jueves, 4 de octubre de 2007

O Rei!!!

(Este lo escribí hace una semana)

Hoy estrené mis nuevos guayos. Son una chimba, color marrón, como el color de fuente que utilizo en el Messenger o con el que imprimo cunado se me ha acabado la tinta negra necesito revisar machotes y borradores. Son marrones, son marca Umbro, tienen cuatro cruces (las conté aplicadamente), no tienen lengua y, de nuevo, son una chimba.

....Como no tenía camara me tocó bajarme la foto de internés

Hace bastante tiempo no estrenaba unos guayos, desde que estaba pequeño y mi papá me llevaba a la cancha para que aprendiera a jugar. En la adolescencia dejé el fútbol y preferí practicar el baloncesto por que lo encontraba más fácil de jugar, la altura me ayudaba y era cromáticamente correcto. Los días de colegio pasaron como un corto entreno entre grandes pelotas naranja con marca de naufrago y nombres en ingles. Mientras la mayoría corrían detrás de un balón a retazos otros le apuntábamos a un aro. Jugaba baloncesto aún cuando quería irme corriendo a patear el esquivo balón, a caerme, a darme de patadas en las canillas con otros tan torpes como yo. Todo porque el baloncesto no me era tan difícil, estaba en el equipo del colegio y nos entrenábamos al mediodía mientras otros iban a sus casas a verse el primer partido de la Champions aunque a veces no, porque en Rusia se juega desde las doce y sólo se alcanza a ver el segundo tiempo. Después fueron los intercolegiados y un buen papel, entrar a la universidad y nunca más jugar baloncesto. Allí era el fútbol de los viernes en la tarde, después de clase de Sergio o de Lucho y la torpeza de siempre mientras otros gambeteaban como si hubieran nacido con un balón cosido a los pies. A veces pensaba que jugar no era para mí, ver al América, a la Juve, al Tottenham, al Hamburgo, al PSG a todos mis equipos era más fácil que arriesgarme a la humillación de un túnel frente al resto del mundo. Y todo siguió igual por casi diez semestres…

Este semestre fue diferente, necesitaba ver deporte formativo por una formalidad académica, si no lo veo no me puedo graduar, y me prematriculé en Baloncesto creyéndome con alguna ventaja sobre los que apenas aprendían pero Alá, Shiva, Moisés, Jebús y compañía son grandes y resulté inscrito en fútbol. Difícil, las cosas se complicaban, la clase se dictaba de diez a doce del día el jueves, yo no tenía guayos, jugaba de a ratos y, hay que reconocerlo, era un flojo. Las primeras clases hacia trampa, mientras todos daban tres vueltas yo daba una y media y me tomaba dos botellas de agua mientras decía “ya sé porque se mueren los futbolistas”. El calentamiento se alargaba y al final el profesor nos tiraba el balón para que jugáramos, yo estaba rendido, empezaba de delantero, bajaba a “ayudar” a la línea de volantes, después estaba metido entre los dos de marca, cuando menos lo pensaba era el defensa libero y al final terminaba hablando con el arquero. Pero hoy fue diferente, o al menos eso creo porque todo esto lo escribo ayer, imaginándome como iba a ser mientras me colocaba mis guayos nuevos, tan brillantes, con tan pocos goles encima, con tan poco polvo y pasto, aún sin sudor ni sangre, esperando apenas la gambeta justa, el gol de media cancha, la puntita del zapato que empuja la pelota y la piola que apenas se mueve y si, nosotros que celebramos el guacal de cerveza.

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