domingo, 4 de julio de 2010

Remedios, la niña con poderes

Para L*


Había una vez una niña que se llamaba Remedios y tenía poderes. Remedios podía jugar con el tiempo y hacerlo más lento o más rápido, también viajar al futuro o regresar al pasado. Podía hacer que nevara helado o que lloviera milo para el desayuno. Podía hacer que las vacas usaran sombreros con flores y lazos color rosa en el cuello, podía hacer que florecieran todas las flores del mundo al mismo tiempo si así lo quería. Podía hacer un grabado de conejitos sólo tocando el papel fabriano con la punta de sus dedos y encender cigarrillos soplándolos como si fueran velas. Podía también usar las estrellas como llavero y guardarlas en sus bolsillos. Tenía tantos, tantos poderes que a veces pasaba mucho tiempo sin flotar en el aire y cuando lo volvía a hacer se alegraba mucho porque siempre era como la primera vez, como el día en que descubrió que tenía poderes y que podía volar.

Además de tener poderes, Remedios era princesa porque su mamá era la reina de un país lejano y extranjero. La mamá de Remedios se llamaba Ursula y lo que más le gustaba de ser reina era que podía viajar todos los días por el mundo sin que nadie la dijera nada porque su primer ministro se encargaba de limpiar los pasillos del castillo y quitarle las orugas a las rosas de su jardín. Ursula acostumbraba, además, a contarle historias antes de dormir a Remedios que, aunque tenía muchísimos poderes, era una chica a la que le gustaban los cuentos susurrados al oído y especialmente los que su mamá, la reina Ursula, le contaba telepáticamente desde cualquier lugar del mundo.

Remedios, la niña con poderes, sólo dejaba que unas pocas personas supieran que su mamá era reina de un país extranjero y lejano y les decía que era un gran secreto que no se podía revelar, después les sonreía con esa misma sonrisa de niña malvada y con poderes que usaba en las noches para hacer dormir a los conejitos blancos que guardaba en el closet, la misma sonrisa que usaba para detener el tiempo y hacer que nevara helado de vainilla con chispas de chocolate.

A veces Remedios, la niña con poderes, estaba sentada en el banco de un parque fumando un cigarrillo o leyendo un libro o viendo jugar a los niños pequeños y se le acercaba mucha gente que le decía cosas como “Remedios ayúdame, usa tus poderes para convertir esta agua en licor” o “Remedios, por favor, haz que el tiempo corra despacio para que yo alcance a terminar este trabajo para la universidad.” Remedios, entonces, sonreía su risa de niña malvada y con poderes y les decía “mensos, yo no uso mis poderes para cosas tan tontas”. Entonces las personas que habían ido a molestar a Remedios, la niña con poderes, se iban desconsoladas y mirando al suelo, pensando en lo triste que iba a ser su vida si alguien no los ayudaba. Lo que no sabían es que Remedios ya había cumplido sus deseos y desde ese momento el agua para uno iba a ser siempre licor y el tiempo para el otro siempre marcharía en cámara lenta.

Un día a la casa de Remedios llegó un tipo que había oído hablar de ella y quería ver con sus propios ojos si podía hacer dormir conejitos con su sonrisa de niña malvada y si era verdad también que le aparecían lunares nuevos cuando estaba contenta. Aristobulo se presentó muy serio y le dijo que estaba escribiendo un artículo para una revista muy importante del extranjero sobre una niña que tenía poderes y que, además, era la princesa de un país lejano, así que había preguntado a toda la gente hasta que alguien había dicho que Remedios era una niña muy poderosa. Remedios, que no sabía muy bien que quería ese señor tan raro, respondió todas las preguntas que le hizo de una forma tan maravillosa que Aristobulo se enamoró perdidamente de ella. Escribió el artículo para su revista y no volvió a su país, se quedó en la casa de un amigo a quien le había dado mucha lástima verlo tan triste y afligido porque Remedios se reía de él cada vez que le decía “te quiero comer la boca a besos” o “te quiero como no te imaginás”.

Pasó mucho tiempo y Remedios seguía preciosa como siempre, con el pelo enredado que no peinaba nunca y sus zapaticos rojos de bailarina, cuando un día caminó cerca a un parque y se encontró con Aristobulo que estaba triste y deprimido. Ella no lo sabía porque el tiempo pasaba diferente para los dos, Remedios era muy poderosa, pero él la quería mucho mucho todavía y sólo estar cerca de ella viéndola sonreír su hermosa sonrisa de niña malvada lo hacía muy feliz. En ese momento Remedios, la niña con poderes, se dio cuenta que estando con Aristobulo el tiempo se hacía extraño, más bonito, y también se dio cuenta que en su espalda y en su cuello aparecían pequeños lunares y se preguntó también si ella lo quería un poquito no más. Caminó de nuevo hasta el parque y lo volvió a encontrar. Se vieron de frente y se tomaron de las manos que estaban frías, porque ella estaba comiéndose un helado y él había sostenido una cerveza, entonces él la tomó de la cintura y cuando ambos cerraron los ojos para besarse todas las demás personas en el mundo empezaron a flotar tal y como ellos lo hacían. Flotaron tanto los dos hasta que las estrellas se vieron tan grandes como montañas, hasta que el espacio los absorbió por completo y se quedaron solos y felices.


* Este es el primero de una serie indefinida de “cuentos para niños” que he ido escribiendo para L. Al principio quería que fueran solo para sus ojos, únicamente para contarlos mientras se va quedando dormida, porque Remedios es ella, pero me tomaré la libertad de publicar solo uno, el primero. Pues sí.


1 comentario:

n.n dijo...

está hermoso :)