domingo, 9 de agosto de 2009

Silencio


Hace algunos años vi una película que se convirtió, fácilmente, en una de mis preferidas. Recuerdo que la vi en uno de los múltiples canales de cine que abundan en los cables y que era una película para televisión, sin ningún artificio ni truco para la gran pantalla. “El silencio del mar” contaba la historia de una familia del norte de Francia que debía hospedar a un oficial nazi durante la ocupación alemana. Padre e hija acogieron al alemán a regañadientes y juraron no hablarle sin importar lo que pasara. El oficial alemán usualmente dedicaba parte de su tiempo hablándoles, así no les contestaran, y tocando el piano construyéndose a si mismo como un “gentil ocupador”. Por obra y gracia del tiempo, alemán y francesa, interpretada por la hermosísima Julie Dellarme, empiezan a mirarse más de cerca, a mirar en el otro cosas importantes y prados verdes. Pero está eso del silencio y ella lo sabe y él lo intenta romper. El alemán la busca y la toma de las manos y la mira a los ojos, azules como espejos de agua, pero ella no puede o no quiere, que en ultimas es lo mismo, y huye. Después entra a la resistencia francesa y empiezan los atentados contra los oficiales de la ocupación. La resistencia planea un golpe contra su alemán, por que ahora es suyo y lo quiere en silencio, y ella lo sabe y ahora hay una bomba bajo su carro. Antes él se ha despedido, ha pedido ser reubicado al frente oriental para dejarlos en paz y ella no quiere que se vaya, no quiere que se monte en un carro a punto de estallar en pedazos. Cuando él va a despedirse de ella prefiere no hacerlo, no toca su puerta, aunque ella está despierta y lo espera, y baja las escaleras. Ahora, lo más hermoso, él sale de la casa y se dirige así su automóvil, tiene prisa, entonces escucha una puerta tras de él y, si, es ella. Es ella que lo mira y en esa mirada, con ojos azules que son como dos espejos de agua, está toda ella, está el principio del mundo, todo el amor contenido. Ella lo mira, con esa impotencia elocuente que es el silencio, mientras las lagrimas le recorren el rostro y una explosión alumbra el cielo. Él la mira entonces y allí también está todo, la rabia y la impotencia de verla y que no importe, que no hable así se lo diga todo con esos ojos que, sí, son azules como espejos de agua. Después la historia sigue y él se marcha sin despedirse, por que las cosas están dichas aunque no se hayan escuchado ni una sola palabra, y ella continúa en la resistencia y, creo, los nazis ganan la guerra tras unos pocos años.

El silencio, y a muchos nos pasa, es algo que a veces pretende ser elocuente. A veces tratamos de no usar palabras y demostrarlo todo, tratando inútilmente de dejar de nombrar, desconfiando de la palabra. El silencio, mirar a los ojos, mirarla a los ojos, y pretender que ninguna palabra sería capaz de definir lo que se siente. Mirarla a los ojos, tocar su rostro y sentir esa justa tibieza, y, de nuevo, no decir nada, dejar que el silencio, con su inútil elocuencia, hable por los dos. Silencio y un paisaje blanco.

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