martes, 29 de junio de 2010

nones, para eugenesia

No sabe cual es su película favorita, por eso tampoco sabe cuanto dura, podría durar tres horas y diecisiete minutos o tal vez noventa minutos exactos que, para estos efectos, serían tres veces treinta minutos. Le gustan mucho Mauvais Sang de Leos Carax y Wild at Heart de David Lynch pero no se decide. Tampoco cree mucho en el uno más uno igual dos, a él en cambio le da uno de vuelta, como si multiplicara. La última trilogía que vio, las tres películas el mismo día, fue Millennium de Stieg Larsson y le gustó, aunque hubiera preferido leer los libros antes. Siempre que va a su trabajo sale treinta minutos antes, pero usualmente llega tarde, y hace dos conexiones en el MIO, p47b y p24, aunque antes hacía tres, p40, t47 y p30a, impar. Cuando tiene miedo toma agua o se comporta como un estupido, antes rezaba pero lo ha olvidado. Su baño tiene tres hileras de siete grandes baldosas cada una, en total veintiuna baldosas todas de color blanco. Siempre se duerme después de la una, también. Toca el timbre tan solo una vez, luego llama a la puerta. Cuando lo llaman deja que el teléfono repique tres veces, cuando llama espera los tres repiques y luego cuelga para llamar dos veces más. Nunca sale corriendo del baño para contestar su celular, nunca, ni siquiera cuando espera una llamada importante, ya llamarán de nuevo, piensa. No recuerda muchas fechas, ni nombres, pero siempre piensa en el veintinueve de mayo de dos mil cuatro y en una mujer llamada V. Lee tres diarios en la mañana y una revista, el suyo, el otro y el de la familia del presidente porque es el único nacional. Siempre desayuna café negro sin azúcar, la leche se la toma aparte, los huevos revueltos y las tostadas aparte. Se lava el pelo cada tres semanas y, si no hay en casa, compra tres sobres de shampoo. Se demora toda una tarde enredándose de nuevo el pelo por lo que usualmente se ve varias películas. El próximo domingo se cumplen las tres semanas, pero va a estar en Bogotá y tal vez regrese a mitad de semana, por lo que se lavará el pelo tres semanas y tres días después. Siempre lee dos libros al mismo tiempo, uno viaja con él mientras que el otro lo espera en la cama. Ahora en su maleta lo acompañan los relatos de Henry James que le prestó CA y lo espera en casa Conversaciones en la catedral de Vargas Llosa. Cuando escribe para otros, por encargo, usualmente escribe otra cosa al tiempo, para él. En tres meses nacerá su primera sobrina y quiere escribirle muchos cuentos para dormir. Puede escribir sólo cuando escucha música, sino se distrae, incluso alguna vez teorizó sobre eso y lo llamó, con cierta grandilocuencia, teoría de la distracción programada. En su maleta carga siempre una cajetilla de Lucky Strike, además un zippo, un encendedor y una caja de fósforos, tres. Una de las cosas que más odia es no tener fuego cuando lo necesita. Tiene una alcancía, un marrano pintando como cantante de black metal, llena con monedas de veinte pesos (US$0.01) La alcancía la tiene desde hace mucho tiempo y nunca fue más boyante que ahora, a veces la hace sonar porque le gusta escuchar el sonido metálico de las monedas golpeándose entre sí en el estomago de un cerdo de barro. Antes, cuando le preguntaban como estaba, decía “bien, supongo” pero dejó de hacerlo porque luego le hacían demasiadas preguntas. Cuando vio la billetera de Samuel L. Jackson en Pulp Fiction quiso una igual pero ahora la que carga tiene el dibujo de un cepillo de dientes y los números del uno al seis. El seis es su número favorito, el rojo es su color favorito. Es demasiado orgulloso, e idiota, como para pedir ayuda cuando la necesita. Odia viajar solo aunque su sueño es un día irse lejos de todo y todos, desaparecer. Cuando leyó el final capitulo cuatro por primera vez se le erizó la piel y guardó una copia en txt, pensando desde ahora que si alguien le pide que tire algo que aprecia dirá, casi con lagrimas en los ojos y sin que tenga mucho que ver, “no, es la pata que le falta al sillón”.

/los verdaderos nones, por eugenesia, están en filosofía de sótano/


viernes, 25 de junio de 2010

Vigésimo cuarto día

Últimamente le pasa que cada vez que se quita las gafas se va quedando dormido de a poco. Tal vez su agitada vida, las constantes juergas o el estarse quedando ciego sean determinantes, pero cada vez que El Caleño guarda sus gafas en el bolsillo ve el mundo borroso porque sus ojos se nublan de sueño y por el tamaño de su dioptría. Y así va ahora, con sus gafas rayadas y torcidas, un poco triste también por que su país tiene todo dado para irse directamente a la alcantarilla porque en su país todo el mundo tiene miedo y cuando un país tiene miedo comete estupideces que tarde o temprano se pagan. En fin, hay tiempo aún para descubrir el tamaño del error, aunque el nuevo presidente Santos es conocido por su naturaleza variable y traicionera, entonces El Caleño espera paciente la hora en que Santos extradite a Uribe, tratando de lavarse las manos, y Colombia se libre de uno de tantos males.

Ayer Ursula cumplió su primer año y El Caleño le dio atún y la dejó vagar por la calle mucho tiempo hasta que se le hizo tarde para verse con L, que había llegado con horas de anticipación a la cita, y entonces debió correr hasta tomar un p40 y luego un p24 que lo dejara, al fin, en un centro comercial del norte de la ciudad donde ella lo esperaba con paciencia y un corazón en la camisa. El Caleño, que llegaba agotado, debió excusarse de nuevo, decirle que no se demoraba nada, porque antes tenía que pasar por su trabajo firmar un par de papeles e imprimir un cuento que había escrito para ella. Más tarde L leería la historia de Remedios, la niña que tenía poderes, e iba a descubrir que las dos no eran muy diferentes; ambas pueden hacer que las vacas usen sombreros con flores y lazos color rosa en el cuello y también pueden hacer que florezcan todas las flores del mundo al mismo tiempo si así lo quieren. Ambas la misma sonrisa de niña malvada que usa para hacer dormir al conejito que descansa en su closet y que hace nevar helado de vainilla con chispas de chocolate. También, todas las personas del mundo empiezan a flotar como lo hacen ellos, El Caleño y L, cuando cierran los ojos, él con sus gafas rayadas, y se abrazan, muy juntos, hasta que el mundo desaparezca, quedándose solos y felices.


viernes, 18 de junio de 2010

Vigésimo tercer día

La ciudad hoy se siente triste, dice. Las calles están vacías y la música no suena, es como si lloviera porque los caleños suelen esconderse de la lluvia. Todo en Cali se pone entre paréntesis cuando llueve, es un poco como si los caleños supieran que esa agua que cae les va a lavar las penas, esas mismas que ellos prefieren conjurar bailando y bebiendo aguardiente en atestadas discotecas de la avenida Sexta, en el bar de alguien llamado Heberth.

Hoy la ciudad se siente triste porque hay Ley Seca, el domingo se elige Presidente, los bares no abren y los caleños no salen a las calles, como si lloviera. A él, a El Caleño, no le gusta bailar, aunque a veces se da la ocasión y la persona, y sí, prefiere la lluvia, verla caer aunque ahora use un paraguas para proteger pelo y cigarrillos, tan dados a estropearse bajo la influencia de tormentas tropicales. Los últimos días le han parecido a El Caleño infinitamente vacíos y el pecho se le oprime, como si le hiciera falta algo que perdió hace mucho y recién se diera cuenta. Levedad y peso. Ya no toma café frío en la noche porque le produce insomnio y se queda dándole vueltas a los mismos pensamientos vagos de siempre durante la madrugada hasta que se duerme, eso cree, y estos se funden con sueños que en pocas ocasiones recuerda aunque últimamente le dejan una especie de malestar, la boca amarga y ganas de cerrar los ojos. Mañana se va a encontrar con JL, el sobrino y BV en la terraza para hablar hasta que amanezca, tomando tequila y fumando Lucky Strike, los cigarrillos compartidos saben mejor, esperando la tarde para salir a votar en un último acto de ciega esperanza a favor de Mockus. Pero Santos va a ganar, y no será sólo un mal sueño, tampoco habrá lluvia suficiente que limpie la sangre de las calles y los caleños se terminarán acostumbrando a la lluvia y a la sangre y ya nada más les impedirá bailar hasta que, en 2012, el mundo por fin acabe tal y como lo predijo Elliot, no con una explosión sino con un sollozo.


domingo, 13 de junio de 2010

Vigésimo segundo día

Está en un desierto, El Caleño. En una zona árida de su cabeza, de su mente. Río seco como es ahora, como canta Juana Molina y en estos días todo es un poco así, con la voz entrecortada de la argentina que toma aire antes de cada estrofa. Inhala profundo, se escucha en la canción, y dice cosas como “Mi corazón roto ha venido, me habla y dice que no le ha quedado nada, que él está vacío. Me dice que todo se ha marchitado y yo no tengo más que un río.” Y es esa aridez mental, no sólo del corazón porque seco como está aún conserva un par de oasis, lo que más aflige a El Caleño porque bastantes cosas tiene que hacer y no se le ocurre nada por lo que pierde tiempo jugando simulaciones del Mundial de fútbol en FIFA para PC.

Incluso para avanzar con los días de este mal llevado diario, tarea que debería ser fácil porque se supone que todo esto es un día a día sin demasiados arabescos ni florituras, pensar también que después del vigésimo segundo habrá, tiene que haber, un vigésimo tercero y un vigésimo cuarto y así hasta contar más de una treintena porque ese era el compromiso que se impuso El Caleño con usted querido, anónimo e hipotético lector. Son días amargos como el café que recién se preparó y que toma mientras escribe esto, pero el que conoce lo amargo sabe disfrutar más lo dulce, aunque hoy Alemania le devolvió la fe en estos tiempos tristes de fútbol conservador y defensivo. Días amargos como el café, y a El Caleño le gusta su café con nada de azúcar, aunque el martes fue L y él sabe que siempre que la abrace va a ser feliz, por algo el personaje es un hombre que vomita conejitos.


miércoles, 9 de junio de 2010

Vigésimo primer día

Y sé que esto es una reiteración, que esto es repetido. Si alguien busca y se topa con un octavo día encontrará algo similar, casi idéntico. No importa, ya lo dije, todo aquí es volver. Variaciones, fusilamientos, retoques, botox, el centro de una mandala que da vueltas sobre su eje, como un hulahula en la cintura de algún monje famélico. Todo lo dicho aquí es cierto, y me parece una obligación afirmarlo, lo he escrito con la meticulosidad siniestra de una muchacha de quince años que esconde su diario hasta de sus amigas, bajo la almohada. Aunque no tengo que ocultarle esto a nadie, está aquí, a la vista de todos, sobre la mesa como esa carta que no se descubrió hasta muy tarde. Las iniciales tampoco son un problema, el que me conozca un poco sabrá atar cabos. Mi nombre, y es difícil para mí gritarlo al aire, es Freddie Alberto Bossa Barona. Regularmente soy Alberto, porque está en español, y escribo con seudónimo porque así es más fácil no existir. Eso es lo que hay. Me pagan por escribir y me pagan por leer. Un sueño, dirían algunos, diría yo. Me puedo levantar tarde, tengo bastante tiempo libre y trabajo con personas a las que aprecio. Hablo mucho, todo el día y hay que remediarlo. Sé hacer bien algunas cosas, me gusta cocinar, me gusta la música, me gusta conocer mujeres. Me gusta conocer a las mujeres. Escribo regularmente para otros pero a veces escribo para mí, en tercera y en primera persona. Escribo y me señalo. Intento, intento escribir, encontrarme, encontrarla al fin. Hago todo esto e intento sentirme feliz, parece que no es suficiente.

A veces pasa, diría alguien, más detalles adelante.


domingo, 6 de junio de 2010

Vigésimo día (Helado)

Esta vez fue más fácil, para los dos. Fijar una fecha y una hora, un sábado de helados, tal vez unas cervezas después. El Caleño llega tarde a su encuentro, como siempre, pero a C no le importa y ambos piden conos dobles con helado de brownie que comieron, uno frente al otro en una mesa. Y se contaban cosas y reían, mientras El Caleño descubría con pena y asombro que no sabía comer helado porque este se le derretía en las manos y C le explicaba que para eso hay que tener práctica y no hablar tanto. Después de comer él tiene la cara y las manos untadas de helado como un niño y ella, pacientemente, espera a que El Caleño encuentre un baño y limpie el desastre que ha hecho.

Más tarde unas cervezas en un estanco cercano a su casa y se cuentan muchas más cosas, y él le dice que recién se ha acabado de leer “la insoportable levedad del ser” y le cuenta de algo que Kundera llama la memoria poética, como “el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética”. El Caleño le dice que a veces incluso se puede escuchar el click, el sonido que hace esa imagen al quedarse grabada por siempre, lo dice y le sigue contando sin saber que, quizá, ese lunar que ella tiene junto a sus labios, la forma en que a veces mientras habla un pequeño flequillo de su pelo pasea junto a la comisura de su boca, la forma en que cuenta sus sueños o el video que ella hizo para su hermana. El Caleño le sigue hablando de eso sin saber que quizá, para él, todo eso esté ya en su memoria poética.