domingo, 17 de mayo de 2009

Vigésimo quinto día (pie de página)

170509

A veces no tengo muy claro que es lo que de verdad me gusta. Hay personas, creo que la mayoría, que están convencidas de que la personalidad de alguien es definida por sus gustos. A mí, por ejemplo, me gusta, cuando leo fotocopias, tocar las letras en relieve y sentirlas como si fuera braille; a MC le gusta el olor de la pintura fresca y también comer Pegastic; a L le encantan las vacas. Hay miles de encuestas que nos lo dicen y cientos de test en Facebook que nos confirman nuestras filiaciones, que separan y agrupan. Hay personas a las que sus odios también las agrupan, tal vez son las peores pero tienen certezas, un odio por más patético que parezca también es, en ocasiones, una certeza. Una certeza es lo más importante. Creer en Dios es un ejemplo de eso. De verdad admiro a las personas capaces de creer, las que le dedican la vida a ese Dios sin rostro, o con muchos según el país en el que se viva, a las que esa devoción las hace felices.

Creo que ahora estoy empezando a odiar al periodismo, y tal vez sea eso ahora lo que me define. No la idea misma sino su aplicación. Cuando estaba en la universidad todo lo que tenía que ver con las letras estaba idealizado e intercambiaba y mezclaba a Kafka, Borges y Baricco con Wolfe, Mailer y Capote. Creo que soñaba con ser periodista, cubrir una guerra, ser independiente. Cuando empecé a trabajar en el periódico donde estoy actualmente, C también empezaba, pero en el periódico “rival”. Ambos éramos reporteros en el área judicial, estábamos en contacto con las “autoridades”, seguíamos crímenes y hacíamos todo lo que debe hacer un reportero judicial en una ciudad tan peligrosa como Cali. Me acuerdo que C fue la primera en desencantarse de todo, recuerdo también que me hablaba de su jefe, el tipo que le pedía que metiera en sus notas “más huesitos y más carnita”, un eufemismo para sangre y lagrimas. A mí el desencanto me llegó tarde, esas ganas de cambiar al mundo, de trascender, se han empezado a extinguir. Las certezas se me acaban de a poco y hace unos días releí unas líneas que sentí como propias. “En casa he terminado unos textos de los que hacen de mí periodista sin rango ni ambición, muy fáciles y automáticos. El periodismo me repugna cada día más, pero es muy cómodo.” Es cómodo y es eso lo que me está acabando conmigo.

Lo único que me reconforta ahora es que todo en mi vida tiene fecha de caducidad. Todo expirará pronto, no cambiarán los gustos pero sí las prioridades. Los primeros días de julio todo tendrá que cambiar, todo, y eso es una certeza. Si esto fuera un diario explicaría más cosas.

PD: Aquí reproduzco parte de un mail, enviado a otra persona, que tiene la particularidad de decir todo lo que necesito decir a veces.

“No nos conocemos, pero me resultas un buen tío y te voy a hacer una consulta. Quería preguntarte si sufres momentos de... bueno, si a veces te quedas sin ideas o sin ganas de llevarlas a cabo. Sin tener motivos para ello. Ya sabes, todo es igual –de bueno- que antes, pero no te apetece escribir, dibujar o lo que sea. Yo hago tebeos, y de repente he perdido esa puta ilusión que tenía hacia mi trabajo. ¿Esto es pasajero? ¿Te sucede de vez en cuando? Entiendo que este email es una mariconada, joder, vaya si lo entiendo, pero si me comentas algo al respecto te lo agradeceré bastante. Estoy en medio de un desierto. Al menos no te he pedido pasta ni curro.”

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