miércoles, 14 de abril de 2010

Décimo día

Hace unos días El Caleño decidió lavarse el pelo, proceso delicado y dispendioso que requiera de él horas de concentración y entrega. Lavarse el pelo, para él, es lo mejor y lo peor de tener dreads. Es lo mejor porque no hay nada como sentir el agua fluir por su cabeza, entre su pelo, después de tanto tiempo (por lo general tres semanas). Y es lo peor, en cambio, porque después El Caleño debe someterse a horas junto a un secador seguido de horas, ocho o más, junto a una aguja de crochet del número 12 que tiene como principal propensión clavarse repetidamente en su dedo índice izquierdo. Después del arduo proceso, las dreads de El Caleño quedan perfectas, pero para la mayoría de las personas está tan despeinado como siempre. La cabeza le duele, los dedos le arden y al salir de casa, mañana irá al flash mob por Mockus en el MÍO, se amarrará las dreads entre ellas conciente de que tras toda esa ceremonia, tras una tarde de películas clavándose casi deliberadamente una aguja en los dedos, hay muchos porqués pero no los recuerda.

No se recuerdan nunca los porqués, después de un tiempo ya no importan los porqués.