a ver a ver a MC, tener la total certeza de que ella es mi hermanita del corazón.


6.  Mantener las dreads, aunque cada día tenga ganas de cortarlas.


7. Seguir siendo el mismo de siempre.


8. Seguir con Rayuela. 


9.  Seguir aprendiendo, nunca dejar de aprender.



Menciones especiales

Película del año: Casi no vi cine, al menos no contemporáneo, pero me gustó mucho True Grit de los hermanos Coen.

Canción del año: Tighten up de The Black Keys (en realidad todo TBK).

Libro del año: En el camino de Jack Kerouac. Seguir releyendo lo que más me ha gustado.

Ahora que miro arriba veo que, convenientemente, faltan cosas quizá más importantes pero en fin, la memoria es selectiva, sólo elige lo que le es grato. En todo caso, feliz año a los que lean esto y un feliz cumpleaños a mí mismo, disculpándome por no haberme comprado nada pero prometiéndome que en los primeros días del nuevo año saldaré con creces esa deuda, por quinta vez. Como siempre.

martes, 29 de noviembre de 2011

Vigésimo primer día

Siempre pensó que era una buena persona. Que era diferente a los otros y eso, en cierta forma, lo enorgullecía. Pues no, es igual a todos y la realidad lo avasalla. Pasa por encima de él como nunca antes. Como se ha dado cuenta de su nueva condición, El Caleño toma decisiones, se aleja de su pasado. Dando palos de ciego, como siempre. En estos días le pasan cosas que nunca le habían pasado. Tratar de olvidar a personas a las que quiso demasiado. Tratar de hacer a un lado todo ese sentimiento que queda pero que era necesario tirar por la borda. No se avanza si no es así, piensa El Caleño mientras busca una foto a blanco y negro que acompañe este post y que sea totalmente contradictoria.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Vigésimo día

Hace mucho, mucho, no escribo aquí. No sé si he perdido las ganas o es falta de tiempo, quizá es porque pienso que ya no hay mucho que decir. La verdad me siento seco, agotado. Justo en este momento espero. Sentado frente a mi escritorio espero a que se mande todo a imprimir y también aguardo una respuesta mucho más importante. Tan solo un saludo que cambie todo y mientras tanto siento un vacío en el estomago casi inabarcable.

Estos meses han sido de increíbles altibajos. Un camino lleno de baches que se han sabido esquivar con mayor o menor destreza. Todo ha sido tan bueno y tan duro. Cada día he aprendido tanto. Cada día ha sido tan largo. Cada día me quiero acostar más tarde, que se demore más en empezar el próximo día. Cada día me quiero levantar más temprano, empezar de cero todo. Sí, días así.

lunes, 3 de octubre de 2011

Decimonoveno día

Las promesas están para romperlas, las promesas están para cumplirlas. A unos minutos de las doce y sabiendo que después de la hora será imposible volver atrás, El Caleño escribe un par de cosas sin sentido y dice cosas del tipo "Las promesas están para romperlas, las promesas están para cumplirlas". En un rato más buscará algo de tiempo y escribirá, se sentirá mal también porque tendrá que recordar tantas cosas, pero así son las cosas por estos días. Justo así.

jueves, 28 de julio de 2011

Decimoctavo día

Cada día escribe menos de lo que quiere. Cada vez escribe menos para él. Es raro, cada día escribe más. Todos los días escribe. Su trabajo es escribir pero, claro, no escribe exactamente lo que le gustaría escribir. No es una queja, piensa El Caleño. Para nada es una queja. Todo lo contrario. Si se la pasara en casa no escribiría nunca. Esta es una forma, su trabajo, de mantenerse en movimiento. El periodismo es un oficio, debería ser una profesión, tan complejo como hermoso. Todas las mañanas, al despertar, El Caleño no tiene ni idea como va a ser su día. Puede ir de cualquier forma. Hay días donde se pasa todo el día por fuera de la oficina o hay otros donde sólo sale a almorzar. Hay días donde el trabajo lo hace orgulloso y hay otros días terribles. Así, siempre.

miércoles, 20 de julio de 2011

Decimoséptimo día

Al fin le dan ganas de escribir y tiene un poco de tiempo. Un poco como la alineación de los planetas, una total suerte. Un festivo sin trabajo, más bien. El Caleño se pasa el día en el portátil descargando la discografía de Bob Dylan y escuchándolo. Un total y completa sobredosis. Escribir, dejarse llevar. Manda un mensaje de texto y no recibe respuesta. Lo raro sería eso, se dice, lo raro sería una respuesta. Y no, en su móvil no suena The times they are a-changin’ anunciando -ironía- que los tiempos han cambiado, que tiene un mensaje nuevo sin leer.

Días de mucho trabajo para El Caleño. Le duele la cabeza, le duelen las piernas. No tiene tiempo para estar cansado. Usualmente sale de trabajar muy tarde y camina mucho. No lo hace por gusto. Así son las cosas. Viaja de pie en el MÍO por 40 minutos y cuando llega a su parada lo esperan otros quince minutos de camino. Cada día. En casa se sienta de nuevo frente al portátil y deja pasar el poco tiempo que queda hasta que se va a la cama.

I could just lie here all day, parece que dijera, como si estuviera acostado de espaldas y con el pasto rozándole el cuello, lo brazos, viendo cometas flotar. Un sueño.

lunes, 20 de junio de 2011

La chica del teléfono

“Anna, its Alex. I wanted to say good night little girl, and… what? I’d like to see you a last time before you fall asleep. Tell me your room number. Ok alright. Wait. Don’t hang up. Yes, I can see you! I must tell you this… I feel that if I blow it with you… I’ll have blown everything… for years… no, that’s no life, and maybe it is, and I don’t care… but, it’s not life… Anna, it’s you I love… you’ll see… ok, I’ll hang up.”

Mauvais Sang, Leos Carax

domingo, 5 de junio de 2011

Decimosexto día

Todo ha cambiado radicalmente en la vida de El Caleño. Son los 26 años. Está seguro. Siempre pensó que cuando cumpliera 26 sería el inicio de su vida adulta. Como si de un momento a otro le saliera una espesa barba junto a una pipa y un bastón. Pero cumplió los 26 y las cosas seguían igual. No le salió barba (nunca le sale), la pipa lo hizo toser y el bastón fue su paraguas. Los 26 parecían ser la prolongación de sus veinticinco, una edad terrible para El Caleño, donde no paso casi nada bueno. Ahora, después de unos meses, los veintiséis se descubren exactamente como se los imaginó. Nueva responsabilidad en su vida, un ritmo de trabajo constante y exigente. Al fin deja atrás marcas que lo frenaron, recuerdos que no lo dejaban avanzar. Una persona nueva, El Caleño, pero sin barba. Todo posibilidades.

domingo, 15 de mayo de 2011

Decimoquinto día

Como en pocas ocasiones previas, su trabajo así lo exigía, El Caleño pasa un domingo en casa. No es un domingo como lo que él recordaba, un domingo soleado de infancia, pero algo es algo. No es un domingo como para ir a Pance con los amigos y tumbarse de frente al sol mientras el río pasa, pero tan poco es tan trágico. El Caleño, todos lo saben, prefiere siempre los días borrosos. El termino es robado a L pero sí, se aplica para los días donde parece que va a llover siempre pero las nubes no se deciden del todo. Este borroso domingo El Caleño se lo toma con calma, quizá preparándose para mañana y el día que lo espera. Un nuevo trabajo y las presiones que aquello implica. Comenzar, volver a empezar, siempre supone arrasar con las bases de lo que fue y construir los cimientos sobre el terreno carbonizado o, al menos, así debería ser. Mañana El Caleño, torpe sujeto al que le cuesta siempre empezar de cero porque es afecto al pasado y a todo tipo de sensiblerías, olvidará lo que fue y se convertirá en lo que vendrá.

martes, 10 de mayo de 2011

Decimocuarto día

Un mes después regresa, El Caleño, y espera encontrar todo igual, la casa como la dejó. Primero tiene que recordar de donde se enciende la luz, ir tanteando de a poco la pared para encontrar el interruptor que devuelva a su cuarto. Encontrar también hojas de papel y lápiz sobre el escritorio de siempre, café frío en la nevera, ese sabor indescriptible que tiene la madera con grafito y que se parece tanto a la sospecha de una idea, a la sombra de una idea aún sin contornos definidos. Contornos que definirá, tal vez, con el paso del tiempo.

domingo, 10 de abril de 2011

Decimotercer día (pie de página)

Mi PC, mi muy querida PC, ha sufrido un pequeño problema y sólo puede perma-necer encendida por veinte minutos cada par de horas. Como no soy muy fan de los “twits” y de la fragmentación, me doy unas vacaciones obligadas hasta que el nuevo equipo arribe a casa. Cuando regrese será un gusto verlos.

domingo, 3 de abril de 2011

Duodécimo día

Otro largo receso. El Caleño escribe ahora y no recuerda muy bien que es lo que ha escrito antes. Ha pasado tanto tiempo. Como es usual en él, se niega a aceptar la muerte lenta de su blog. Los mejores tiempos han pasado ya hace mucho y ahora sólo visitas esporádicas, escritos a la carrera, sin rigor y contra el tiempo, intentos para evitar ese olvido. Ahora, debido a la nueva “configuración” de su trabajo, tiene mucho más tiempo que antes y llega menos agotado a su casa, pero cada vez siente menos deseos de escribir aquí.

Ya lo ha dicho antes, lo ha dicho mil veces, pero le cuesta muchísimo dejar ir. A veces las cosas le resultan y las segundas partes terminan siendo buenas, mejores, pero usualmente es lo contrario. De esta forma El Caleño conserva cuadernos viejos con apuntes intrascendentes, un cementerio con casi la totalidad de gafas que ha usado, buenas relaciones con sus ex, el mismo trabajo de hace cuatro años. El lunes pasado lavó su pelo y descubrió, como en ocasiones anteriores, algunas dreads que se le partían a la mitad. Se negaba a botarlas, El Caleño, y las conservaba sabiendo que aún si conseguía pegarlas de nuevo, las cosas no seguirían igual. Guardó muchas, unas diez, pensado que algún día iba a sentarse al fin con su aguja para empezar el trabajo tan largamente aplazado. Ese mismo lunes, mientras secaba su pelo e iniciaba el doloroso, dolorosísimo a veces, proceso de enredado se dio cuenta que por algún lado tenía que empezar en su vida y, entonces, arrojó a la basura dreads que significaban años. Dejar ir, siempre le va a costar, pero habrá que intentarlo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Undécimo día

Tal vez esto llega un poco antes pero a veces, casi siempre, a El Caleño las cosas se le imponen. Habla de Rayuela y la costumbre de leerlo cada año a mediados de abril, aunque por ahora lee El Castillo de Kafka, pero antes de seguir con eso habla un poco y contextualiza. Buscando en su closet el cargador del celular, El Caleño encuentra por casualidad una vieja billetera. Fue un regalo de cumpleaños que le dio V hace mucho tiempo, unos diez años, y ya la había olvidado. Curioso como es comenzó a hurgar en ella encontrando basura variada y en un bolsillo, además, una pequeña imagen. Es curioso como ese tipo de cosas pueden funcionar como disparador de recuerdos, como una pequeña imagen casi partida en pedazos puede arrugarle tanto el corazón. Recuerda El Caleño que cuando estaba con V ella siempre, mirándolo fijo desde el fondo de esos ojos color verde pasto, decía que era esa chica súperpoderosa. Mucho antes de ese 29 de mayo de 2004, mientras ella leía Rayuela y apretaba el libro contra su pecho, El Caleño la miraba pensando que sí, el amor existe y está frente a él. Su libro favorito era Rayuela. Le encantaba. Odiaba a Horacio por haber dejado ir a la Maga, se aburría con las conversaciones del Club de la serpiente porque ella no escuchaba jazz y lo metafísico no le importaba. V era la Maga. Estaba perdida en medio de todos, en la mitad del mundo, ella era Lucía saltando a un río, ella era l’enfant Rocamadour, un espejo, esos ojos verdes, una carta sin marcar, el juguete nuevo, la visita que hay que hacer.

Ahora de ella sólo queda ese libro que lee cada año, sólo esta imagen que se desgasta con el tiempo, ese dolor en el pecho. Poco más.

martes, 15 de marzo de 2011

Décimo día

Tres semanas después, tres semanas de “vacaciones” más tarde, El Caleño regresa a su feudo y escribe mientras piensa porqué se ausentó tanto tiempo. Había pensado en escribir antes, claro, pero le ganaba esa manía tan suya de serpiente mordiéndose la cola y entonces un jueves no podía escribir, tenía que ser el martes, como el último día en que publicó.

En tres semanas pasan muchas cosas. Cumplen años personas importantes, se juegan muchos partidos de fútbol, se cambia de rutina en el trabajo. El Pacífico se derrama sobre una isla y Godzilla se regocija destruyendo una central nuclear. Cosas que pasan cada año, cosas que pasan siempre y cosas que no debería pasar nunca, aunque lo inevitable arrastre a ello.

Había pensado escribir mucho, llenar todos los vacíos de estas tres semanas de silencio y terminar tan cansado que se vería obligado a tomar una siesta que durara, porque no, tres semanas. Ahora ve a Gene Kelly bailar bajo la lluvia y recuerda que hace poco también él, El Caleño, sintió ese deseo irrefrenable. Caminaba como todos los días a la Biblioteca Departamental y en Cali llovía esa lluvia intrascendente que lo obliga a mantener el paraguas bajo el brazo hasta que todo sea aguacero. Una cuadra antes de la biblioteca cortaban el pasto en una zona verde con guadañas y mientras podaban el rocío que se había depositado sobre las hojas se pulverizaba. El Caleño caminaba entonces bajo la lluvia liviana, con su paraguas bajo el brazo y la calle quinta a su lado mientras el aire olía paseo a campo, a sol de mediodía, a ganas de salir corriendo y tirarse de cabeza al río, chapotear en él hasta que un policía de mirada amenazante acabara con cualquier clase de diversión.

martes, 22 de febrero de 2011

Noveno día

Luego de días de abandono El Caleño retoma un poco el ritmo y escribe lo primero que se le viene a la cabeza. Esto. Después de una semana de días iguales mañana las cosa le cambia un poco, el trabajo se transforma. Le encantaría hacer un resumen pero, periódico de ayer, su cerebro últimamente retiene sólo titulares recientes. En la mañana vio a un perro que esperaba adentro de una estación del MÍO y parecía como si ese fuera su lugar en el mundo, como si no hubiera otro sitio en el que pudiese descansar. El perro en la estación, titular. En la noche, antes de salir del trabajo compró su helado favorito, Mocaccino, y ante su limitada pericia de siempre para comer helado, ya se había untado la cara, optó por regresar a la oficina a buscar su paraguas. Siempre se está mejor con un paraguas a la mano.

domingo, 13 de febrero de 2011

Octavo día

Todo sigue igual, invariablemente. Para El Caleño es difícil huir de la rutina ahora, apartar tiempo para sentarse y escribir. Le puede parecer un poco irónico, ya que se pasa el día sentado y escribiendo, pero la verdad hay poco de que reírse. Los últimos días El Caleño ha llegado a una casi evidente conclusión, su elección de carrera fue poco más que desafortunada. Ahora matiza, El Caleño, siempre le ha gustado escribir, siempre le ha gustado leer pero, todo un anacoreta como es, prefiere evitar el trato con el resto del mundo. Matiza de nuevo, le gusta investigar y hablar con la gente pero odia, mucho, las ruedas de prensa y los eventos. Las sonrisas, grandes sonrisas llenas de dientes, la complacencia con la “autoridad”, la mediocridad generalizada que terminará por atraparlos a todos.

domingo, 6 de febrero de 2011

Séptimo día

La vuelta a la rutina y la muerte de su reproductor mp3 han agotado sobremanera a El Caleño que ahora madruga al trabajo y regresa a casa a dormir. Todo se resume a eso, ahora. Un ida y vuelta en el MIO con un libro de Tom Wolfe en la maleta. Hace unas semanas JLS le regaló una bolsa de tabaco Look Out pero los papeles para liar sufrieron un pequeño accidente tras la lluvia caleña y una cerveza derramada. El problema, la falta de papel para liar, lo intentó resolver de manera artesanal usando papeles de otros cigarrillos. Su indecible falta de destreza manual redundó en cigarrillos delgados y escuálidos que lo obligaron a plantearse la posibilidad de comprar una pipa. La tarea fue difícil en un primer momento pero luego de unos días, encontró una pipa perfecta. Así es como el viernes El Caleño llegó feliz a casa con su nueva pipa de chonta e incive, puro Pacífico, para investigar un poco en Internet y comprender todos los trucos que existen para fumar con una pipa. No es sencillo, para nada, y El Caleño lo comprobó de la peor manera. La primera pipa que se fumó debe ser, lejos, lo peor que ha fumado en toda su vida. El sabor era horrible y se mareó como nunca antes, pero siguió las recomendaciones y se fumó hasta la última brizna de tabaco. Según los consejos expertos hay que “acostumbrar” a la pipa fumando tres veces, dejándola descansar 24 horas entre cada uso, con una carga de un tercio hasta que la pipa esté domada y se pueda disfrutar del verdadero sabor del tabaco. Desoyendo los consejos, como suele hacer, El Caleño intentó de nuevo unas doce horas después y, para su sorpresa, el sabor mejoró ostensiblemente por lo que puede suponer que la próxima vez será mucho mejor y, con el tiempo, encontrará una pipa, una carga de tabaco, perfecta.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Sexto día

Todo suena. Se escucha la suela de los zapatos mientras camina por el puente de cemento, los pasos que da mientras baja, rápido, escalón tras escalón. El sonido, el estridente pitido y la puerta que se abre, resopla el aire acondicionado bufando desde arriba, un bus climatizado. Un nuevo pitido, 7.500 pesos de saldo, el eco metálico de la registradora y los pies que se arrastran hasta el duro asiento de pasta que resuena ahora bajo su peso. Viaja. Una voz indica la próxima parada, una y otra vez, vibran los asientos y su bus parece a punto de sufrir una falla mecánica. Lee entonces, esperando un fallo que nunca sucede pero que parece inminente, a su lado se sienta una mujer que habla muy rápido por su móvil. Habla y él escucha ahora el vibrar de las sillas, la voz de mujer, el bus que se queja de la transmisión, las blancas hojas de papel, página 390 "todo un hombre" de Tom Wolfe, próxima parada calle 70.

sábado, 29 de enero de 2011

Quinto día

Lo veía venir pero El Caleño, optimista como es, pensó que esta vez iba a ser todo diferente. Ya sabe lo que quiere, está seguro, pero de nuevo El Caleño se deja llevar por cosas sin sentido y pierde el tiempo descaradamente cuando tiene obligaciones importantes que realizar. Algo que parece ser su regla de oro, se ha instaurado como tal, indica que entre más ocupado laboralmente esté, mejor dispone del tiempo pero cuando su situación es totalmente la contraria, cuando yace en casa viendo televisión, se le diluyen los bordes y se le escapa el tiempo entre los dedos. Entonces, una vez más, mientras más tiempo tiene entre sus manos peor lo aprovecha y esta semana de descanso se le pasa tan rápido que cuando toma conciencia de su situación, es sábado y está escribiendo esto mientras se prepara para salir. Hoy El Caleño se encontrará de nuevo con sus antiguos compañeros del Santa Librada, aunque sólo irán un par, y será extraño porque no se han visto en ocho años, porque el tiempo tiende a acortar distancias y limar asperezas, por lo que es probable que hoy sean mejores amigos de lo que nunca antes fueron. Mañana El caleño trabaja de nuevo, el lunes tiene libre pero quedó de encontrarse con L y el martes, el martes, otra vez la rutina.

lunes, 24 de enero de 2011

Cuarto día

Empieza una semana sabática, en realidad cinco días hábiles sabáticos. Lunes a viernes, crearse una rutina. Ante el tiempo libre que lo aguarda, el tiempo libre que empezó hoy, El Caleño lo malgasta dando vueltas mientras en la página en blanco titila un cursor negro. Tiene cosas que hacer El Caleño, necesita que todas sus obligaciones, las cosas que tiene que escribir, queden bien distribuidas en estos cinco días hábiles, ahora casi cuatro. El sábado tiene un reencuentro con compañeros del colegio, Santa Librada promoción 2002, y el domingo vuelve a trabajar, la rutina de siempre.

Por ahora, en medio de su tiempo libre, El Caleño trata de aprender a enrollar cigarrillos. Logró un par mal hechos con el buen tabaco que el “sobrino”, JLS desde ahora, le regaló el sábado pasado. A El Caleño siempre le ha gustado el trabajo artesanal, el hacer las cosas él mismo, aunque liar cigarrillos es algo totalmente nuevo y la lluvia de esa madrugada dañó un poco los papelillos de enrollar. Ahora se le hace un poco más fácil, tiene algo de experiencia y, además, siempre será más sencillo liar un cigarrillo sobre un escritorio que en una noche lluviosa, aunque éste nos sea más necesario estando bajo la lluvia, una especie de felicidad. Tipos de felicidad, clases de felicidad. La discusión de esa noche de sábado y cada uno intenta expresarlo de la forma en que mejor lo siente, aunque se forman bandos y BV junto a JLS se oponen un poco a lo que piensan JL y El Caleño, más tarde CA también estará de acuerdo con ellos. La subjetividad de la felicidad, cacofonía y todo no deja de ser la única realidad. Como una vez leyó El Caleño, dos personas no pueden ver el mismo arcoíris, la refracción o reflexión de la luz en la gotas de lluvia o en las partículas de agua flotando en la atmósfera es la responsable de este efecto óptico de difícil explicación, por lo que esta particularidad se adapta, a su parecer, a la idea de felicidad. Por eso una canción olvidada que de pronto suena en su mp3; el gol de la victoria en el último minuto (en el Fifa, en una cancha, en la vida); un café y un cigarrillo, juntos como debe ser; una cometa que se eleva sola en el calor de un día de agosto; una banca en un parque esperando que anochezca; un mensaje de texto, un mail, una llamada a las dos de la mañana cuando ya no se espera nada más, nunca más, de ella; una terraza cubierta de barro a las tres y media de la madrugada en la lluvia de Cali, un portátil bajo un paraguas, cinco cigarrillos y cinco tragos de tequila (uno para cada uno). La certeza de saber que la felicidad no es una sola aunque talvez esa música que suena desde un portátil con paraguas, aunque talvez esos cigarrillos húmedos, aunque tal vez ese estar bajo la lluvia. Sin más explicaciones.

jueves, 20 de enero de 2011

Tercer día

Una de las cosas que más le gustan a El Caleño cuando, en la noche, regresa a casa de trabajar es encontrar a la ciudad vacía. Cali en la noche es diferente. El calor de todo el día desaparece, la gente desaparece y los carros también. La falta de tráfico nocturno se ha trasformado en una influencia negativa para El Caleño que ya no cree en los semáforos en rojo ni en la señales de pare. No es que la gente se sienta en la obligación, en el deber patriótico, de infringir la Ley pero parar en un semáforo en la noche de esta ciudad a veces no es tan buena idea. Claro, peligros hay afuera y en el interior del taxi. Es difícil confiar en un taxista debido a varios antecedentes, pero las opciones son pocas cuando se carece de vehículo propio y el Mío deja de funcionar después de las diez. En su ya memorizado trayecto El Caleño regresa del norte para pasar, luego de girar por la calle 44, por la carrera octava frente a la Base Aérea. En la noche los militares cierran cuatro de los seis carriles de la calle y a El Caleño le gusta mirar como los carriles, vacíos de carros, se llenan de personas. Equipos de cinco esperando en los andenes, mientras un balón rueda en la noche de Cali y el perfecto escenario para una partido de fútbol. Todos los días.

lunes, 17 de enero de 2011

Segundo día

La foto de aquí.

Segundo día, una semana después. Más de una semana después. No puede decir que no ha estado ocupado, doble negación. Y doble pantalla. La vida de El Caleño en estos días se cuenta en pantallas, se define en pantallas. Una pantalla, en negro, que lo refleja hasta que enciende el monitor en su trabajo. Otra pantalla, otro reflejo, en su casa en momentos como este, cuando escribe. Parecerá extraño, luego de todo lo que ha hablado, pero los únicos momentos de tranquilidad los tiene en el MÍO, de camino al trabajo. Los cuarenta minutos que pasa diariamente El Caleño, leyendo un libro o mirando por la ventana. Ahora está de nuevo sumergido en Todo un hombre de Tom Wolfe que, si la memoria no le falla, fue para él el mejor libro del año 2007. Cuarenta minutos, la ciudad que pasa por la ventana, el sol del Cali que golpea fuerte en los grandes ventanales del MÍO y un aire acondicionado incapaz de hacerle frente, igual que en la Atlanta cracker de Wolfe. El regreso en la noche para El Caleño es más rápido y le impide la lectura, Cali en la noche y el zumbido naranja de los postes de alumbrado público. Llegar a casa, el zumbido frío y mortecino de otra pantalla de computador.

N cumplió un año, el sábado pasado, en Barcelona y cada vez hablan menos. No es culpa de ninguno de los dos, pero El Caleño y N tienden a no coincidir, a no encontrarse. Se quieren tanto como siempre pero la distancia golpea. A veces él envía un mail, a veces ella lo llama y hablan un rato largo que parece todo el tiempo del mundo. Aún se reconocen, todavía.

viernes, 7 de enero de 2011

Primer día

Foto de aquí.

Últimamente le es difícil, a El Caleño, predecir el clima de su ciudad. Sólo dos opciones, día con paraguas y día sin paraguas. Hace dos días fue una furiosa tarde con paraguas e incluso el fiel y viejo paraguas de El Caleño sufrió algunos daños por el viento. Ayer, en cambio, fue un caluroso día sin paraguas. El Caleño, empleando sus casi nulos conocimientos meteorológicos, miró al cielo azul y casi totalmente despejado para decidirse entonces a cargar, como todo un previsor, su paraguas. Los que conocen a su ciudad, Cali, saben que esta arde y el cemento de sus calles y el cemento de los techos de las casas, acá les dicen planchas, y los paraderos de los buses y la carrocería de los carros, todo, todo, refleja y magnifica ese calor. Cali, caliente, arde. Ardía la ciudad y El Caleño cargaba su paraguas que, a pesar del sol abrasador, no abría porque su paraguas es un paraguas, no una vil sombrilla. Claro, y la gente mira a El Caleño que camina por Cali con un paraguas en un día de sol. En el MIO una anciana le hace apenas un gesto que El Caleño devuelve casi imperceptiblemente, ella también tiene un paraguas en ese MIO que parece un microondas, ese MIO que deja pasar todo el sol de Cali y al que no puede hacerle frente ningún aire acondicionado. Hoy, apunto de salir de nuevo a trabajar, mira el cielo y está oscuro, una impredecible tormenta caleña se aproxima hacia él y su maltrecho paraguas.

miércoles, 5 de enero de 2011

Tercer prologo a un, una vez más, nuevo primer día

Hace un tiempo, un par de años a decir verdad, mientras leía por primera vez uno de mis libros favoritos encontré un reto que decidí tomar inmediatamente. En el libro “La velocidad de las cosas” del inmenso escritor Rodrigo Fresán, se hablaba de un profesor que les pedía a sus alumnos escribir un diario y que se registrara en él todo cuanto se hiciera en un día. Lo decía un poco así. “Otro de mis escritores favoritos –un adicto al alcohol y a la epifanía al frente de las clases sinuosas en las que cada vez fuimos quedando menos porque no hay nada más terrible para un aprendiz de escritor que ser testigo de la debacle de un escritor magistral- nos había propuesto un sistema de estudio de desarrollo tan caprichoso como finalmente lírico. 1. Lo primero que nos pidió fue que escribiésemos un diario que abarcase por lo menos una semana. Allí deberían aparecer registradas todas nuestras experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que vestimos y los colores de las botellas que vaciábamos. 2. El segundo paso consistía en escribir un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver entre sí aparecieran profundamente relacionados. 3. El tercer paso –y ésta era su asignatura favorita- era redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. «Este ejercicio nunca falla», aseguraba con lágrimas en los ojos.”

Después me di cuenta que todo era verdad, que el adicto al alcohol y las epifanías tenía un nombre y que, en efecto, sus clases se centraban en eso. John Cheever pidiéndoles, envuelto en la penumbra del alcohol, en clase, que registraran todos y cada uno de sus momentos.

Ahora, este es un nuevo ensayo, tomas elegidas de un metraje inconcluso, recuerdos selectos al mejor estilo del Reader Digest, ganas de entenderme otra vez. Take four.

Postal, atemporal

Siendo conciente de que pocas cosas lo motivan a escribir para este blog, El Caleño decide empezar este nuevo año con un nuevo diario. Es el tercero que hace para, que suene grandilocuente, esta “plataforma virtual” y el cuarto que escribe para sí. No es que escribir para este blog le moleste, pero cada vez encuentra menos de que hablar, como si con los años se quedara sin ideas y debiera, casi sin vergüenza, reciclarse. Pero dirá, lo ha aprendido al mismo tiempo que ha olvidado otras cosas, que es la repetición, un mantra, ese ruido blanco que trae claridad. Otra vez ganas de explicarse, de reconocerse, la necesidad de encontrarse cuando ha estado más perdido que nunca, cuando hallar por fin un norte es para él es lo único que de verdad importa. Escribe, faltan seis minutos para las dos de la tarde y pretende lograr de nuevo la meticulosidad de un escritor victoriano y realista, encontrar la meticulosidad de un reportero del nuevo periodismo, alcanzar la meticulosidad de una quinceañera que confía en que escribir lo que le pasa en un papel la ayudará a entenderse, a no olvidar nunca quien es.