viernes, 25 de marzo de 2011

Undécimo día

Tal vez esto llega un poco antes pero a veces, casi siempre, a El Caleño las cosas se le imponen. Habla de Rayuela y la costumbre de leerlo cada año a mediados de abril, aunque por ahora lee El Castillo de Kafka, pero antes de seguir con eso habla un poco y contextualiza. Buscando en su closet el cargador del celular, El Caleño encuentra por casualidad una vieja billetera. Fue un regalo de cumpleaños que le dio V hace mucho tiempo, unos diez años, y ya la había olvidado. Curioso como es comenzó a hurgar en ella encontrando basura variada y en un bolsillo, además, una pequeña imagen. Es curioso como ese tipo de cosas pueden funcionar como disparador de recuerdos, como una pequeña imagen casi partida en pedazos puede arrugarle tanto el corazón. Recuerda El Caleño que cuando estaba con V ella siempre, mirándolo fijo desde el fondo de esos ojos color verde pasto, decía que era esa chica súperpoderosa. Mucho antes de ese 29 de mayo de 2004, mientras ella leía Rayuela y apretaba el libro contra su pecho, El Caleño la miraba pensando que sí, el amor existe y está frente a él. Su libro favorito era Rayuela. Le encantaba. Odiaba a Horacio por haber dejado ir a la Maga, se aburría con las conversaciones del Club de la serpiente porque ella no escuchaba jazz y lo metafísico no le importaba. V era la Maga. Estaba perdida en medio de todos, en la mitad del mundo, ella era Lucía saltando a un río, ella era l’enfant Rocamadour, un espejo, esos ojos verdes, una carta sin marcar, el juguete nuevo, la visita que hay que hacer.

Ahora de ella sólo queda ese libro que lee cada año, sólo esta imagen que se desgasta con el tiempo, ese dolor en el pecho. Poco más.

martes, 15 de marzo de 2011

Décimo día

Tres semanas después, tres semanas de “vacaciones” más tarde, El Caleño regresa a su feudo y escribe mientras piensa porqué se ausentó tanto tiempo. Había pensado en escribir antes, claro, pero le ganaba esa manía tan suya de serpiente mordiéndose la cola y entonces un jueves no podía escribir, tenía que ser el martes, como el último día en que publicó.

En tres semanas pasan muchas cosas. Cumplen años personas importantes, se juegan muchos partidos de fútbol, se cambia de rutina en el trabajo. El Pacífico se derrama sobre una isla y Godzilla se regocija destruyendo una central nuclear. Cosas que pasan cada año, cosas que pasan siempre y cosas que no debería pasar nunca, aunque lo inevitable arrastre a ello.

Había pensado escribir mucho, llenar todos los vacíos de estas tres semanas de silencio y terminar tan cansado que se vería obligado a tomar una siesta que durara, porque no, tres semanas. Ahora ve a Gene Kelly bailar bajo la lluvia y recuerda que hace poco también él, El Caleño, sintió ese deseo irrefrenable. Caminaba como todos los días a la Biblioteca Departamental y en Cali llovía esa lluvia intrascendente que lo obliga a mantener el paraguas bajo el brazo hasta que todo sea aguacero. Una cuadra antes de la biblioteca cortaban el pasto en una zona verde con guadañas y mientras podaban el rocío que se había depositado sobre las hojas se pulverizaba. El Caleño caminaba entonces bajo la lluvia liviana, con su paraguas bajo el brazo y la calle quinta a su lado mientras el aire olía paseo a campo, a sol de mediodía, a ganas de salir corriendo y tirarse de cabeza al río, chapotear en él hasta que un policía de mirada amenazante acabara con cualquier clase de diversión.