jueves, 21 de mayo de 2009

Capitulo único *

Nuevamente un bonus track, esta vez a petición de mi muy querida MC quien se acordó de un cuento escrito para la clase de escritura III en la U y con Hernán Toro. Un cuento de finales de 2003 que pretendía, torpemente, ser un homenaje a un libro que empezaba a importar mucho.


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¿Encontraría a la Maga? Horacio medio perdido en el tiempo, Buenos Aires, Montevideo, La Plata y el río, la transilvania de Ossip, París y sus calles que transpiran y vomitan amor. Ahora Buenos Aires y sus heladas mañanas que dan calor. Buenos Aires y la clínica de Ferraguto. Ferraguto y su cuarto con vista. Vista a la rayuela del patio donde la Maga-Talita salta tratando de alcanzar su cielo. Horacio perdido en su vista al horizonte, l’alba. Y París, la lejana y esquiva París y la zona de terrenos baldíos que hay más allá de Boulevard Jourdan donde se reunían a veces los del Club de la Serpiente. Y la rue de Seine y la rue Danton y la rue Dauphine y la rue Monge, y sus moteles donde conocía a la Maga, donde le exigía servilismos adolescentes y caricias autómatas. Horacio se dejaba llevar por la brisa que a esa hora calaba hasta los huesos, perdiéndose en la arritmia con la que cebaba un mate y dibujando imágenes cercanas de un París distante. La Maga y Ossip sentados a la luz de la vela una fría noche en el cuarto de Ronald. Horacio consolando a Babs y mirando a su Maga, a su Maga preadánica, la maga ausente. La Maga confiando en Ossip y reflejando en sus pupilas la luz de las velas y Ossip hablándole de sus tres madres y la Maga contándole que se llama Lucía y que fue violada por un negro. Horacio se acercó un poco más a la ventana. Aún en su habitación había restos de piolines y palanganas sobrevivientes de su encuentro con Traveler. Manú-Talita, Horacio-Maga. Eran iguales pero diferentes. Traveler-Horacio, Talita-Maga. Horacio era Manú y Talita era de los dos. Traveler y Horacio en el cuarto con vista. Talita abajo como previniendo una desgracia. Talita-Maga pisando la rayuela al lado de su cielo, mirando la ventana desde donde ahora Horacio cebaba su mate y contemplaba el cielo. Horacio sorbió el mate como nunca lo había hecho en París. Se dejaba abordar por el amargo sabor de la yerba argentina y por el recuerdo de su maga perdida. “Toc, toc tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc te picotea todo el tiempo, quiere que le des de comer comida argentina”. Y sentía los dedos-pajaritos de la Maga hurgándole el cerebro, trayéndole el recuerdo de situaciones menos alegres. Jazz, Perico Romero, Etienne, Berthe Trépart (¿pourquoi Berthe Trépart?) y la última reunión en su apartamento. El viejo del piso de arriba quejándose y el club escuchando Jazz. Jazz susurro cada vez mas bajo y la Maga hablando con Ossip, y Horacio poniendo Brahms y Mozart, luego Monk, Satchmo y Johnny Temple.

Between midnight and dawn, baby we may ever have to part,

But there’s one thing about it, baby, please remember I’ve always been you heart.

A ritmo de Jazz y de insultos son las tres de la mañana. Su maga busca una cuchara y trata de darle un jarabe a su bebé. Rocamadour, bebé muerto. Rocamadour. Muerto mientras hablaban a su lado. Rocamadour y la carta en el espejo. Horacio dio un giro en el marco de la ventana, con una mano sostenía el mate recién cebado y con la otra sujetaba el borde de ésta. Observó sus pies colgados en el vacío y se vio tan cerca del cielo que cerró los ojos ante la posibilidad de quedar ciego por la luz divina. ¿Dónde estaría la Maga? París, Montevideo, Perugia o aquí, en Buenos Aires, durmiendo aún con Travaler. Abrió de nuevo los ojos y vio a la Maga hablándole en glíglico, preguntándole si la guntiaba y que si plinearía por ella, pero no, ahora era Talita que le hablaba en lengua ispamerikana leyendo las notisias del periódiko y dando egenplos de ombres de pensamiento y aksión, de moral i de kultura. Horacio se estremeció. Un escalofrío punzante provocado por el calor recorrió su cuerpo. Dio un último sorbo al mate y lo lanzó apuntando a la rayuela de abajo. Notó como el agua arrastraba suavemente la masa de verde yerba a través de la casilla 5. El estruendo había sido un poco fuerte. Horacio se dedicó a contemplar las verdes nubes que se dirigían hacia el cielo. Estuvo otro rato en esa posición y decidió volver a entrar a su pieza. Dio media vuelta y se apoyó en el borde de un asiento que se encontraba cercano a él. Bajó de la ventana y ya en la penumbra de su cuarto vio a la Maga-Talita avanzar a través de un pasillo, medio dormida aún, como recordando lo de anoche y deteniéndose en la rayuela con un pie afuera y otro en el cielo, picándose los ojos con una mano y cubriéndose la boca con la otra. Para Horacio su kibbutz había sido resuelto, su duda existencial aclarada, el guijarro lanzado en París había caído ya en la casilla donde la Maga tenía el pie y nada detenía ahora su avance. Horacio vio como Talita se marchaba pero su maga se quedaba y se encontraba con ella en el cielo, y...

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Y si regresáramos a París - dijo Horacio tratando de no parecer muy ansioso ante la respuesta - podríamos volver a empezar, formar otro club.

La Maga lo miraba fijamente, clavando sus ojos en los de él, recorriendo su iris con la mirada como viajando sin dirección.

Sí Maga, todo sería perfecto, podríamos perdernos para encontrarnos, recorrer las ferias, mirar los peces (550 fr. Pièce) y hasta aprender juntos.

La Maga se dejaba bombardear por afirmaciones sin respuesta, mirando fijamente a Horacio, desplazándose sutilmente por las casillas de la rayuela. Horacio trató de sentirla. Avanzó un poco temeroso de perderla de nuevo, cerrando los ojos para tratar de oler y escuchar lo que no podía ver. Estiró totalmente su brazo esperando sentir su boca húmeda en la punta de los dedos. La esperanza de tenerla otra vez hacía que Horacio experimentara toda suerte de sensaciones y fragancias olvidadas ya en cuartos de hotel y habitaciones sucias.

Horacio por fin la ordopedó, entre arguténdidas gasas se apeltronaron en uno solo, en un solo clemiso. Tropezaban, ulicordiaban y tordulaban amalándose una y otra vez, haciendo de su día noche y de su ortelunio una incopelusa inextricable.

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