jueves, 24 de septiembre de 2009

Un poco más tarde

Siempre he admirado a las personas que tienen esa increíble habilidad de escribir mientras sostienen un cigarrillo en la boca. Escribir una oración larga y puntuarla con una bocanada justa y precisa, que sea como un premio. Nada cuesta imaginar, y el cine nos ha ayudado a darle un rostro, a los antiguos cronistas y escritores sentados frente a sus máquinas de escribir balanceando un cigarrillo entre sus labios, sucios de tinta los dedos que marcan el ritmo en una Remington o en una Olivetti mal aceitada. La asepsia de los computadores, el aire acondicionado, los cuartos bien iluminados, han acabado un poco con la imagen que teníamos del escritor ebrio escondido tras una nube de humo espeso martillando su máquina de escribir. Ahora todos escriben y todos escribimos, el único efecto especial es digitar bajo el halo mortecino de una pantalla intermitente, intentando sostener un cigarrillo entre los labios, que en el peor de los casos es mentolado o light, y pensar que se está haciendo algo bien, que en escribir y escribirse reside una especie de acto catártico. No hay nada que podamos hacer y sería estupido desempolvar la antigua máquina de escribir, así como en fotografía sería estupido renegar del photoshop o de la fotografía digital en su conjunto. Es como decir que se ha dejado atrás esa magia que hacía casi increíbles a todas estas cosas, como alcanzar una edad madura donde sólo vale la eficiencia de imprimir diez copias en cinco minutos. Pero hay actos últimos de rebeldía, como el que se empeña en escribir todo en una pequeña libreta y con un lápiz de punta roma; el fotógrafo que aún prefiere su vieja Leica y el olor de su cuarto oscuro así después tenga que digitalizar sus fotografías; el periodista que sostiene un cigarrillo apagado en sus labios mientras redacta, y redactar es todo lo contrario a escribir, en una muy iluminada y aséptica sala de redacción.


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