miércoles, 30 de septiembre de 2009

Calor-

Recién se ha acabado el partido de Colombia. En Dallas el equipo de Lara ha ganado a México por dos goles contra uno y hace un calor que no se puede creer. Hace calor y vuelan los zancudos y, si, escribo desde el trópico. Sólo me he conectado porque quiero saber como salió Argentina contra Ghana pero encuentro en la bandeja de correo una carta con muchas verdades. La leo pero no respondo, no aún. Cuando hace calor no puedo hacer muchas cosas, no puedo escribir, no puedo dormir, no puedo leer e incluso escuchar música se hace difícil. Hace rato salí de mi cuarto a buscar agua fría y Ursula me atacó por la espalda. Es una guerra. Ella es más rápida e inteligente pero mis pulgares son oponibles. Afuera, poco cuesta imaginar que los cerros tutelares de Cali arden y todo son fuegos artificiales iluminado a la ciudad. En la oscuridad brillan apenas unas pupilas, sudo y no sé si es el calor o el miedo. Cierro los ojos esperando entonces el golpe último.

martes, 29 de septiembre de 2009

Intermezzo-

No suelo pasarme por acá los martes. Usualmente son los domingos y los miércoles, en intervalos regulares, pero hace rato quería usar la foto que acompaña a este post. Acabo de llegar de la U, luego de intentar sacar unos papeles que posibilitarían un hipotético postgrado en tierras foráneas y siento que tengo muy poco que decir aquí y en cualquier lado. En estos momentos se juega al fútbol en Europa y me parece un poco estupido estar sentado frente al pc escribiendo cosas como esta cuando Fàbregas maneja los hilos de un partido desde el medio. En la noche escribiré hasta tarde, sabiendo que no avanzaré más que una página que tal vez borre al día siguiente porque de rituales está hecho el mundo. También esperaré con ansias un mail que no va a llegar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Página en blanco

El mal de la página en blanco, el mal que ataca a todos los que pretenden e intentan poner algo por escrito, ataca de nuevo. Esta “enfermedad”, cuyos síntomas van desde la “obtusidad” absoluta al transfuguismo literario, ha sido la responsable de casi toda la basura que inunda las librerías, a excepción tal vez de los libros de superación personal y autoayuda ya que, claro está, sus autores usan el mismo formato de siempre, un formato que ya saben ganador y completamente seguro. Otros escriben sobre el mal, escriben sobre la formas es que este los toma y la página en blanco se hace inmensa ante sus ojos. No importa si es una hoja de papel a la que se le puede dar simplemente la vuelta o si es un cursor titilando mientras nuestros rostros se iluminan con el fluorescente resplandor de una pantalla de computador. Empezamos a escribir y no se tarda mucho en comprender que, si, nos estamos repitiendo y autoplagiándonos, que esta línea y frase que se antojaba tan nueva y precisa ya estaba, que ya había encontrado su lugar justo en otro texto. Por ejemplo, por mi ejemplo, hoy iba escribir sobre el viaje a Pance de ayer y como pocas cosas son mejores que hacer algo que esperabas hace mucho, como flotar boca arriba en un río casi transparente y sol bien arriba, sobre todos; o ese beso de esa niña hermosa, así después uno mismo se encargue de destruir todo. Hablar también, pero cómo si la página en blanco, de esta noche de sábado de Playstation y fútbol en casa de GG, sentir los pulgares estallar como si estuviera en el colegio pero entonces otro clásico contra SO y, si, la tercera es la vencida. Regresar a casa y encontrar cerca a N, encontrarla y saber que muy pronto se va a ir muy lejos, encontrarla y darme cuenta que, a pesar de todo, sería más feliz si encontrara a otra consonante, a otra inicial de nombre corto. Sólo unas pocas letras escritas a lápiz en una enorme hoja de color morado.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Un poco más tarde

Siempre he admirado a las personas que tienen esa increíble habilidad de escribir mientras sostienen un cigarrillo en la boca. Escribir una oración larga y puntuarla con una bocanada justa y precisa, que sea como un premio. Nada cuesta imaginar, y el cine nos ha ayudado a darle un rostro, a los antiguos cronistas y escritores sentados frente a sus máquinas de escribir balanceando un cigarrillo entre sus labios, sucios de tinta los dedos que marcan el ritmo en una Remington o en una Olivetti mal aceitada. La asepsia de los computadores, el aire acondicionado, los cuartos bien iluminados, han acabado un poco con la imagen que teníamos del escritor ebrio escondido tras una nube de humo espeso martillando su máquina de escribir. Ahora todos escriben y todos escribimos, el único efecto especial es digitar bajo el halo mortecino de una pantalla intermitente, intentando sostener un cigarrillo entre los labios, que en el peor de los casos es mentolado o light, y pensar que se está haciendo algo bien, que en escribir y escribirse reside una especie de acto catártico. No hay nada que podamos hacer y sería estupido desempolvar la antigua máquina de escribir, así como en fotografía sería estupido renegar del photoshop o de la fotografía digital en su conjunto. Es como decir que se ha dejado atrás esa magia que hacía casi increíbles a todas estas cosas, como alcanzar una edad madura donde sólo vale la eficiencia de imprimir diez copias en cinco minutos. Pero hay actos últimos de rebeldía, como el que se empeña en escribir todo en una pequeña libreta y con un lápiz de punta roma; el fotógrafo que aún prefiere su vieja Leica y el olor de su cuarto oscuro así después tenga que digitalizar sus fotografías; el periodista que sostiene un cigarrillo apagado en sus labios mientras redacta, y redactar es todo lo contrario a escribir, en una muy iluminada y aséptica sala de redacción.


domingo, 20 de septiembre de 2009

Dimanche-

Domingo. Día de sol, sunday. Apolo. Sonntag, día de sol y un cuadro de 1926. Ramos que se agitan en el aire mientras, en una ciudad lejana y calurosa, un hombre que pronto va a morir avanza triunfal sobre un burro. Día del señor y Freddie McLean le canta, en una fabulosa canción, a una mañana de domingo y sol frente al mar. Día perfecto para pasarlo junto al mar o cerca de un río. Ver el agua correr en un día de sol y sólo estar, tal vez un libro en las manos o descansando en el regazo, de pronto un mp3 en shuffle y una muy buena canción repitiéndose en nuestros oídos. Un partido de fútbol eterno jugado sin zapatos y sin camisa. Una repentina y casi trágica revelación, no vamos a ser niños por siempre. Envejecemos por fuera y, peor aún, por adentro, aunque muchos traten de mantener esa magia, esas ganas de sorprenderse con las cosas pequeñas, de mirar el mundo con ojos nuevos. Como lo escribió el piloto autor del Principito, “Todos los mayores han sido primero niños (pero pocos lo recuerdan)”. Los años de niñez se ven tan lejanos y, aún así, no se puede dejar de pensar que fueron los mejores años de una vida que se va haciendo larga y cansada, años lejanos donde soñábamos con ser todo menos lo que somos ahora. Cada día más lejos de lo que fuimos, cada día más lejos de la época donde éramos más parecidos a nosotros mismos y las máscaras no hacían falta; lejos ya del momento donde nuestro mundo constaba de pocos lugares pero, sin embargo, era infinito y un domingo de sol era, por lo menos, el día más importante de la semana. Lejos del tiempo donde los domingos, esos días de sol, eran una multitud de opciones para ser feliz.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sobre la máscara (y bajo ella)

Usualmente iniciaría esto hablando de otros rostros y otras máscaras pero no, a todos nos toca eventualmente dar un paso al frente y sentarnos en el estrado. He aquí mi caso, creo. Mi máscara y mi rostro.

Siempre he sentido la necesidad patológica de ser lo más sincero posible. Esta “parafilia” fue una de las cosas que me empujó a ser lo que soy ahora, eso y escribir. Contradictoriamente a lo que me pasa cuando interactúo con otros, decirme la verdad, ser sincero conmigo, me cuesta un poco. Es estupido decirlo pero las máscaras más grandes las tengo para mí, y todos sabemos las posibilidades de las máscaras que a veces son escudo y a veces son jaulas. Si intento descifrar a los demás, sus máscaras y pormenores, es porque no me conozco, porque no sé realmente que encontrar bajo esta máscara pesada. Pierdo tiempo tratando de hacer todo seguro, de dar pasos cortos tanteando el terreno, esperando que el piso no se desmorone y todo sea caída libre. Tanto miedo por dar un paso sin darme cuenta que el suelo es firme y verde de pasto y que es precisamente esa indecisión la que hace que todo se derrumbe. Entonces, cuando al fin el paso se da no hay más que vacío. Otra vez el puente, esa pregunta tantas veces respondida de forma incorrecta y nunca tirarse. Tirarse o cruzar y siempre escoger esa opción fácil, así se piense en saltar. Usualmente los golpes tienen que ser duros para poder despertar, un golpe fuerte en el centro de la máscara y resquebrajarla un poco, lo justo para que entre el sol y toque esa piel que se ha hecho insensible por el tiempo. Yo recibí dos, dos golpes directos e igual de fuertes y quisiera decir que por entre los orificios hechos a esta máscara puedo sentir el aire fresco golpeándome la cara, pero es difícil decir cualquier cosa cuando casi se ha olvidado esa sensación, cuando ese sabor tibio y húmedo se ha convertido de a poco en un recuerdo lejano. Un río seco. Se puede saber que nos dicen las máscaras pero, C dijo todo esto, nunca se sabe que se escapa a ellas. Y hay que seguir mirando, mirando más porque allí también hay algo que no vimos, allí también hay algo que dejamos pasar. Algo que nos duele, y recordamos cada día, y que es como si oprimieran tu pecho, y que, claro, dejamos pasar.



domingo, 13 de septiembre de 2009

All I need…

Hace mucho no escribo aquí. Es claro que me hace falta esta especie de catarsis, pero los hechos desarrollados en esta última semana me han obligado a revaluar muchas cosas. Mi principal problema es la indecisión, y muchos dicen que el primer paso para superar cualquier contratiempo es reconocerlo, dejar pasar el tiempo sin decidirme por algo. La conversación de hace poco, y los subsiguientes golpes de pecho y mortificaciones, me hizo dar cuenta de todo lo que he dejado pasar, de que decir si o no es más difícil pero da mejores resultados que decir tal vez. Hoy recapitulo, releo, rescribo y me duele ver todo lo que perdí, todo lo que dejé ir y las cosas que dejé de mirar, los días que no estuve con ella. Miro alrededor y me parece más que irónico ver un post-it con una sola pregunta que se repite, cuando nunca tuve una respuesta convincente. ¿Porqué no? ¿Pourquoi pas? ¿Perche no? ¿Why not?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

721

Otro rostro. Más máscaras. Pensar en un juego, como si las máscaras fueran algo parecido a esas muñecas rusas que esconden dentro de sí a otra muñeca más pequeña, y luego una más pequeña que esa y después otra y más abajo otra hasta que todo se hace tan pequeño, que no nos podemos imaginar que en el fondo es probable que hayan aún más. Así las cosas las máscaras se agolpan y multiplican sobre los rostros y es un esfuerzo inútil tratar de arrancarlas porque siempre abajo habrá otra lista para remplazarla. El horror de darse cuenta que no nos serían suficientes todos los espejos del mundo para ver reflejado de verdad un único rostro cansado.