domingo, 6 de junio de 2010

Vigésimo día (Helado)

Esta vez fue más fácil, para los dos. Fijar una fecha y una hora, un sábado de helados, tal vez unas cervezas después. El Caleño llega tarde a su encuentro, como siempre, pero a C no le importa y ambos piden conos dobles con helado de brownie que comieron, uno frente al otro en una mesa. Y se contaban cosas y reían, mientras El Caleño descubría con pena y asombro que no sabía comer helado porque este se le derretía en las manos y C le explicaba que para eso hay que tener práctica y no hablar tanto. Después de comer él tiene la cara y las manos untadas de helado como un niño y ella, pacientemente, espera a que El Caleño encuentre un baño y limpie el desastre que ha hecho.

Más tarde unas cervezas en un estanco cercano a su casa y se cuentan muchas más cosas, y él le dice que recién se ha acabado de leer “la insoportable levedad del ser” y le cuenta de algo que Kundera llama la memoria poética, como “el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética”. El Caleño le dice que a veces incluso se puede escuchar el click, el sonido que hace esa imagen al quedarse grabada por siempre, lo dice y le sigue contando sin saber que, quizá, ese lunar que ella tiene junto a sus labios, la forma en que a veces mientras habla un pequeño flequillo de su pelo pasea junto a la comisura de su boca, la forma en que cuenta sus sueños o el video que ella hizo para su hermana. El Caleño le sigue hablando de eso sin saber que quizá, para él, todo eso esté ya en su memoria poética.