Recién se ha acabado el partido de Colombia. En Dallas el equipo de Lara ha ganado a México por dos goles contra uno y hace un calor que no se puede creer. Hace calor y vuelan los zancudos y, si, escribo desde el trópico. Sólo me he conectado porque quiero saber como salió Argentina contra Ghana pero encuentro en la bandeja de correo una carta con muchas verdades. La leo pero no respondo, no aún. Cuando hace calor no puedo hacer muchas cosas, no puedo escribir, no puedo dormir, no puedo leer e incluso escuchar música se hace difícil. Hace rato salí de mi cuarto a buscar agua fría y Ursula me atacó por la espalda. Es una guerra. Ella es más rápida e inteligente pero mis pulgares son oponibles. Afuera, poco cuesta imaginar que los cerros tutelares de Cali arden y todo son fuegos artificiales iluminado a la ciudad. En la oscuridad brillan apenas unas pupilas, sudo y no sé si es el calor o el miedo. Cierro los ojos esperando entonces el golpe último.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
martes, 29 de septiembre de 2009
Intermezzo-

domingo, 27 de septiembre de 2009
Página en blanco

jueves, 24 de septiembre de 2009
Un poco más tarde

domingo, 20 de septiembre de 2009
Dimanche-

miércoles, 16 de septiembre de 2009
Sobre la máscara (y bajo ella)
Usualmente iniciaría esto hablando de otros rostros y otras máscaras pero no, a todos nos toca eventualmente dar un paso al frente y sentarnos en el estrado. He aquí mi caso, creo. Mi máscara y mi rostro.
Siempre he sentido la necesidad patológica de ser lo más sincero posible. Esta “parafilia” fue una de las cosas que me empujó a ser lo que soy ahora, eso y escribir. Contradictoriamente a lo que me pasa cuando interactúo con otros, decirme la verdad, ser sincero conmigo, me cuesta un poco. Es estupido decirlo pero las máscaras más grandes las tengo para mí, y todos sabemos las posibilidades de las máscaras que a veces son escudo y a veces son jaulas. Si intento descifrar a los demás, sus máscaras y pormenores, es porque no me conozco, porque no sé realmente que encontrar bajo esta máscara pesada. Pierdo tiempo tratando de hacer todo seguro, de dar pasos cortos tanteando el terreno, esperando que el piso no se desmorone y todo sea caída libre. Tanto miedo por dar un paso sin darme cuenta que el suelo es firme y verde de pasto y que es precisamente esa indecisión la que hace que todo se derrumbe. Entonces, cuando al fin el paso se da no hay más que vacío. Otra vez el puente, esa pregunta tantas veces respondida de forma incorrecta y nunca tirarse. Tirarse o cruzar y siempre escoger esa opción fácil, así se piense en saltar. Usualmente los golpes tienen que ser duros para poder despertar, un golpe fuerte en el centro de la máscara y resquebrajarla un poco, lo justo para que entre el sol y toque esa piel que se ha hecho insensible por el tiempo. Yo recibí dos, dos golpes directos e igual de fuertes y quisiera decir que por entre los orificios hechos a esta máscara puedo sentir el aire fresco golpeándome la cara, pero es difícil decir cualquier cosa cuando casi se ha olvidado esa sensación, cuando ese sabor tibio y húmedo se ha convertido de a poco en un recuerdo lejano. Un río seco. Se puede saber que nos dicen las máscaras pero, C dijo todo esto, nunca se sabe que se escapa a ellas. Y hay que seguir mirando, mirando más porque allí también hay algo que no vimos, allí también hay algo que dejamos pasar. Algo que nos duele, y recordamos cada día, y que es como si oprimieran tu pecho, y que, claro, dejamos pasar.
domingo, 13 de septiembre de 2009
All I need…
miércoles, 2 de septiembre de 2009
721

Otro rostro. Más máscaras. Pensar en un juego, como si las máscaras fueran algo parecido a esas muñecas rusas que esconden dentro de sí a otra muñeca más pequeña, y luego una más pequeña que esa y después otra y más abajo otra hasta que todo se hace tan pequeño, que no nos podemos imaginar que en el fondo es probable que hayan aún más. Así las cosas las máscaras se agolpan y multiplican sobre los rostros y es un esfuerzo inútil tratar de arrancarlas porque siempre abajo habrá otra lista para remplazarla. El horror de darse cuenta que no nos serían suficientes todos los espejos del mundo para ver reflejado de verdad un único rostro cansado.