domingo, 10 de mayo de 2009

Vigésimo tercer día (pie de página)

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Otro pie de página y aquí las cosas ya se empiezan a ver como un documento académico. Tantos pies de página que explican, o tratan de hacerlo, el verdadero texto. Pies que remiten a otros, pies hipertexto que parecen una obra de Bourdieu o Baudrillard, por el comentario y la anotación, por el número que llevan escrito al frente, por el nombre del autor y la editorial. Otra vez el yo, y me señalo el pecho como CA cuando está ebrio, el yo que se impone sin que nada se le resista.

Hace poco estuve releyendo lo que hasta ahora he escrito para esta suerte de diario. Es por todos conocido que entre más escribimos de más cosas tenemos que arrepentirnos y luego de repasar las, hasta ahora, veintidós entradas no hay mucho que rescatar. Tal vez el hecho de hacer memoria y recordar mientras releo sea la cualidad más destacable, pero me avergüenzo de la falta de pericia al escribirlo, como lo haré en pocos días cuando relea esto y no haya nada que hacer. También es reprochable el lugar común en el que se han trasformado ciertos temas y como dos o tres consonantes son un eterno retorno, aunque haya dejado de hablar de C como si ella si hubiese extinto, pero allí está la amistad de N y también L a la que quiero demasiado pero sin que eso importe.

Mucho se ha escrito en el mundo sobre el amor. Muy poco he escrito de amor en este blog, en cambio he hablado demasiado sobre las mujeres que quiero y adoro. Me es difícil decir te amo y he sido muy cuidadoso con la palabra, no la he gastado, no la he derrochado, ha sido usada cuando es necesario aunque a veces creo que debí decirla antes, cuando lo que le decía de verdad importaba. Hace varios años no digo te amo y estoy seguro que los dedos de una mano bastan para contar el número de veces que se lo repetí a N. La palabra amor tiene muchas espinas, muchos pinchos con los cuales herirse, y a veces se puede terminar una relación sin que nunca se haya pronunciado, aunque hay personas que la repiten, la conjugan en todos los tiempos y en todas las personas, como un mantra que se va desgastando.

Con N llegó en un momento inesperado, tras un año de noviazgo, mientras ella sostenía una cerveza y seguía la letra de Digital Love de Daft Punk con los ojos cerrados. Ojos que sólo se abrieron para comprobar que eso que le decían al oído era verdad, que ese beso corto significaba todo. Si bien las epifanías no nos encuentran usualmente en fiestas de ingenieros industriales, verla allí, así, me hizo dar cuenta de que no la quería perder nunca. Algunos años después nada cambió pero todo cambió. Estamos juntos pero no podemos estar juntos, es difícil pero a ambos nos funciona, al menos somos amigos.

Antes de N fue Viviana a la que se lo dije, se lo repetí y nunca me cansé de decírselo. V, mi muy personal Maga de Cortázar, y el primer amor, el de toda la vida. V y cantar A Merced de Gustavo Cerati, la canción perfecta para amar a una mujer, para decir te quiero, para cantarla suave al oído, para decirla mientras se tocan lentamente los labios. Antes de V fueron otras que no importaron tanto, Lina A que se fue lejos o Diana Q con quien me reencontré hace poco.

Ahora es L, antes fue L. A L la conocí hace un par de años, cuando apenas terminaba con N y no esperaba encontrar tan pronto a alguien que ocupara ese lugar. También con ella supe el momento exacto en el que esa palabra corta y punzante se abría espacio en mí, aunque no la dije. Fue un día que íbamos juntos para su casa y ella escuchaba a La Prohibida, un cantante español y travesti. Otra epifanía, otra vez ese sentir, mientras ella se mordía los labios y movía lento los hombros, pero en esa oportunidad no dije nada. Muchos te quiero pero nada más. Ahora L se fue y se me ha hecho difícil dejarla ir, pero debo hacerlo aunque me duela, así esto con espinas que tengo en el pecho, y que a veces tiene tantos nombres, lo quiera impedir. Eso de lo que se ha escrito tanto, eso de lo que he escrito tan poco.


Bonus track: Una pequeña escuela en Rusia

Tanto como nueve mil millones de voltios… estas son palabras de un pequeño niño ruso refiriéndose a lo mucho que extraña a su mejor amigo, muerto en la toma a su colegio perpetrada en 2004 por terroristas chechenos. En su rostro, no tiene más de diez años, no se ve ya ni un atisbo de niñez , sólo su voz, su manera de expresarse, los 9.000 millones de voltios hacen que veamos al niño que ya no está.

Ayer en la noche vi un documental en Caracol en el programa “otras miradas”, en él había crudas imágenes de niños rusos corriendo por sus vidas, huyendo de la escuela tomada por los chechenos luego de tres días de secuestro, también se veían a niños en camilla y sangre, mucha sangre. Entre las entrevistas a los sobrevivientes hubo un testimonio impresionante. Una niña decía que ese día sólo habían muerto los mejores niños, los más inteligentes y hermosos. Decía que Dios los había escogido para que dejaran de sufrir en el cruel mundo, el mundo donde ahora ellos debían vivir.

Hay otra niña también, hermosa, el pelo desordenado, ojos pequeños perfectamente eslavos, cachetes rosados. Dice que todos los días dibuja lo mismo. No tiene más de diez años y dibuja siempre la misma escena. Un gimnasio de colegio y, en él, un hombre encapuchado. Por las ventanas unas olas rojas que son fuego, pero parecen sangre. La niña mira a la cámara y dice que es la única forma de expresar el odio y la rabia que siente. Toma el dibujo, el que hace cada día, lo rompe en pedazos, hace una pila y la enciende. Dice que cada vez que hace eso siente un alivio, aunque desea causarles el mayor sufrimiento a los terroristas, desearía patearlos y pisotearlos mientras se queman lentamente. Después ríe, aunque ya sabemos lo peor.

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