lunes, 25 de mayo de 2009

Vigésimo octavo día (pie de página)

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Siempre he pensado que lo mejor de leer es poder releer. De hecho creo que siempre he disfrutado mucho más el releer. Tal vez se deba a que releemos únicamente lo que nos gusta, aunque la sorpresa de una muerte o la certeza de un amor no sean ya las mismas. Es por lo mismo que nos repetimos las películas o porque dejamos en shuffle un álbum que grabó Dylan en 1967. Eterno retorno, movimiento perpetuo, like a rolling stone, un mantra.

Cortázar le hizo decir a la Maga que cada libro que leemos es un libro menos. Contraria a la teoría de un libro-más, la teoría del libro-menos asegura que cada libro que leemos nos va a quitar ese precioso e irrecuperable tiempo que usaríamos, en otro caso, para leer un libro-más. Contrario a lo que desearía Borges no vamos a tener tiempo para leer nunca ese libro de arena donde se encuentran todos los libros entre sus páginas infinitas, debemos escoger entre lo que nos ha sido dado. Si hay tan poco tiempo, si hay tantos libros, porque entonces volver sobre nuestros pasos, porque caminar hacia atrás, sobre nuestras huellas como si quisiéramos comprobar el camino que hemos tomado, entonces repasar a Fresán o a Baricco leyendo Seda, City o La velocidad de las cosas por cuarta vez. Repetir, volver a escuchar o releer no sirven para poder apreciar. La primera vez que se hace algo, la primera vez que se lee a Joyce o a Birce puede que no sean mucho más que interferencia en nuestras pantallas, nada más que una señal de prueba, con muchas líneas y puntos negros. Tal vez el mensaje se trasmita pero hacen falta matices, como cuando una fotografía a blanco y negro no es más que una mancha de gris cinco, y entonces mover el diafragma, controlar el revelado. Lo importante es no darse por vencido, regresar al libro, leerlo de nuevo hasta que la recepción sea perfecta, HD, hasta que nuestra imagen tenga al fin todos los tonos de gris.

Así podemos encontrar al autor en cada guiño, disfrutar de su estilo más que de las acciones de sus personajes, conocer el mecanismo exacto que pone en funcionamiento ese reloj. Mirar, la he visto mil veces, Mala Sangre de Carax y seguir enamorado de esa boca roja; leer, lo he hecho mucho, Océano Mar de Baricco y continuar esperando en la posada; escuchar, una y otra vez, a Juana Molina o a Bob Dylan o a Sigur Rós o a Opera IX o a Desmond Dekker. Repetir las cosas una y otra vez y que el truco siga surtiendo efecto. Parafraseando a un ciego famoso diría que hay personas que se vanaglorian de los libros que han podido escribir, otros de los que les ha sido dado leer y hay unos, los menos, de los libros que han podido releer en ese eterno retorno, con ese movimiento perpetuo, like a rolling stone, como un mantra.

PD1: Este fin de semana me lavé el pelo. Hoy en la mañana, mientras me peinaba las dreads me encontré una cana. La primera. Lo malo de la vejez es que no llega sola.

PD2: Sigue corriendo el tiempo, inexorablemente voy hacia el final. Falta poco.

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