domingo, 13 de diciembre de 2009

Una partida

Ayer, después de intentar ver una película con N pero obviándola, a la película no a N, comprendí repentinamente que dentro de poco no la iba a volver a ver, a ella no a la película. Ya lo sabía, sabía que ella se iba a ir. Ya me lo había dicho y yo lo había tomado con esa naturalidad pasmosa con la que tomo, y no comprendo, todo lo malo que pasa en mi vida. Y ayer entendí, lo entendí al fin, que es muy probable que no la vuelva a ver nunca más en mi vida. En la noche, mientras ella se acostaba a dormir y yo la veía de cerca, le pregunté muchas cosas, haciendo ese ejercicio, que por momentos tan estupido y vano nos parece, de recordar. Ninguno de los dos recuerda el momento en el que nos conocimos, ninguno recuerda porqué nos dejamos de ver tanto tiempo cuando éramos adolescentes pero si está tan clara, como ayer, la tarde de noviembre de 2004 cuando casi sin darnos cuenta nos besamos por primera vez. Pasó mucho tiempo desde entonces, muchos errores cometí en el camino, hasta 2007 cuando decidimos terminar todo, para siempre, y así empezar a construir eso que ahora somos, esa compinchería, ese mirarnos y saber todo. Desde ahora sé que me va a hacer falta todo eso, saber que no la voy a tener cerca para mirarla y escuchar como me dice, como me repite una vez más, que no pierda el tiempo con tantas estupideces, que si de verdad quiero a alguien no tiene que importar nada. Como me va a decir que le cuente cualquier cosa, que le hable de esa otra niña que tanto quiero, porque ella va a estar siempre allí para mí. Desde ahora la voy a extrañar, pero trataré de aprovechar este tiempo corto que queda con sus insistentes intentos por hacerme bailar salsa; o escucharla todas las veces que canta, o pretende cantar, La vie en rose de Edith Piaf; o las maratones nocturnas de películas en su casa; o como puedo llorar tan fácilmente junto a ella como cuando escribo esto o como de verdad bailábamos mientras Billie Holiday cantaba en nuestras cabezas. O como imaginé que ella siempre iba a estar allí, que podría hablarle sin problemas de la niña que me gusta, que ella iba seguir siendo esa añoranza, esas ganas de volver a casa, y que podría verme envejecer como yo la iba a ver a ella. Sé que digo todo esto y suena como si algo grave le hubiese pasado o estuviera muerta, pero me es difícil no sentir que desde ahora hace falta algo. Ahora que ella se va, y yo también me iré del país en unos meses, se acaba también esa falsa ilusión de invulnerabilidad, ese creer que si la tenía cerca todo iba a estar bien, desde hoy, desde ayer, este falso acorazado comenzó su viaje hacia el fondo del mar.

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