jueves, 28 de julio de 2011

Decimoctavo día

Cada día escribe menos de lo que quiere. Cada vez escribe menos para él. Es raro, cada día escribe más. Todos los días escribe. Su trabajo es escribir pero, claro, no escribe exactamente lo que le gustaría escribir. No es una queja, piensa El Caleño. Para nada es una queja. Todo lo contrario. Si se la pasara en casa no escribiría nunca. Esta es una forma, su trabajo, de mantenerse en movimiento. El periodismo es un oficio, debería ser una profesión, tan complejo como hermoso. Todas las mañanas, al despertar, El Caleño no tiene ni idea como va a ser su día. Puede ir de cualquier forma. Hay días donde se pasa todo el día por fuera de la oficina o hay otros donde sólo sale a almorzar. Hay días donde el trabajo lo hace orgulloso y hay otros días terribles. Así, siempre.

miércoles, 20 de julio de 2011

Decimoséptimo día

Al fin le dan ganas de escribir y tiene un poco de tiempo. Un poco como la alineación de los planetas, una total suerte. Un festivo sin trabajo, más bien. El Caleño se pasa el día en el portátil descargando la discografía de Bob Dylan y escuchándolo. Un total y completa sobredosis. Escribir, dejarse llevar. Manda un mensaje de texto y no recibe respuesta. Lo raro sería eso, se dice, lo raro sería una respuesta. Y no, en su móvil no suena The times they are a-changin’ anunciando -ironía- que los tiempos han cambiado, que tiene un mensaje nuevo sin leer.

Días de mucho trabajo para El Caleño. Le duele la cabeza, le duelen las piernas. No tiene tiempo para estar cansado. Usualmente sale de trabajar muy tarde y camina mucho. No lo hace por gusto. Así son las cosas. Viaja de pie en el MÍO por 40 minutos y cuando llega a su parada lo esperan otros quince minutos de camino. Cada día. En casa se sienta de nuevo frente al portátil y deja pasar el poco tiempo que queda hasta que se va a la cama.

I could just lie here all day, parece que dijera, como si estuviera acostado de espaldas y con el pasto rozándole el cuello, lo brazos, viendo cometas flotar. Un sueño.