domingo, 31 de mayo de 2009

Vigésimo noveno día (pie de página)

310509

Hace poco escribía aquí, mientras me decía y me repetía, que las cosas iban a cambiar. Era una certeza, débil pero certeza al fin y al cabo. Talvez no había procesado completamente esa idea, convencido de que esta era una decisión con cimientos, asida a algo parecido a la realidad. No, para nada. Una hora con C me demostró que todo eso no era más que una falsa esperanza. A veces es bueno poner los pies sobre la tierra.

Hace poco vi a C y le entregué los regalos de cumpleaños que le había prometido hace unos meses. En su casa me mostró un documental que está terminando sobre el MIO y después le pasé un par de cosas que llevaba en la memoria USB, un poco de blues y música de Sigur Rós y Billie Holiday. En la USB usualmente tengo también una carpeta con todas las entradas que he publicado en este diario, desde la número cero, junto a las imágenes que las han acompañado. C, curiosa como siempre, comenzó a leer pasando sin problemas entre estos días, entre estos meses. Mientras leía me dijo que junto a mí el tiempo trascurría diferente, quizá más lento. A veces yo también lo pienso, que mi tiempo es como un reloj de arena, un tiempo tangible que se deja ver, como si fuera manipulable, un tiempo que se desgrana lentamente y cae, sin que pueda hacer nada. Escribo esto y pienso que, en mi caso, es posible que lo difícil sea eso, ver que el tiempo pasa lento frente a mis ojos, saber que todos los relojes que tengo están parados, saber que el día que espero tal vez no llegará nunca. Por esa razón, creo, el volumen cuatro de Watchmen es mi favorito. Es el que se llama “El dueño del tiempo” y en él está Jonathan Osterman, el azul doctor Manhattan, sentado en Marte, sosteniendo una fotografía, mientras que al mismo tiempo, tiempo simultaneo, está en su juventud reparando un reloj mientras los engranajes de ese mismo reloj, más tarde o al mismo tiempo, caen por la ventana de su apartamento, mientras él está sentado en Marte y una foto resbala de sus manos. Tiempo simultaneo, la visión del mismo en todos sus momentos, el eterno retorno, el tiempo que fue y el que vendrá. La imposibilidad de cambiarlo.

A C también le había prometido otra cosa. Llevarle ese increíble “documental” de Sigur Rós llamado Heima. Antes de vernos le había escrito diciéndole que tenía la película perfecta para ella, que era hermosa, que confiara en mí. Luego de algunas dificultades técnicas pudimos empezar a verlo y mientras Islandia sucedía en imágenes y en increíbles canciones, C me hacía preguntas que yo debería haberme hecho antes. Me preguntó sobre la fecha de caducidad, el porque de julio como inicio, los planes, las contingencias, las ganas de mirar al frente o a los lados. Es curioso pero trataba de contestarle y no encontraba nada, como si eso que ella preguntaba no lo hubiese escuchado nunca, como si esas preguntas no me les hubiera hecho ya. Creí tener las respuestas, tener esa certeza, de cambiar, un poco el “no ser persona” del que habla C. Dejar de huir de mí mismo, a C no le gusta huir, aceptar el paso del tiempo, las urgencias de éste así no pueda hacer mucho al respecto. Así hoy sea 2009, 2002, 2004 o 2011.


PD: La cuenta sigue, es un reloj que no para, sigue corriendo aunque parece que la bomba ya ha detonado, o talvez sólo falta muy poco.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

que bonita huella que alguien dejo en esa foto...