domingo, 31 de mayo de 2009

Vigésimo noveno día (pie de página)

310509

Hace poco escribía aquí, mientras me decía y me repetía, que las cosas iban a cambiar. Era una certeza, débil pero certeza al fin y al cabo. Talvez no había procesado completamente esa idea, convencido de que esta era una decisión con cimientos, asida a algo parecido a la realidad. No, para nada. Una hora con C me demostró que todo eso no era más que una falsa esperanza. A veces es bueno poner los pies sobre la tierra.

Hace poco vi a C y le entregué los regalos de cumpleaños que le había prometido hace unos meses. En su casa me mostró un documental que está terminando sobre el MIO y después le pasé un par de cosas que llevaba en la memoria USB, un poco de blues y música de Sigur Rós y Billie Holiday. En la USB usualmente tengo también una carpeta con todas las entradas que he publicado en este diario, desde la número cero, junto a las imágenes que las han acompañado. C, curiosa como siempre, comenzó a leer pasando sin problemas entre estos días, entre estos meses. Mientras leía me dijo que junto a mí el tiempo trascurría diferente, quizá más lento. A veces yo también lo pienso, que mi tiempo es como un reloj de arena, un tiempo tangible que se deja ver, como si fuera manipulable, un tiempo que se desgrana lentamente y cae, sin que pueda hacer nada. Escribo esto y pienso que, en mi caso, es posible que lo difícil sea eso, ver que el tiempo pasa lento frente a mis ojos, saber que todos los relojes que tengo están parados, saber que el día que espero tal vez no llegará nunca. Por esa razón, creo, el volumen cuatro de Watchmen es mi favorito. Es el que se llama “El dueño del tiempo” y en él está Jonathan Osterman, el azul doctor Manhattan, sentado en Marte, sosteniendo una fotografía, mientras que al mismo tiempo, tiempo simultaneo, está en su juventud reparando un reloj mientras los engranajes de ese mismo reloj, más tarde o al mismo tiempo, caen por la ventana de su apartamento, mientras él está sentado en Marte y una foto resbala de sus manos. Tiempo simultaneo, la visión del mismo en todos sus momentos, el eterno retorno, el tiempo que fue y el que vendrá. La imposibilidad de cambiarlo.

A C también le había prometido otra cosa. Llevarle ese increíble “documental” de Sigur Rós llamado Heima. Antes de vernos le había escrito diciéndole que tenía la película perfecta para ella, que era hermosa, que confiara en mí. Luego de algunas dificultades técnicas pudimos empezar a verlo y mientras Islandia sucedía en imágenes y en increíbles canciones, C me hacía preguntas que yo debería haberme hecho antes. Me preguntó sobre la fecha de caducidad, el porque de julio como inicio, los planes, las contingencias, las ganas de mirar al frente o a los lados. Es curioso pero trataba de contestarle y no encontraba nada, como si eso que ella preguntaba no lo hubiese escuchado nunca, como si esas preguntas no me les hubiera hecho ya. Creí tener las respuestas, tener esa certeza, de cambiar, un poco el “no ser persona” del que habla C. Dejar de huir de mí mismo, a C no le gusta huir, aceptar el paso del tiempo, las urgencias de éste así no pueda hacer mucho al respecto. Así hoy sea 2009, 2002, 2004 o 2011.


PD: La cuenta sigue, es un reloj que no para, sigue corriendo aunque parece que la bomba ya ha detonado, o talvez sólo falta muy poco.


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lunes, 25 de mayo de 2009

Vigésimo octavo día (pie de página)

250509

Siempre he pensado que lo mejor de leer es poder releer. De hecho creo que siempre he disfrutado mucho más el releer. Tal vez se deba a que releemos únicamente lo que nos gusta, aunque la sorpresa de una muerte o la certeza de un amor no sean ya las mismas. Es por lo mismo que nos repetimos las películas o porque dejamos en shuffle un álbum que grabó Dylan en 1967. Eterno retorno, movimiento perpetuo, like a rolling stone, un mantra.

Cortázar le hizo decir a la Maga que cada libro que leemos es un libro menos. Contraria a la teoría de un libro-más, la teoría del libro-menos asegura que cada libro que leemos nos va a quitar ese precioso e irrecuperable tiempo que usaríamos, en otro caso, para leer un libro-más. Contrario a lo que desearía Borges no vamos a tener tiempo para leer nunca ese libro de arena donde se encuentran todos los libros entre sus páginas infinitas, debemos escoger entre lo que nos ha sido dado. Si hay tan poco tiempo, si hay tantos libros, porque entonces volver sobre nuestros pasos, porque caminar hacia atrás, sobre nuestras huellas como si quisiéramos comprobar el camino que hemos tomado, entonces repasar a Fresán o a Baricco leyendo Seda, City o La velocidad de las cosas por cuarta vez. Repetir, volver a escuchar o releer no sirven para poder apreciar. La primera vez que se hace algo, la primera vez que se lee a Joyce o a Birce puede que no sean mucho más que interferencia en nuestras pantallas, nada más que una señal de prueba, con muchas líneas y puntos negros. Tal vez el mensaje se trasmita pero hacen falta matices, como cuando una fotografía a blanco y negro no es más que una mancha de gris cinco, y entonces mover el diafragma, controlar el revelado. Lo importante es no darse por vencido, regresar al libro, leerlo de nuevo hasta que la recepción sea perfecta, HD, hasta que nuestra imagen tenga al fin todos los tonos de gris.

Así podemos encontrar al autor en cada guiño, disfrutar de su estilo más que de las acciones de sus personajes, conocer el mecanismo exacto que pone en funcionamiento ese reloj. Mirar, la he visto mil veces, Mala Sangre de Carax y seguir enamorado de esa boca roja; leer, lo he hecho mucho, Océano Mar de Baricco y continuar esperando en la posada; escuchar, una y otra vez, a Juana Molina o a Bob Dylan o a Sigur Rós o a Opera IX o a Desmond Dekker. Repetir las cosas una y otra vez y que el truco siga surtiendo efecto. Parafraseando a un ciego famoso diría que hay personas que se vanaglorian de los libros que han podido escribir, otros de los que les ha sido dado leer y hay unos, los menos, de los libros que han podido releer en ese eterno retorno, con ese movimiento perpetuo, like a rolling stone, como un mantra.

PD1: Este fin de semana me lavé el pelo. Hoy en la mañana, mientras me peinaba las dreads me encontré una cana. La primera. Lo malo de la vejez es que no llega sola.

PD2: Sigue corriendo el tiempo, inexorablemente voy hacia el final. Falta poco.

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jueves, 21 de mayo de 2009

Vigésimo séptimo día (pie de página)

210509

Ahora que los pies de página se han tomado el poder es más fácil seguir de largo. Escribir si la restricción del tiempo y sólo usar los días como si se estuviera contando, hasta treinta o quizá hasta treinta y uno. La ilustración que acompaña a este día es de Liniers. El primer boceto que el genial artista argentino hizo de Enriqueta junto a su oso de peluche Madariaga. En él una muy pequeña Enriqueta le da las gracias por ser su amigo, así entonces, cuando esto está por finalizar, tengo que empezar a dar las gracias, a unos cuantos que han estado allí, siempre, sólo viendo el lado positivo, el lado A del disco, puro más sin menos.

Empezar por lo importante, MC y AM, que son como mis hermanitas, a las que quiero mucho a pesar de casi no verlas ahora. MC que es una niña increíble y AM con quien peleo siempre, con quien me reconcilio siempre. N, con quien después de terminar una relación bastante difícil empezamos otra que va a durar toda la vida. C con quien me reencontré luego de unos años y que sigue siendo esa misma niña a la que conocí hace tanto. Los amigos de la U, los que siempre están, los que siempre fueron, AB, MS, AA, DG, LN, LAN, PP, IP, MG, FR, CA, VG, EA, LH y muchos más, las consonantes, las vocales no alcanzan, se repiten, se agotan. También están los amigos de la infancia, los de mi barrio, nombres que se han ido y que ya no encuentro, rostros a los que no les pasa el tiempo, recuerdos que siempre van a estar como raspaduras en las rodillas o cometas que caen lejos. Los amigos del trabajo, está FV con quien puedo hablar por horas, LM que me va a regalar un gato, GG y su practicidad, SO que siempre está riendo y CB que es una más de nosotros. Los amigos del colegio con quienes he intentado reencontrarme como RR, AL, FL, AN.

Hablar de T, mi mejor amiga de toda la vida, de los años que la conocí y de todo lo que vivimos juntos, de su perdida que fue mi primer golpe duro, del dolor, de los años que siguieron. Hablar de los que vienen, de los que van a hacer. Brindar por ellos, para que no se acabe.

PD: Toda antesala al fin del mundo tiene una cuenta regresiva, la mía empieza en cinco, como todas. El tiempo se agota. ¿Dónde estará Kiefer Sutherland cuando se le necesita?

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Capitulo único *

Nuevamente un bonus track, esta vez a petición de mi muy querida MC quien se acordó de un cuento escrito para la clase de escritura III en la U y con Hernán Toro. Un cuento de finales de 2003 que pretendía, torpemente, ser un homenaje a un libro que empezaba a importar mucho.


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¿Encontraría a la Maga? Horacio medio perdido en el tiempo, Buenos Aires, Montevideo, La Plata y el río, la transilvania de Ossip, París y sus calles que transpiran y vomitan amor. Ahora Buenos Aires y sus heladas mañanas que dan calor. Buenos Aires y la clínica de Ferraguto. Ferraguto y su cuarto con vista. Vista a la rayuela del patio donde la Maga-Talita salta tratando de alcanzar su cielo. Horacio perdido en su vista al horizonte, l’alba. Y París, la lejana y esquiva París y la zona de terrenos baldíos que hay más allá de Boulevard Jourdan donde se reunían a veces los del Club de la Serpiente. Y la rue de Seine y la rue Danton y la rue Dauphine y la rue Monge, y sus moteles donde conocía a la Maga, donde le exigía servilismos adolescentes y caricias autómatas. Horacio se dejaba llevar por la brisa que a esa hora calaba hasta los huesos, perdiéndose en la arritmia con la que cebaba un mate y dibujando imágenes cercanas de un París distante. La Maga y Ossip sentados a la luz de la vela una fría noche en el cuarto de Ronald. Horacio consolando a Babs y mirando a su Maga, a su Maga preadánica, la maga ausente. La Maga confiando en Ossip y reflejando en sus pupilas la luz de las velas y Ossip hablándole de sus tres madres y la Maga contándole que se llama Lucía y que fue violada por un negro. Horacio se acercó un poco más a la ventana. Aún en su habitación había restos de piolines y palanganas sobrevivientes de su encuentro con Traveler. Manú-Talita, Horacio-Maga. Eran iguales pero diferentes. Traveler-Horacio, Talita-Maga. Horacio era Manú y Talita era de los dos. Traveler y Horacio en el cuarto con vista. Talita abajo como previniendo una desgracia. Talita-Maga pisando la rayuela al lado de su cielo, mirando la ventana desde donde ahora Horacio cebaba su mate y contemplaba el cielo. Horacio sorbió el mate como nunca lo había hecho en París. Se dejaba abordar por el amargo sabor de la yerba argentina y por el recuerdo de su maga perdida. “Toc, toc tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc te picotea todo el tiempo, quiere que le des de comer comida argentina”. Y sentía los dedos-pajaritos de la Maga hurgándole el cerebro, trayéndole el recuerdo de situaciones menos alegres. Jazz, Perico Romero, Etienne, Berthe Trépart (¿pourquoi Berthe Trépart?) y la última reunión en su apartamento. El viejo del piso de arriba quejándose y el club escuchando Jazz. Jazz susurro cada vez mas bajo y la Maga hablando con Ossip, y Horacio poniendo Brahms y Mozart, luego Monk, Satchmo y Johnny Temple.

Between midnight and dawn, baby we may ever have to part,

But there’s one thing about it, baby, please remember I’ve always been you heart.

A ritmo de Jazz y de insultos son las tres de la mañana. Su maga busca una cuchara y trata de darle un jarabe a su bebé. Rocamadour, bebé muerto. Rocamadour. Muerto mientras hablaban a su lado. Rocamadour y la carta en el espejo. Horacio dio un giro en el marco de la ventana, con una mano sostenía el mate recién cebado y con la otra sujetaba el borde de ésta. Observó sus pies colgados en el vacío y se vio tan cerca del cielo que cerró los ojos ante la posibilidad de quedar ciego por la luz divina. ¿Dónde estaría la Maga? París, Montevideo, Perugia o aquí, en Buenos Aires, durmiendo aún con Travaler. Abrió de nuevo los ojos y vio a la Maga hablándole en glíglico, preguntándole si la guntiaba y que si plinearía por ella, pero no, ahora era Talita que le hablaba en lengua ispamerikana leyendo las notisias del periódiko y dando egenplos de ombres de pensamiento y aksión, de moral i de kultura. Horacio se estremeció. Un escalofrío punzante provocado por el calor recorrió su cuerpo. Dio un último sorbo al mate y lo lanzó apuntando a la rayuela de abajo. Notó como el agua arrastraba suavemente la masa de verde yerba a través de la casilla 5. El estruendo había sido un poco fuerte. Horacio se dedicó a contemplar las verdes nubes que se dirigían hacia el cielo. Estuvo otro rato en esa posición y decidió volver a entrar a su pieza. Dio media vuelta y se apoyó en el borde de un asiento que se encontraba cercano a él. Bajó de la ventana y ya en la penumbra de su cuarto vio a la Maga-Talita avanzar a través de un pasillo, medio dormida aún, como recordando lo de anoche y deteniéndose en la rayuela con un pie afuera y otro en el cielo, picándose los ojos con una mano y cubriéndose la boca con la otra. Para Horacio su kibbutz había sido resuelto, su duda existencial aclarada, el guijarro lanzado en París había caído ya en la casilla donde la Maga tenía el pie y nada detenía ahora su avance. Horacio vio como Talita se marchaba pero su maga se quedaba y se encontraba con ella en el cielo, y...

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Y si regresáramos a París - dijo Horacio tratando de no parecer muy ansioso ante la respuesta - podríamos volver a empezar, formar otro club.

La Maga lo miraba fijamente, clavando sus ojos en los de él, recorriendo su iris con la mirada como viajando sin dirección.

Sí Maga, todo sería perfecto, podríamos perdernos para encontrarnos, recorrer las ferias, mirar los peces (550 fr. Pièce) y hasta aprender juntos.

La Maga se dejaba bombardear por afirmaciones sin respuesta, mirando fijamente a Horacio, desplazándose sutilmente por las casillas de la rayuela. Horacio trató de sentirla. Avanzó un poco temeroso de perderla de nuevo, cerrando los ojos para tratar de oler y escuchar lo que no podía ver. Estiró totalmente su brazo esperando sentir su boca húmeda en la punta de los dedos. La esperanza de tenerla otra vez hacía que Horacio experimentara toda suerte de sensaciones y fragancias olvidadas ya en cuartos de hotel y habitaciones sucias.

Horacio por fin la ordopedó, entre arguténdidas gasas se apeltronaron en uno solo, en un solo clemiso. Tropezaban, ulicordiaban y tordulaban amalándose una y otra vez, haciendo de su día noche y de su ortelunio una incopelusa inextricable.

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martes, 19 de mayo de 2009

Vigésimo sexto día (V)

190509

En diez días se cumplirán cinco años de la muerte de V. Cinco años que han pasado muchísimo más rápido de lo que nunca creí, tal vez porque ahora soy otro, muy diferente a ese que, cinco años atrás, sufría porque la mujer que más amaba estaba internada en una clínica muy lejos de él. En esa época, 2004, V llevaba ya un año viviendo con su papá y estudiando medicina en Bucaramanga. Éramos novios desde hacia tres años aunque cuando se fue decidimos “terminar con todo”. Nunca pudimos terminar, de hecho, ese amor que sentíamos creció exponencialmente con la distancia, todo era una especie de idealización, una idea de lo que el amor debía ser de verdad, un amor que ni siquiera el otro podía arrebatar. La última vez que nos vimos, unos tres meses antes de que muriera, ni siquiera nos besamos, no porque no quisiéramos sino porque habíamos decidido, nuevamente, terminar. Después extrañé ese beso, pero como saberlo entonces.

La noticia de su muerte me golpeó como un bate un sábado en la mañana, cuando la llamé y me contestó su mamá con una voz que no era la misma. Durante los quince días que estuvo en la clínica habíamos logrado hablar en un par de ocasiones. Me decía que le dolía todo pero que ya estaba bien, que no quería que la viera porque estaba fea y porque a mí me iba a doler mucho verla así. De ese último día no recuerdo mucho, una voz diciéndome con muchos rodeos que hubo un problema, que las cosas se habían complicado, que los médicos habían hecho todo lo posible… después nada, estática, en mí. El primer mes fue difícil, pero poco a poco me fui “acostumbrando” a esa incomodidad, a vivir con un vacío en el pecho que pensé nunca iba a volver a llenar. Aunque después fue N, aunque ahora es L.

El libro favorito de V era Rayuela. Le encantaba. Odiaba a Horacio por haber dejado ir a la Maga, se aburría con las conversaciones del Club de la serpiente porque ella no escuchaba jazz y lo metafísico no le importaba. V era la Maga. Estaba perdida en medio de todos, en la mitad del mundo, era la mejor y ni siquiera lo sabía, ella era Lucía saltando a un río, ella era l’enfant Rocamadour, un espejo, esos ojos verdes, una carta sin marcar, el juguete nuevo, la visita que hay que hacer. Desde hace cuatro años a finales de mayo, en lugar de estar triste o visitar un cementerio para dejar flores, leo Rayuela. Creo que es el mejor homenaje que puedo hacerle a V. Leer una y otra vez, cada año repitiéndolo como si se tratara del mantra perfecto, de la edición original de la Editorial Sudamericana que tengo y que ella envidiaba tanto. Esa edición perfecta que conseguí, aún tengo la factura, un 18 de noviembre de 2003, el día que cumplíamos dos años. Dos años que fueron tres, tres que ahora serán ocho.

domingo, 17 de mayo de 2009

Vigésimo quinto día (pie de página)

170509

A veces no tengo muy claro que es lo que de verdad me gusta. Hay personas, creo que la mayoría, que están convencidas de que la personalidad de alguien es definida por sus gustos. A mí, por ejemplo, me gusta, cuando leo fotocopias, tocar las letras en relieve y sentirlas como si fuera braille; a MC le gusta el olor de la pintura fresca y también comer Pegastic; a L le encantan las vacas. Hay miles de encuestas que nos lo dicen y cientos de test en Facebook que nos confirman nuestras filiaciones, que separan y agrupan. Hay personas a las que sus odios también las agrupan, tal vez son las peores pero tienen certezas, un odio por más patético que parezca también es, en ocasiones, una certeza. Una certeza es lo más importante. Creer en Dios es un ejemplo de eso. De verdad admiro a las personas capaces de creer, las que le dedican la vida a ese Dios sin rostro, o con muchos según el país en el que se viva, a las que esa devoción las hace felices.

Creo que ahora estoy empezando a odiar al periodismo, y tal vez sea eso ahora lo que me define. No la idea misma sino su aplicación. Cuando estaba en la universidad todo lo que tenía que ver con las letras estaba idealizado e intercambiaba y mezclaba a Kafka, Borges y Baricco con Wolfe, Mailer y Capote. Creo que soñaba con ser periodista, cubrir una guerra, ser independiente. Cuando empecé a trabajar en el periódico donde estoy actualmente, C también empezaba, pero en el periódico “rival”. Ambos éramos reporteros en el área judicial, estábamos en contacto con las “autoridades”, seguíamos crímenes y hacíamos todo lo que debe hacer un reportero judicial en una ciudad tan peligrosa como Cali. Me acuerdo que C fue la primera en desencantarse de todo, recuerdo también que me hablaba de su jefe, el tipo que le pedía que metiera en sus notas “más huesitos y más carnita”, un eufemismo para sangre y lagrimas. A mí el desencanto me llegó tarde, esas ganas de cambiar al mundo, de trascender, se han empezado a extinguir. Las certezas se me acaban de a poco y hace unos días releí unas líneas que sentí como propias. “En casa he terminado unos textos de los que hacen de mí periodista sin rango ni ambición, muy fáciles y automáticos. El periodismo me repugna cada día más, pero es muy cómodo.” Es cómodo y es eso lo que me está acabando conmigo.

Lo único que me reconforta ahora es que todo en mi vida tiene fecha de caducidad. Todo expirará pronto, no cambiarán los gustos pero sí las prioridades. Los primeros días de julio todo tendrá que cambiar, todo, y eso es una certeza. Si esto fuera un diario explicaría más cosas.

PD: Aquí reproduzco parte de un mail, enviado a otra persona, que tiene la particularidad de decir todo lo que necesito decir a veces.

“No nos conocemos, pero me resultas un buen tío y te voy a hacer una consulta. Quería preguntarte si sufres momentos de... bueno, si a veces te quedas sin ideas o sin ganas de llevarlas a cabo. Sin tener motivos para ello. Ya sabes, todo es igual –de bueno- que antes, pero no te apetece escribir, dibujar o lo que sea. Yo hago tebeos, y de repente he perdido esa puta ilusión que tenía hacia mi trabajo. ¿Esto es pasajero? ¿Te sucede de vez en cuando? Entiendo que este email es una mariconada, joder, vaya si lo entiendo, pero si me comentas algo al respecto te lo agradeceré bastante. Estoy en medio de un desierto. Al menos no te he pedido pasta ni curro.”

miércoles, 13 de mayo de 2009

Vigésimo cuarto día (un paisaje lejos de aquí)

130509

Hace unos meses El Caleño descubrió una imagen que no lo ha abandonado desde que la vio por primera vez en un blog. Era diciembre y en un interesante perfil de mujer en last.fm encontró el enlace. En Forest Eyes se pueden ver fotos e ilustraciones hechas por Raquel, una talentosa española de 23 años a la que le también le gusta mucho hornear pan. Si bien El Caleño en su primera visita a ese blog encontró muchas cosas que le parecieron increíbles, la imagen que más le impactó, la que más le gustó fue una, la que ilustra este post, donde aparece un paisaje que está muy lejos de aquí. En realidad no es un paisaje, no es una toma general donde aparezcan montañas, un río o una pequeña cabaña, en este caso a lo que El Caleño llama paisaje es a una foto de dos plantas. Una de ellas, de las plantas, parece una menta, o hierbabuena como la llaman en donde él vive, la otra por su parte está cubierta de pequeñas florcitas blancas, de esas que crecen en medio del pasto y las que a veces no se les presta mucha atención. Dos plantas en foco mientras el fondo, un mar verde en un contraluz preciso, sin que se pierdan las plantas entre las sombras, sin que el sol lo cubra todo. La luz se cuela desde un extremo para dar esa fantástica visión del paraíso, dos plantas, una menta y el sol, después nada, tal vez una película de Sofía Coppola o una canción de Juana Molina.

Es curioso, se dice El Caleño, lo que una simple foto fuera de contexto puede causar en alguien, aunque las mejores imágenes son precisamente esas. Las mejores imágenes son las que cuentan una historia en sí mismas, las que no necesitan nada que las explique, ni un pie de foto, ni a alguien de apellido Barthes. Fotos como esta, la que tomó una mujer llamada Raquel en un lugar muy lejos de aquí o como las que toma C en Cali, fotos que se quedan mirando al mundo sin decir nada y diciéndolo todo, con el sol a la espalda, con esas ganas increíbles de tirarse sobre la hierba hasta que el día acabe, hasta que todo vuelva a empezar.

domingo, 10 de mayo de 2009

Vigésimo tercer día (pie de página)

100509

Otro pie de página y aquí las cosas ya se empiezan a ver como un documento académico. Tantos pies de página que explican, o tratan de hacerlo, el verdadero texto. Pies que remiten a otros, pies hipertexto que parecen una obra de Bourdieu o Baudrillard, por el comentario y la anotación, por el número que llevan escrito al frente, por el nombre del autor y la editorial. Otra vez el yo, y me señalo el pecho como CA cuando está ebrio, el yo que se impone sin que nada se le resista.

Hace poco estuve releyendo lo que hasta ahora he escrito para esta suerte de diario. Es por todos conocido que entre más escribimos de más cosas tenemos que arrepentirnos y luego de repasar las, hasta ahora, veintidós entradas no hay mucho que rescatar. Tal vez el hecho de hacer memoria y recordar mientras releo sea la cualidad más destacable, pero me avergüenzo de la falta de pericia al escribirlo, como lo haré en pocos días cuando relea esto y no haya nada que hacer. También es reprochable el lugar común en el que se han trasformado ciertos temas y como dos o tres consonantes son un eterno retorno, aunque haya dejado de hablar de C como si ella si hubiese extinto, pero allí está la amistad de N y también L a la que quiero demasiado pero sin que eso importe.

Mucho se ha escrito en el mundo sobre el amor. Muy poco he escrito de amor en este blog, en cambio he hablado demasiado sobre las mujeres que quiero y adoro. Me es difícil decir te amo y he sido muy cuidadoso con la palabra, no la he gastado, no la he derrochado, ha sido usada cuando es necesario aunque a veces creo que debí decirla antes, cuando lo que le decía de verdad importaba. Hace varios años no digo te amo y estoy seguro que los dedos de una mano bastan para contar el número de veces que se lo repetí a N. La palabra amor tiene muchas espinas, muchos pinchos con los cuales herirse, y a veces se puede terminar una relación sin que nunca se haya pronunciado, aunque hay personas que la repiten, la conjugan en todos los tiempos y en todas las personas, como un mantra que se va desgastando.

Con N llegó en un momento inesperado, tras un año de noviazgo, mientras ella sostenía una cerveza y seguía la letra de Digital Love de Daft Punk con los ojos cerrados. Ojos que sólo se abrieron para comprobar que eso que le decían al oído era verdad, que ese beso corto significaba todo. Si bien las epifanías no nos encuentran usualmente en fiestas de ingenieros industriales, verla allí, así, me hizo dar cuenta de que no la quería perder nunca. Algunos años después nada cambió pero todo cambió. Estamos juntos pero no podemos estar juntos, es difícil pero a ambos nos funciona, al menos somos amigos.

Antes de N fue Viviana a la que se lo dije, se lo repetí y nunca me cansé de decírselo. V, mi muy personal Maga de Cortázar, y el primer amor, el de toda la vida. V y cantar A Merced de Gustavo Cerati, la canción perfecta para amar a una mujer, para decir te quiero, para cantarla suave al oído, para decirla mientras se tocan lentamente los labios. Antes de V fueron otras que no importaron tanto, Lina A que se fue lejos o Diana Q con quien me reencontré hace poco.

Ahora es L, antes fue L. A L la conocí hace un par de años, cuando apenas terminaba con N y no esperaba encontrar tan pronto a alguien que ocupara ese lugar. También con ella supe el momento exacto en el que esa palabra corta y punzante se abría espacio en mí, aunque no la dije. Fue un día que íbamos juntos para su casa y ella escuchaba a La Prohibida, un cantante español y travesti. Otra epifanía, otra vez ese sentir, mientras ella se mordía los labios y movía lento los hombros, pero en esa oportunidad no dije nada. Muchos te quiero pero nada más. Ahora L se fue y se me ha hecho difícil dejarla ir, pero debo hacerlo aunque me duela, así esto con espinas que tengo en el pecho, y que a veces tiene tantos nombres, lo quiera impedir. Eso de lo que se ha escrito tanto, eso de lo que he escrito tan poco.


Bonus track: Una pequeña escuela en Rusia

Tanto como nueve mil millones de voltios… estas son palabras de un pequeño niño ruso refiriéndose a lo mucho que extraña a su mejor amigo, muerto en la toma a su colegio perpetrada en 2004 por terroristas chechenos. En su rostro, no tiene más de diez años, no se ve ya ni un atisbo de niñez , sólo su voz, su manera de expresarse, los 9.000 millones de voltios hacen que veamos al niño que ya no está.

Ayer en la noche vi un documental en Caracol en el programa “otras miradas”, en él había crudas imágenes de niños rusos corriendo por sus vidas, huyendo de la escuela tomada por los chechenos luego de tres días de secuestro, también se veían a niños en camilla y sangre, mucha sangre. Entre las entrevistas a los sobrevivientes hubo un testimonio impresionante. Una niña decía que ese día sólo habían muerto los mejores niños, los más inteligentes y hermosos. Decía que Dios los había escogido para que dejaran de sufrir en el cruel mundo, el mundo donde ahora ellos debían vivir.

Hay otra niña también, hermosa, el pelo desordenado, ojos pequeños perfectamente eslavos, cachetes rosados. Dice que todos los días dibuja lo mismo. No tiene más de diez años y dibuja siempre la misma escena. Un gimnasio de colegio y, en él, un hombre encapuchado. Por las ventanas unas olas rojas que son fuego, pero parecen sangre. La niña mira a la cámara y dice que es la única forma de expresar el odio y la rabia que siente. Toma el dibujo, el que hace cada día, lo rompe en pedazos, hace una pila y la enciende. Dice que cada vez que hace eso siente un alivio, aunque desea causarles el mayor sufrimiento a los terroristas, desearía patearlos y pisotearlos mientras se queman lentamente. Después ríe, aunque ya sabemos lo peor.