jueves, 29 de abril de 2010

Día decimotercero (pie de página)

A veces dan ganas de escribir siempre. Quedarse sentado presionando tecla tras tecla, viendo una pantalla blanca llenándose de pequeñas hormigas negras Georgia tamaño 12, todas muy juntas doble espacio punto aparte y nuevo párrafo.

Seguir escribiendo, sin sentido, teclear una y otra vez como si se tratara de otro mantra, repetir, palabra tras palabra, dejar la vida aquí y allá, en papel blanco impreso y luego fotocopiado para que las letras queden un poco relieve, como si fuera Braille. Tocar esas letras y que te digan cosas, que no sólo te narren esa historia sino todo lo que pasaste por alto, todo lo que no se puede ver. Otras veces dan ganas de no escribir nunca más, de dejarse de lamentaciones mudas y digitadas, de ponerse los grilletes en pies y manos, recibir comida desde el otro lado de la puerta, pasar el tiempo contando los días y marcándolos en una pared, una línea tras otra, a doble espacio punto aparte y nuevo párrafo.

Y sí, hoy es un día de esos donde las ganas están pero el cuerpo no acompaña. Un cerebro que se ha vuelto perezoso e incapaz de variantes manejando unos dedos anquilosados, acostumbrados a redactar redacciones en salas de redacción a asir cigarrillos y sostener copas, nada complicado. El reto viene y asalta cuando hay más cosas detrás, cuando se necesita el Braille y el relieve, cuando se buscan explicaciones que no se ven pero se sienten un poco, se intuyen, así sean tan innecesarias como unas gafas o unas muletas en el interior de una piscina o tal vez todo no sea más que la búsqueda de un punto de apoyo, ganas de ver todo claro, así sea bajo el agua, abriendo bien los ojos, aguantando la respiración hasta que los pulmones cedan y no haga falta ya ver, ni buscar, ni sentir, quedarse flotando en el vacío a doble espacio punto aparte, nuevo párrafo si usted cree en la reencarnación.

Todo lo que se escribe en el mundo ya ha sido, todas las palabras se han dicho, todas las combinaciones de letras se han hecho, eso nos dijo Borges quizá repitiendo a otro, un mantra, y no puedo sentir más que pena por quien repita esto o por quien lo haya escrito primero, por ambos, por mí y por él. Repito, como sino, doble espacio punto final no más párrafos.

domingo, 25 de abril de 2010

Doceavo día (pie de página)

La última vez que esta especie de diario se paseó por aquí, estaba lleno de pies de página. Servían para imponer la tiranía de la primera persona, para en lugar de señalar de lejos mirar de frente, para aventurar explicaciones y pedir excusas. Pies de páginas que, como en un libro de Baudrillard o Bourdieu, remiten a otras partes, a otros mundos. Así entonces, entonces así, decir que a veces el día amanece nublado pero sin posibilidad de lluvia y de esta forma es esquiva la felicidad radiante de un cielo azul o del bebop frenético de gotas tocando un techo. En días así, grises y sin definirse es que se abre paso, campante, como si estuviera en su casa y nos ofreciera té y galletas, café y pandebono, esa nostalgia de gris del cincuenta por ciento. Y a mí siempre me llega de repente, de golpe, como un dique que acumula suficiente agua hasta que se rompe. Ya dije aquí que se extrañan las películas en la noche con N, las conversaciones en la oscuridad mientras ella se iba quedando dormida lentamente, las mañanas iguales. También se extraña el café de los jueves con MC, que ahora toma tinto en Bogotá, y también allí tantas cosas que decir, tantas veces que fue como un cable a tierra con su forma tan natural de regañarme, de hacerme entender las cosas. Nostalgia de L, de abrazarla y dejar que el tiempo pase así, en una banquita, fumándonos un cigarrillo. Recuerdos que abruman por días, a veces, que se van disipando después pero que no se olvidan, que vuelven cíclicos y constantes, reclamando su justo lugar, el día gris que deja ver el cielo azul de pronto o que de repente es todo gotas y lluvia. Todo de golpe.

jueves, 22 de abril de 2010

Ya no envían hombres a la luna

Ya no envían hombres a la luna, dijo ella mirando al cielo. Ya no envían hombres a la luna, parece que ya no queda nada más allá arriba. De que hablas, dijo él mientras encendía un nuevo cigarrillo. Estoy diciendo que desde que dejaron de competir contra los soviéticos, los gringos ya no mandan hombres a la luna. Ahora, cuando alguien quiere ver las estrellas tiene que mirar fijo hacia arriba y, a veces, eso cansa. De que estás hablando, repitió él mientras le daba una calada al cigarrillo. En estos momentos hay gente en la estación espacial, dijo él mientras miraba al cielo y exhalaba humo hacia la noche clara, hay muchos astronautas y cosmonautas dándole vueltas a la tierra, una y otra vez. Están flotando y miran por una pequeña ventanilla hacia la tierra y ven un planeta azul y también ven estrellas y ven de cerca a la luna, que es de queso, y hacen experimentos, comen comida deshidratada y, sobre todo, no pueden fumar. Está más que prohibido, y tras decir esto le sonrió.

Desde lejos ambos se veían recortados contra el paisaje, figuras de un teatro de sombras. Ocasionalmente, y con cada calada, brillaba en la noche un cigarrillo y era como una luciérnaga en el aire. Las luces de la ciudad refulgían abajo en el valle al que en estos momentos daban la espalda, negándolas. “Las únicas luces que me importan son las de tus ojos” había dicho ella al llegar y él no entendió mucho pero igual le había pasado las manos por el pelo, halándola un poco, sonriendo. De nuevo habló ella, le dijo. Es como una estrella, tu cigarrillo. Una estrella caprichosa que se apaga y se enciende y si lo lanzas va a ser como una estrella fugaz. Lánzalo y pidamos un deseo. Te voy a querer por siempre, dijo él mirándola. Yo, en cambio, sólo te puedo prometer que te voy a querer hasta que se extinga esa brasa. Pues entonces no lo voy a apagar nunca dijo él, al tiempo que sacaba de la cajetilla un cigarrillo y lo encendía con la colilla. Ya no te quedan muchos cigarrillos, ¿cuanto más crees que vas a retrasar esto? Nada es para siempre, no debiste decir que me ibas a querer por tanto tiempo. Ese cigarrillo que sostienes ahora y esa brasa que brilla allí es lo único que necesito, es ese instante el que se va a quedar gravado y este instante es todo lo que somos, todo lo que jamás vamos a tener, todo lo que nos queremos y nos quisimos y nos vamos a querer, pero cuando se apague las cosas van a ser diferentes y yo me voy a ver demasiado estúpida hablándote cuando sostienes una colilla apagada y humeante en tu mano. Mientras la escuchaba en silencio, el hombre sostenía en su mano un Lucky Strike que se iba extinguiendo de a poco, procuraba además no sacudir muy fuerte la ceniza, evitando un movimiento brusco que acabara con todo, y la mujer continuaba hablando, diciéndole lo que nadie quiere escuchar en una noche llena de estrellas. Encendió otro cigarrillo y esta vez fue él quien habló. Nos vemos como cualquier otra pareja que discute tonterías en la noche, dijo él. Se llevó el cigarrillo a la boca y aspiró fuerte una última bocanada, después cerró los ojos y pidió un deseo. En el aire la colilla parecía esa estrella fugaz recortada contra la noche clara, recorriendo el cielo, perdiéndose de la vista en dirección a su ciudad, repentinamente a oscuras. La miró entonces, le dijo. Ahora que ya no me quieres, que no me volverás a querer, te puedo preguntar algo. ¿Crees, de verdad crees, que va a cambiar algo, que te voy a dejar de querer y que ahora no vas a ser más que un recuerdo tibio en mis brazos? A vos no te tiene que importar que yo te siga queriendo. Te quiero y no importa. Es probable que no nos volvamos vamos a ver y vas a ser siempre para mí ese lunar en la mejilla, este cielo lleno de estrellas, una canción susurrada al oído. Van a haber otras, así como llegaste vos y, si las quiero de verdad, tampoco las voy a olvidar nunca. Te quiero y ese amor, ese único amor, es mío.

En el último año su país había estado atravesando por una prolongada sequía. Los ríos eran lechos de piedra y los racionamientos de energía eléctrica se habían popularizado entre la dirigencia política como un efectivo mecanismo de control. A veces, cuando cortaban el fluido eléctrico a la mitad de la noche, la gente de su ciudad salía a las calles y miraba hacia arriba, hacia ese cielo sin nubes, y contaba estrellas. Ese día, mientras los más pequeños miraban al cielo y a la luna imaginando películas de Méliès sin haberlas visto nunca, los cerros comenzaron a incendiarse. Iniciado como una pequeña llamarada en la cima, el fuego rápidamente se había extendido a los cerros contiguos consumiéndolo todo, iluminando la noche y alzando sus llamas al cielo como brazos suplicantes, extinguiéndose de a poco. A la mañana siguiente había caído sobre la ciudad la primera lluvia en mucho tiempo, gotas que se mezclaban con la ceniza negra que ahora flotaba en el aire. Lluvia negra cayendo sobre la ciudad y sus gentes. Tiñéndolo todo, todavía.

(Cuando escribí y subí esto dije que era la torpe y apresurada primera versión de algo que había hablado con alguien a quien quiero mucho. Ahora releo, y vuelvo a postear, y pienso que a veces es difícil no sentirse así, como en la cima de una montaña y lejos de todo, tratando de retrasar cosas inevitables, mintiéndonos que ese cigarrillo va a durar siempre y que no va a hacer falta otro nunca más, cuando al final no es más que una colilla que empieza a quemar entre los dedos. Otra vez.)

domingo, 18 de abril de 2010

Onceavo día (varios días)

Últimamente diversas correrías, idas y venidas por su ciudad, han impedido que El Caleño se tome algún tiempo, se siente y escriba, se haga público. Claro, después tiene que hacer resúmenes y recuentos, como si se tratara del final de temporada de alguna serie gringa de nombre 24, las cosas se le tienden a confundir y, entonces las fechas no son del todo claras, los lugares y personas podrían ser fruto de la ficción o del éxtasis del momento, el clima puede variar para darle un sentido dramático a las escenas. La única constante será El Caleño mientras muchas personas, algunas queridas y otras recién conocidas, suben al escenario. Sube el telón y hay un bus grande y azul que no se mueve, por días.

El jueves era el Flash mob por Mockus y El Caleño, que tenía el día debidamente agendado y planeado, primero va a su trabajo en el MÍO, mientras lee a Henry James, y le coge la tarde como siempre y el flash mob queda bastante lejos de donde está y entonces de nuevo ese bus azul desde Chipichape hasta Cosmocentro. El flash mob es divertido y consiste en unas diez personas que entran a un bus del MÍO y, después de una señal, se ponen una camisa verde mientras intercambian letreros con frases de la campaña de Mockus. El Caleño sólo tiene una camisa verde y le queda pequeña, pero no le importa mucho y recorre ida y vuelta el mismo trayecto por una hora hasta que todos deciden ir hasta Telepacífico porque Mockus va a estar en un debate y de nuevo El Caleño corre de un lado para el otro y aplaude, aunque pronto se aburre porque esos excesos histriónicos no son cosa de él. Más tarde se encuentra con MAC para otro jueves de cervezas en Route 66 y beben un rato y hablan mucho y después, muy pronto, ya es de mañana y siguen hablando mientras MAC canta La vie en rose de Edith Piaf con perfecta pronunciación y estilo.

El viernes El Caleño se iba a ver con C, y estaba la promesa de un helado desde días atrás, pero inconvenientes le obligan a cancelar y aplazar pero lo mismo pasa el sábado y en el sur llueve muy fuerte y después ella se queda dormida y el helado queda nuevamente aplazado, la próxima semana será. Triste y desolado, El Caleño no espera nada más, tal vez escribir algo, continuar con el guión, pero aparece JL por msn y le dice que hay un guacal de Poker, que caiga a la casa del sobrino, que también está BV. Entonces todo se desarrolla como una perfecta “gentlemen night”, con muchas cervezas, muchos cigarrillos, clima perfecto mientras El Caleño, poco acostumbrado a los artículos Apple, intenta sacar los sonidos que le gustan de un Mac temperamental. Como buenos caballeros hablan de mujeres hermosas, política y fútbol, comen hamburguesas de chuzo de esquina, pasan por los obligados temas escatológicos, por las borracheras de antaño y por las que pronto vendrán. En la mañana se despierta con un feliz dolor de cabeza y afuera lo espera, triste visión, un día soleado y caluroso. Otra vez aborda un bus grande y azul hacia su casa, para después, justo ahora que sube esto, tomar sus cosas, lavarse bien la cara y salir de nuevo, repetir todo el proceso y de nuevo buses azules y grandes (P47B, T47, P30A) para llegar a un asiento incomodo frente a otra pantalla de computador.


sábado, 17 de abril de 2010

Sofía, la imaginaria

Otra versión, más de lo mismo. Lo primero, o segundo, que subí a este blog en el ya lejano año de 2007. Otro mantra que se repite ahora.

Sofía es así, porqué así la imaginé yo. Alta, ingenua, hermosa, cabello corto y negro, ojos verdes, boca roja y labios insinuantes. Suficientemente joven para despertar el deseo, de manera casi inconciente, en mis viejas carnes.

Es mía y aún así no vive conmigo. Sofía viene sólo cuando la llamo, con una sonrisa que deja adivinar las treinta y dos piezas de blanco mate que se esconden tras sus labios. Sofía da dos pasos y está a mi lado. Me mira y sonríe. Yo la miro y un impulso indecible me obliga a golpearla justo allí, donde esa mancha roja transforma su rostro. Sofía cae y limpia el abundante flujo de sangre con su lengua. Cierra los ojos, su lengua se encarga de recorrer sus aún más rojos labios. Avanzo hacia ella y de nuevo ese impulso, que hasta ahora no controlo, me obliga a arrancar metódicamente su corto vestido. Sofía se deja abordar por miles y miles de dedos. Ellos la recorren, forman imágenes y dibujos sobre su cuerpo que desaparecen tras cada contracción.

Se podría pensar que a Sofía le encanta esa vida pero no, ella es virgen e inocente. En mi imaginación se forma como en el primer día que la soñé y se mantiene así cada vez que me visita, y aunque Sofía está viviendo con un hombre en estos momentos, su apellido es Schumann o algo así, ella sigue volviendo a mi llamado cada vez más bella, conservando la inocencia de ese primer sueño.

El otro día había llamado a Sofía y está se demoró más de lo habitual. Nunca antes me había hecho esto y me pareció extraño. Tomé su retraso como signo de algo más grave aún. Cuando Sofía llegó sonriendo y mostrando las teclas blancas de sus dientes, encontró en mí una muralla infranqueable. No quería saber nada de ella. Era increíble que siendo yo el dueño de sus días, fuera menos importante para ella que el tal Schumann; pero cuando la miré de nuevo y vi que su sonrisa se había esfumado y con ella su belleza y juventud, decidí darle otra oportunidad. Yo también había imaginado a Schumann y, además, era yo quien había puesto las condiciones de nuestro juego. Opté por perdonarla para que su piel recobrara su brillo, para que dejara de parecerse a mí, entonces su cuerpo se dejó acariciar una vez más, como lo hace ahora y como lo ha hecho desde que la formé en mi mente.

Sofía hoy llegó mucho más rápido que de costumbre, lo que me sorprendió un poco pero no sobremanera. Llevaba un pequeño vestido rojo, de esos que usan las niñas ahora y que dejaba adivinar unas pequeñas bragas color negro que contrastaban con la palidez de su piel. Empezamos nuestro ritual y se dejó usar como siempre. Su boca roja aún más roja y rota. Mis dedos en su cuerpo, recorriendo cada espacio, cada intersticio, cada lugar, en su boca el pulgar y en su muslo el anular, y luego, con una mano buscar en uno de los cajones de la cómoda. Tocar a Sofía por dentro y por fuera, conocer sus secretos y untarla de ella misma. La mano sale del cajón portando un afilado cuchillo. Sofía entre expresiones de placer y exclamaciones mudas me hace un ademán. Comprendo que es hora de llegar a otro nivel. Con el cuchillo recorro su cuerpo suave y metódicamente, el poder de la rutina me envuelve y empiezo con sus pies. Anular, índice, corazón, uno a uno sus dedos caen al piso, y ni ella ni yo somos capaces de ocultar el éxtasis que esto nos suscita.

Su blanca carne se cubre de sangre y mi lengua recorre cada mancha roja en su cuerpo. Sofía me pide que prosiga y yo, dándome cuenta del olvido, pido excusas y entierro mi cuchillo en su muslo. Un leve sonido de placer inunda mis sentidos, la sangre brota y se confunde en su sexo provocando cada noche un grito ahogado que se repite. Sofía se retuerce y toma en sus manos mi cuchillo, lo agita de arriba abajo destruyendo sus perfectas manos en el acto, las mira y el éxtasis aumenta. Frota las sanguinolentas manos en sus senos y luego en mi pecho, mientras me uno a ella en un sólo beso, en una sola caricia. Trato de estirar el momento, pero por lo general en este punto Sofía ya está exhausta. La dejo desvanecer entre promesas y reclamos. Ahora me encuentro solo. Tomo el cuchillo en la mano y hago, como cada noche, una pequeña marca en mi brazo, simbolizando así nuestra nueva unión. Limpio de éste la sangre restante, me miro al espejo y una horrible y desconcertante pregunta me aborda siempre. -¿No será tiempo ya para cambiar de brazo?

Entonces, sólo me sobreviene el llanto.

miércoles, 14 de abril de 2010

Décimo día

Hace unos días El Caleño decidió lavarse el pelo, proceso delicado y dispendioso que requiera de él horas de concentración y entrega. Lavarse el pelo, para él, es lo mejor y lo peor de tener dreads. Es lo mejor porque no hay nada como sentir el agua fluir por su cabeza, entre su pelo, después de tanto tiempo (por lo general tres semanas). Y es lo peor, en cambio, porque después El Caleño debe someterse a horas junto a un secador seguido de horas, ocho o más, junto a una aguja de crochet del número 12 que tiene como principal propensión clavarse repetidamente en su dedo índice izquierdo. Después del arduo proceso, las dreads de El Caleño quedan perfectas, pero para la mayoría de las personas está tan despeinado como siempre. La cabeza le duele, los dedos le arden y al salir de casa, mañana irá al flash mob por Mockus en el MÍO, se amarrará las dreads entre ellas conciente de que tras toda esa ceremonia, tras una tarde de películas clavándose casi deliberadamente una aguja en los dedos, hay muchos porqués pero no los recuerda.

No se recuerdan nunca los porqués, después de un tiempo ya no importan los porqués.

domingo, 11 de abril de 2010

Noveno día

En Cali llueve y para El Caleño es la temporada ideal. Podría ser mejor, claro, pero por el momento la lluvia le basta cuando lo demás falta. MC está en Bogotá y todo apunta a que podría quedarse en la capital por mucho tiempo; N lleva algunos meses en Barcelona, lejos a pesar de las llamadas y el messenger; de C no sabe nada, aunque ahora en la lluvia la recuerda. A L la vio hace muy poco El Caleño, se abrazaron fuerte y se quedaron así un rato, hablándose muy cerca, sin querer estar en ninguna otra parte, sin pensar en nada más que en ese presente que habría podido durar toda una vida. Pero no dura mucho y ambos se van, ella exhibiendo su hermosa sonrisa de niña malvada y él, El Caleño, caminando despacio por una calle desierta del norte, apurando el último cigarrillo del día, pensando en que a veces cosas tan pequeñas son suficientes para hacerlo feliz, como ese abrazo calido y sostenido o el cigarrillo que se extingue de a poco entre sus manos o una llamada que atraviesa el océano en la tarde lluviosa de Cali y una voz conocida lo saluda en la noche de una ciudad mediterránea o el mensaje que le devuelven desde el frío depresor de la capital. Por ahora, entonces, llueve y seguirá lloviendo para él.


miércoles, 7 de abril de 2010

Octavo día

Hoy se juegan la segunda llave de los partidos de vuelta por los cuartos de final de la Champions League. Lo bueno para El Caleño, lo único bueno, es que al no tener favoritos en esta ocasión podrá disfrutar del fútbol en su máxima expresión. Bordeaux – Lyon y Manchester United – Bayern Munich, sin favoritos, solo noventa minutos, tal vez prórroga y penaltis.

Ayer, en cambio, jugaron y ganaron dos de sus equipos más odiados, sólo superados en ese rubro por el Boca Juniors, por lo que una tarde que suponía feliz y de ensueño se le vino abajo por completo. Primero el Inter gana en Rusia y no importa mucho porque era más que predecible, las esperanzas están depositadas en el Arsenal. Tal vez, piensa El Caleño, los de Londres por fin puedan derrotar a un casi todopoderoso Barcelona, arruinarles la temporada, dañar un fiesta que tienen preparada desde hace meses y casi pasa, por unos minutos. Arsenal marca un gol tempranero pero no sabe manejar el resultado y luego Messi marca una y otra y otra y otra vez. Cuatro a uno gana el Barça y El Caleño ni siquiera termina de ver el partido porque lo molesta indeciblemente la forma en que los narradores de Fox Sport glorifican al diez. El problema que tiene El Caleño con Messi no pasa por el jugador, él no tiene nada que ver, incluso antes le gustaba mucho ver al Barça y los goles de chilena de Rivaldo y la media distancia de Gaizka Mendieta. Ahora que el equipo blaugrana se ha trasformado en un fenómeno de medios y todos, absolutamente todos, creen que tienen algo que decir o un adjetivo más que añadir, el Barcelona y Messi se le han ido al cul, en català. De no ser por la nociva prensa, y El Caleño lo sabe bien porque a ratos es periodista, tendría un cariño especial por el Barça y por Messi. Ante todo en el equipo culé juegan dos de sus jugadores favoritos, Xavi e Iniesta, y es un equipo con una hermosa historia de resistencia, en un estadio donde un pueblo podía ser lo que realmente era durante la dictadura franquista, el corazón de Cataluña, un equipo que siempre ha jugado bien. Ahora todos en el Mundo son hinchas, todos celebran san Jordi y todos subieron el Montjuic, y sólo resta esperar que en los peores momentos esos advenedizos fanáticos también estén con él. Los medios se han encargado también de destruir, para El Caleño, la figura de Messi con su afán estupido de encontrar a un ídolo que sirva para vender revistas y periódicos, los exjugadores argentinos devenidos en periodistas que trabajan para Fox Sport y Espn no encuentran palabras para describirlo y se regodean en una estupidez que les es innata, le dicen Dios y Mesías cuando la respuesta es más sencilla y cercana, es un niño que patea una pelota. Messi es la consumación, el resultado, el fin último de todo lo hermoso que hay en el fútbol. Es el mejor jugador que existe y se le nota en el rostro, se puede sentir esa alegría, como cuando Ronaldinho era joven y hacía las mismas cosas, es el niño que juega en el potrero y al final se lleva el balón a su casa porque es tarde y lo llamaron a comer.

viernes, 2 de abril de 2010

Séptimo día

Y ha pasado una semana desde que le dio las estrellas, una semana desde que se fumó el último cigarrillo y siete días, este post lo marca, desde que empezó con este diario. No ha sido fácil para El Caleño pero allí va, dando tumbos, estrellándose contra las paredes como siempre pero siguiendo con todo, levantándose para volverse a caer. Es Semana Santa en el mundo y muchos de sus amigos han aprovechado los días festivos para viajar y descansar mientras que El Caleño, que no viaja ni descansa, termina trabajos y retoma responsabilidades. El esquema que ideó para dejar de perder tiempo le está dando resultados y, así, El Caleño ha podido volver sobre el guión ese fragmentado y esquivo que se construye de a poco, y con trabajo duro, desde hace más de dos años; volviendo también sobre Mantra de Rodrigo Fresán y City de Alessandro Baricco por motivos tan disímiles como complementarios; empezando a leer el increíble libro de relatos de Henry James, nuevamente cortesía de CA; perdiéndose además en el océano amplio de palabras y mensajes sin sentido que a veces, casi siempre, es Twitter luego de que abriera su cuenta @unmantra, por allí a sus ordenes.

Es Semana Santa y en Cali, de donde es El Caleño, se acostumbra asistir a misas y procesiones, a subir cerros, actividades todas que no van con su personalidad apática y antisocial aunque hoy, y en un “delicioso” arranque de tradición, comiera con gusto un gran vaso de champús mientras se veía un especial sobre la semana santa en España. En realidad había empezado la tarde viendo Inglorious Basterds, la última película con nazis y judíos de Tarantino, pero un impulso lo llevó a ver TVE por un momento y lo impresionaron, a El Caleño, la muy buena forma de contar las muy variadas formas de celebrar la fe que hay en la península. Ya N le había hablado un poco, porque ella es de ir a la iglesia y de santiguarse frente al crucifijo, que en Barcelona había sentido algo muy especial, una espiritualidad que no había experimentado antes y que le era hermoso sentir. A El Caleño le gusta mucho eso, esa espiritualidad en la gente que a él le es esquiva en muchas ocasiones, porque creer en todo eso que acompaña a la Semana Santa sería para él, como lo es para N y para muchos más, una certeza más. La certeza que hay un Dios en el cielo que mira hacia abajo, al que le importan todas estas cosas, al Dios que droga el humo del incienso que se acumula en las cúpulas de las catedrales. El mismo Dios que vería con agrado que El Caleño, en un nuevo arranque de tradición, imitara a los habitantes de un pequeño pueblo de La Rioja española y cubriera entonces su cuerpo con una túnica blanca dejando su espalda al descubierto, caminando de espaldas y golpeándose con un látigo al ritmo impuesto por un cristo que lo sigue de cerca. El Dios al que no le importaría mucho que El Caleño se sentara frente a su PC después, arrellanándose en su asiento, apoyando su espalda sangrante, sintiéndose felizmente incomodo, orgulloso de estrenar su reciente cuenta de Twitter (@unmantra, como ya se dijo por allí a sus ordenes) para iniciar entonces la sacra tarea de inundar el mundo con pequeñas e intrascendentes frases sobre su espiritual experiencia.