miércoles, 9 de junio de 2010

Vigésimo primer día

Y sé que esto es una reiteración, que esto es repetido. Si alguien busca y se topa con un octavo día encontrará algo similar, casi idéntico. No importa, ya lo dije, todo aquí es volver. Variaciones, fusilamientos, retoques, botox, el centro de una mandala que da vueltas sobre su eje, como un hulahula en la cintura de algún monje famélico. Todo lo dicho aquí es cierto, y me parece una obligación afirmarlo, lo he escrito con la meticulosidad siniestra de una muchacha de quince años que esconde su diario hasta de sus amigas, bajo la almohada. Aunque no tengo que ocultarle esto a nadie, está aquí, a la vista de todos, sobre la mesa como esa carta que no se descubrió hasta muy tarde. Las iniciales tampoco son un problema, el que me conozca un poco sabrá atar cabos. Mi nombre, y es difícil para mí gritarlo al aire, es Freddie Alberto Bossa Barona. Regularmente soy Alberto, porque está en español, y escribo con seudónimo porque así es más fácil no existir. Eso es lo que hay. Me pagan por escribir y me pagan por leer. Un sueño, dirían algunos, diría yo. Me puedo levantar tarde, tengo bastante tiempo libre y trabajo con personas a las que aprecio. Hablo mucho, todo el día y hay que remediarlo. Sé hacer bien algunas cosas, me gusta cocinar, me gusta la música, me gusta conocer mujeres. Me gusta conocer a las mujeres. Escribo regularmente para otros pero a veces escribo para mí, en tercera y en primera persona. Escribo y me señalo. Intento, intento escribir, encontrarme, encontrarla al fin. Hago todo esto e intento sentirme feliz, parece que no es suficiente.

A veces pasa, diría alguien, más detalles adelante.


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