miércoles, 5 de enero de 2011

Tercer prologo a un, una vez más, nuevo primer día

Hace un tiempo, un par de años a decir verdad, mientras leía por primera vez uno de mis libros favoritos encontré un reto que decidí tomar inmediatamente. En el libro “La velocidad de las cosas” del inmenso escritor Rodrigo Fresán, se hablaba de un profesor que les pedía a sus alumnos escribir un diario y que se registrara en él todo cuanto se hiciera en un día. Lo decía un poco así. “Otro de mis escritores favoritos –un adicto al alcohol y a la epifanía al frente de las clases sinuosas en las que cada vez fuimos quedando menos porque no hay nada más terrible para un aprendiz de escritor que ser testigo de la debacle de un escritor magistral- nos había propuesto un sistema de estudio de desarrollo tan caprichoso como finalmente lírico. 1. Lo primero que nos pidió fue que escribiésemos un diario que abarcase por lo menos una semana. Allí deberían aparecer registradas todas nuestras experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que vestimos y los colores de las botellas que vaciábamos. 2. El segundo paso consistía en escribir un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver entre sí aparecieran profundamente relacionados. 3. El tercer paso –y ésta era su asignatura favorita- era redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. «Este ejercicio nunca falla», aseguraba con lágrimas en los ojos.”

Después me di cuenta que todo era verdad, que el adicto al alcohol y las epifanías tenía un nombre y que, en efecto, sus clases se centraban en eso. John Cheever pidiéndoles, envuelto en la penumbra del alcohol, en clase, que registraran todos y cada uno de sus momentos.

Ahora, este es un nuevo ensayo, tomas elegidas de un metraje inconcluso, recuerdos selectos al mejor estilo del Reader Digest, ganas de entenderme otra vez. Take four.

Postal, atemporal

Siendo conciente de que pocas cosas lo motivan a escribir para este blog, El Caleño decide empezar este nuevo año con un nuevo diario. Es el tercero que hace para, que suene grandilocuente, esta “plataforma virtual” y el cuarto que escribe para sí. No es que escribir para este blog le moleste, pero cada vez encuentra menos de que hablar, como si con los años se quedara sin ideas y debiera, casi sin vergüenza, reciclarse. Pero dirá, lo ha aprendido al mismo tiempo que ha olvidado otras cosas, que es la repetición, un mantra, ese ruido blanco que trae claridad. Otra vez ganas de explicarse, de reconocerse, la necesidad de encontrarse cuando ha estado más perdido que nunca, cuando hallar por fin un norte es para él es lo único que de verdad importa. Escribe, faltan seis minutos para las dos de la tarde y pretende lograr de nuevo la meticulosidad de un escritor victoriano y realista, encontrar la meticulosidad de un reportero del nuevo periodismo, alcanzar la meticulosidad de una quinceañera que confía en que escribir lo que le pasa en un papel la ayudará a entenderse, a no olvidar nunca quien es.

No hay comentarios: