domingo, 23 de agosto de 2009

Verano


Hace unos días, a instancias de alguien a quien quiero mucho, realicé un ejercicio que se basaba en los diferentes viajes de la mente. Uno de ellos, uno de los viajes, era el de la memoria. El viajar de la mente hacia el pasado. El espejo de la memoria es como un gigantesco espejo de feria donde creemos vernos fielmente reflejados. El problema, a veces es un problema, es que nunca vemos las cosas como realmente fueron. La claridad de este espejo se ve, entonces, enturbiada por la bruma de los años o de la conveniencia. Recordamos fragmentos distorsionados por ese gran espejo de feria y, si, hay detalles que se vuelven más vividos y nunca el pan recién hecho va a saber ni a oler tan bien como esa vez cuando tenías ocho años y tu abuela cocinaba sólo para vos. Ninguna caída va a doler tan poco ni ninguna cicatriz se va a mirar con tanto cariño. Los besos van a ser siempre los primeros y las decepciones se van a sentir como si fueran únicas, únicas e irrepetibles. Vale la pena preguntarse si en realidad sería bueno recordar nuestro pasado como si lo estuviéramos viviendo ahora. Recordar como en una película, fundido a negro y luego, la memoria es sepia, empezar a ver a la multitud de extras que poblaban nuestro días. Recordar las primeras letras, las idas al colegio y una paleta de mango biche mientras se jugaba en el recreo, bajar rodando una montaña y encontrase con la sangrante felicidad de una herida, creer y tener la seguridad de que eso que se está sintiendo es único y para toda la vida. Lo mejor viene cuando vemos fotos viejas, porque es allí cuando el espejo pierde eficacia y quedamos expuestos. Cuando vemos fotos nuestras nos sentimos un poco como extraterrestres y se nos hace difícil reconocernos tras todo eso que una vez fuimos. Pantalones y camisas excesivamente cortas, peinados fuera de este mundo copiados de catálogos ochenteros de peluquerías de barrio. Es difícil reconocer también esa sonrisa sincera y sin preocupaciones que reluce desde un papel brillante, a veces mate. Es difícil también mirar a esos ojos que habían visto tanto y tan poco, a esos ojos que miraban fijos y curiosos a una cámara esperando el flash que los sacara de esa inmovilidad impuesta, de la sonrisa que queda luego de decir whisky tantas veces. Nunca seremos más auténticos y parecidos a nosotros que en la niñez, nunca volveremos a mirar todo con ojos nuevos como cuando un día de verano nos perecía eterno y no habrá espejo en el cual verse reflejado, no habrá foto que resista al paso del tiempo.

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