sábado, 29 de enero de 2011

Quinto día

Lo veía venir pero El Caleño, optimista como es, pensó que esta vez iba a ser todo diferente. Ya sabe lo que quiere, está seguro, pero de nuevo El Caleño se deja llevar por cosas sin sentido y pierde el tiempo descaradamente cuando tiene obligaciones importantes que realizar. Algo que parece ser su regla de oro, se ha instaurado como tal, indica que entre más ocupado laboralmente esté, mejor dispone del tiempo pero cuando su situación es totalmente la contraria, cuando yace en casa viendo televisión, se le diluyen los bordes y se le escapa el tiempo entre los dedos. Entonces, una vez más, mientras más tiempo tiene entre sus manos peor lo aprovecha y esta semana de descanso se le pasa tan rápido que cuando toma conciencia de su situación, es sábado y está escribiendo esto mientras se prepara para salir. Hoy El Caleño se encontrará de nuevo con sus antiguos compañeros del Santa Librada, aunque sólo irán un par, y será extraño porque no se han visto en ocho años, porque el tiempo tiende a acortar distancias y limar asperezas, por lo que es probable que hoy sean mejores amigos de lo que nunca antes fueron. Mañana El caleño trabaja de nuevo, el lunes tiene libre pero quedó de encontrarse con L y el martes, el martes, otra vez la rutina.

lunes, 24 de enero de 2011

Cuarto día

Empieza una semana sabática, en realidad cinco días hábiles sabáticos. Lunes a viernes, crearse una rutina. Ante el tiempo libre que lo aguarda, el tiempo libre que empezó hoy, El Caleño lo malgasta dando vueltas mientras en la página en blanco titila un cursor negro. Tiene cosas que hacer El Caleño, necesita que todas sus obligaciones, las cosas que tiene que escribir, queden bien distribuidas en estos cinco días hábiles, ahora casi cuatro. El sábado tiene un reencuentro con compañeros del colegio, Santa Librada promoción 2002, y el domingo vuelve a trabajar, la rutina de siempre.

Por ahora, en medio de su tiempo libre, El Caleño trata de aprender a enrollar cigarrillos. Logró un par mal hechos con el buen tabaco que el “sobrino”, JLS desde ahora, le regaló el sábado pasado. A El Caleño siempre le ha gustado el trabajo artesanal, el hacer las cosas él mismo, aunque liar cigarrillos es algo totalmente nuevo y la lluvia de esa madrugada dañó un poco los papelillos de enrollar. Ahora se le hace un poco más fácil, tiene algo de experiencia y, además, siempre será más sencillo liar un cigarrillo sobre un escritorio que en una noche lluviosa, aunque éste nos sea más necesario estando bajo la lluvia, una especie de felicidad. Tipos de felicidad, clases de felicidad. La discusión de esa noche de sábado y cada uno intenta expresarlo de la forma en que mejor lo siente, aunque se forman bandos y BV junto a JLS se oponen un poco a lo que piensan JL y El Caleño, más tarde CA también estará de acuerdo con ellos. La subjetividad de la felicidad, cacofonía y todo no deja de ser la única realidad. Como una vez leyó El Caleño, dos personas no pueden ver el mismo arcoíris, la refracción o reflexión de la luz en la gotas de lluvia o en las partículas de agua flotando en la atmósfera es la responsable de este efecto óptico de difícil explicación, por lo que esta particularidad se adapta, a su parecer, a la idea de felicidad. Por eso una canción olvidada que de pronto suena en su mp3; el gol de la victoria en el último minuto (en el Fifa, en una cancha, en la vida); un café y un cigarrillo, juntos como debe ser; una cometa que se eleva sola en el calor de un día de agosto; una banca en un parque esperando que anochezca; un mensaje de texto, un mail, una llamada a las dos de la mañana cuando ya no se espera nada más, nunca más, de ella; una terraza cubierta de barro a las tres y media de la madrugada en la lluvia de Cali, un portátil bajo un paraguas, cinco cigarrillos y cinco tragos de tequila (uno para cada uno). La certeza de saber que la felicidad no es una sola aunque talvez esa música que suena desde un portátil con paraguas, aunque talvez esos cigarrillos húmedos, aunque tal vez ese estar bajo la lluvia. Sin más explicaciones.

jueves, 20 de enero de 2011

Tercer día

Una de las cosas que más le gustan a El Caleño cuando, en la noche, regresa a casa de trabajar es encontrar a la ciudad vacía. Cali en la noche es diferente. El calor de todo el día desaparece, la gente desaparece y los carros también. La falta de tráfico nocturno se ha trasformado en una influencia negativa para El Caleño que ya no cree en los semáforos en rojo ni en la señales de pare. No es que la gente se sienta en la obligación, en el deber patriótico, de infringir la Ley pero parar en un semáforo en la noche de esta ciudad a veces no es tan buena idea. Claro, peligros hay afuera y en el interior del taxi. Es difícil confiar en un taxista debido a varios antecedentes, pero las opciones son pocas cuando se carece de vehículo propio y el Mío deja de funcionar después de las diez. En su ya memorizado trayecto El Caleño regresa del norte para pasar, luego de girar por la calle 44, por la carrera octava frente a la Base Aérea. En la noche los militares cierran cuatro de los seis carriles de la calle y a El Caleño le gusta mirar como los carriles, vacíos de carros, se llenan de personas. Equipos de cinco esperando en los andenes, mientras un balón rueda en la noche de Cali y el perfecto escenario para una partido de fútbol. Todos los días.

lunes, 17 de enero de 2011

Segundo día

La foto de aquí.

Segundo día, una semana después. Más de una semana después. No puede decir que no ha estado ocupado, doble negación. Y doble pantalla. La vida de El Caleño en estos días se cuenta en pantallas, se define en pantallas. Una pantalla, en negro, que lo refleja hasta que enciende el monitor en su trabajo. Otra pantalla, otro reflejo, en su casa en momentos como este, cuando escribe. Parecerá extraño, luego de todo lo que ha hablado, pero los únicos momentos de tranquilidad los tiene en el MÍO, de camino al trabajo. Los cuarenta minutos que pasa diariamente El Caleño, leyendo un libro o mirando por la ventana. Ahora está de nuevo sumergido en Todo un hombre de Tom Wolfe que, si la memoria no le falla, fue para él el mejor libro del año 2007. Cuarenta minutos, la ciudad que pasa por la ventana, el sol del Cali que golpea fuerte en los grandes ventanales del MÍO y un aire acondicionado incapaz de hacerle frente, igual que en la Atlanta cracker de Wolfe. El regreso en la noche para El Caleño es más rápido y le impide la lectura, Cali en la noche y el zumbido naranja de los postes de alumbrado público. Llegar a casa, el zumbido frío y mortecino de otra pantalla de computador.

N cumplió un año, el sábado pasado, en Barcelona y cada vez hablan menos. No es culpa de ninguno de los dos, pero El Caleño y N tienden a no coincidir, a no encontrarse. Se quieren tanto como siempre pero la distancia golpea. A veces él envía un mail, a veces ella lo llama y hablan un rato largo que parece todo el tiempo del mundo. Aún se reconocen, todavía.

viernes, 7 de enero de 2011

Primer día

Foto de aquí.

Últimamente le es difícil, a El Caleño, predecir el clima de su ciudad. Sólo dos opciones, día con paraguas y día sin paraguas. Hace dos días fue una furiosa tarde con paraguas e incluso el fiel y viejo paraguas de El Caleño sufrió algunos daños por el viento. Ayer, en cambio, fue un caluroso día sin paraguas. El Caleño, empleando sus casi nulos conocimientos meteorológicos, miró al cielo azul y casi totalmente despejado para decidirse entonces a cargar, como todo un previsor, su paraguas. Los que conocen a su ciudad, Cali, saben que esta arde y el cemento de sus calles y el cemento de los techos de las casas, acá les dicen planchas, y los paraderos de los buses y la carrocería de los carros, todo, todo, refleja y magnifica ese calor. Cali, caliente, arde. Ardía la ciudad y El Caleño cargaba su paraguas que, a pesar del sol abrasador, no abría porque su paraguas es un paraguas, no una vil sombrilla. Claro, y la gente mira a El Caleño que camina por Cali con un paraguas en un día de sol. En el MIO una anciana le hace apenas un gesto que El Caleño devuelve casi imperceptiblemente, ella también tiene un paraguas en ese MIO que parece un microondas, ese MIO que deja pasar todo el sol de Cali y al que no puede hacerle frente ningún aire acondicionado. Hoy, apunto de salir de nuevo a trabajar, mira el cielo y está oscuro, una impredecible tormenta caleña se aproxima hacia él y su maltrecho paraguas.

miércoles, 5 de enero de 2011

Tercer prologo a un, una vez más, nuevo primer día

Hace un tiempo, un par de años a decir verdad, mientras leía por primera vez uno de mis libros favoritos encontré un reto que decidí tomar inmediatamente. En el libro “La velocidad de las cosas” del inmenso escritor Rodrigo Fresán, se hablaba de un profesor que les pedía a sus alumnos escribir un diario y que se registrara en él todo cuanto se hiciera en un día. Lo decía un poco así. “Otro de mis escritores favoritos –un adicto al alcohol y a la epifanía al frente de las clases sinuosas en las que cada vez fuimos quedando menos porque no hay nada más terrible para un aprendiz de escritor que ser testigo de la debacle de un escritor magistral- nos había propuesto un sistema de estudio de desarrollo tan caprichoso como finalmente lírico. 1. Lo primero que nos pidió fue que escribiésemos un diario que abarcase por lo menos una semana. Allí deberían aparecer registradas todas nuestras experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que vestimos y los colores de las botellas que vaciábamos. 2. El segundo paso consistía en escribir un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver entre sí aparecieran profundamente relacionados. 3. El tercer paso –y ésta era su asignatura favorita- era redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. «Este ejercicio nunca falla», aseguraba con lágrimas en los ojos.”

Después me di cuenta que todo era verdad, que el adicto al alcohol y las epifanías tenía un nombre y que, en efecto, sus clases se centraban en eso. John Cheever pidiéndoles, envuelto en la penumbra del alcohol, en clase, que registraran todos y cada uno de sus momentos.

Ahora, este es un nuevo ensayo, tomas elegidas de un metraje inconcluso, recuerdos selectos al mejor estilo del Reader Digest, ganas de entenderme otra vez. Take four.

Postal, atemporal

Siendo conciente de que pocas cosas lo motivan a escribir para este blog, El Caleño decide empezar este nuevo año con un nuevo diario. Es el tercero que hace para, que suene grandilocuente, esta “plataforma virtual” y el cuarto que escribe para sí. No es que escribir para este blog le moleste, pero cada vez encuentra menos de que hablar, como si con los años se quedara sin ideas y debiera, casi sin vergüenza, reciclarse. Pero dirá, lo ha aprendido al mismo tiempo que ha olvidado otras cosas, que es la repetición, un mantra, ese ruido blanco que trae claridad. Otra vez ganas de explicarse, de reconocerse, la necesidad de encontrarse cuando ha estado más perdido que nunca, cuando hallar por fin un norte es para él es lo único que de verdad importa. Escribe, faltan seis minutos para las dos de la tarde y pretende lograr de nuevo la meticulosidad de un escritor victoriano y realista, encontrar la meticulosidad de un reportero del nuevo periodismo, alcanzar la meticulosidad de una quinceañera que confía en que escribir lo que le pasa en un papel la ayudará a entenderse, a no olvidar nunca quien es.