sábado, 15 de febrero de 2020

Hambre

Como decidí regresar acá, trato de mantener activo pese a ir dejando post a cuentagotas. Hay de qué hablar, sí, pero a veces no logro que todo calce, que siga un norte. Se intenta, algunos días se logra. En fin.
Esta semana, creo que el mismo día en el que volví a escribir aquí, terminé de leer El Hambre de Martín Caparrós. Empecé, creo, en 2018. Hace dos años. Haciendo las mismas cuentas que el gigante autor/viajero/escritor/periodista/filósofo argentino hace en este libro diría que desde que inició mi periplo entre sus páginas murieron de hambre cerca de 18 millones de personas. Es un dato terrible, como es terrible el libro de Caparrós. Es terrible la realidad que revela, la forma en la que viven y sueñan cientos de millones de personas en países que, como Colombia, no tienen las mismas oportunidades que muchos otros, la oportunidad de pensar en un futuro que implique tres comidas diarias. La posibilidad de un futuro en el que no implique pensar en qué comer más tarde. Entonces, Caparrós nos lleva a Niger y a Sudán del Sur, a la India y a su Argentina a hablar de hambre y de privaciones y de los problemas que persiguen a los hambrientos porque el hambre es la raíz de mil problemas más que no puedes resolver porque tenés hambre, porque tuviste hambre de pequeño y quizá tu cerebro no se desarrolló bien, porque tu mamá tuvo hambre mientras te gestaba, entonces eres producto de una nueva generación de esa hambre que está ahí y no se va, porque a la gente en el poder puede que le sirva que muchos pasen hambre. 
Es horrible, sí. Yo he sido periodista por muchos años y he visto hambre, dolor, muerte, abandono y muchas cosas que quisiera no haber visto. Estar expuesto a lo peor del mundo hace que se normalice, que se deje de sorprender. Sin embargo, El Hambre de Caparrós me costó dos años. Leerlo en dos años. Casi 800 días. Debí dosificarlo porque me dolía. Me dolía leer y pensar que así son las cosas y que nada va a cambiar. Que pese a las buenas intenciones de muchas personas y los esfuerzos que se realizan, nuestra forma de consumir, nuestro desaforo por consumir hacen que se perpetúen las estructuras del hambre. 

miércoles, 12 de febrero de 2020

Ya es mañana

No hay nada que podamos hacer. Nada. Se agota, se consume. Pasa. Lo queramos o no. Lo deseemos o no. Se extingue. Se va como arena y por eso es tan bella, tan cierta, esa metáfora, que no es tal y hay que darle vuelta al reloj. El tiempo.
Siempre es hoy, pero ya es ese mañana del que tanto hablábamos y que no llegaba. Un pasado lleno de quizá, de tal vez sí, de de pronto. Hace un año, días más o menos, escribí aquí por última vez insinuando que iba a volver a escribir. Pues sí, esto es como un mantra. Un eterno regreso, la piedra que nos hace tropezar para caer siempre de maneras distintas. Ya es mañana, más detalles adelante.