martes, 10 de marzo de 2009

Séptimo día

090203

Dolor, es lo único que ha sentido El Caleño en los últimos días. Le duele la espalda, las piernas y la terrible peladura que tiene en una de sus rodillas. Es un dolor feliz porque es un dolor futbolístico, porque es un dolor que sabe a triunfo aunque es un dolor al fin y al cabo. Duele al levantarse y caminar, pero El Caleño resiste con estoicismo y sin tomarse un solo medicamento que mitigue el sentimiento.

Es gracioso, piensa El Caleño, escribir un diario justo cuando su vida es más monótona que nunca. La primera vez que lo intentó estudiaba en la universidad y estaba a la mitad de un rodaje donde era director de fotografía. En ese momento cada día era un poco diferente, cada día traía su urgencia. Las entradas del diario, que no estaba dividido en días si no en postales, eran un recuento de mil cosas y no un ritual basado en tomar un colectivo y llegar a trabajar, tomar un taxi y volver a casa.

Cuando todo se simplifica uno tiende a ser más triste, se tienen menos cosas en las que pensar por lo que se piensa más en ellas. Por lo general el misterio es lo que hace a las cosas bellas, usualmente se quiere lo que se desconoce precisamente por ese halo de novedad, de descubrimiento, de cosa nueva que aún se ha aprendido. Entonces, cuando eso misterioso y oculto ya no lo es tanto deja de fascinar y se convierte en una cosa de todos los días, en algo fácilmente olvidable. Por eso las parejas que llevan muchos años juntas empiezan a idear juegos para que el tedio no se apodere de ellos, entonces un disfraz o un encuentro “casual” en un supermercado bastan para que ese otro cuerpo que se conoce tan bien como el propio sea nuevamente territorio desconocido. Para los hombres la realidad, a veces, es un rostro de mujer. Para El Caleño muchas cosas dejaron de ser un misterio, aunque conoce a C que es más que eso, y lo entristece saber lo poco que queda, lo limitada que se ha vuelto su vida. Suspira, El Caleño, escucha a Juana Molina mientras escribe y se lo piensa mejor. Siempre hay misterio se dice, la niña que lo mira en el bus el tiempo suficiente para que sus miradas se encuentren y las cosas sean un poco incomodas, una noche con estrellas o un cielo azul en un lugar muy lejos de aquí que él aún no ha mirado, ayudar a personas que lo necesiten de verdad, escribir al lado de mar o besarla a ella y esperar. Ahora, El Caleño, lee un poco lo que ha venido escribiendo y si bien ya no está tan de acuerdo con lo dicho, eso de la tristeza, no lo cambia porque en últimas las cosas son un poco así aunque no de esa manera tan dramática. El Caleño sale a buscar un poco de misterio.

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