jueves, 20 de septiembre de 2007

Cosas de manos

La otra vez volvía mi casa en colectivo desde la U, iba escuchando música, creo que a Juana Molina, y leyendo uno de los cuentos de Cortázar. Eran cerca de las tres de la tarde y hacía un calor insoportable, las ventanas iban abiertas de par en par y las personas en el colectivo se abanicaban con lo que podían. Usualmente lo buses, cuando para frente a la universidad, esperan un largo rato hasta que se llenan, sin importar que causen un trancón impresionante, sin importar que alguien tenga una cita urgente. No, ellos solo esperan a que el colectivo se llene, aunque a veces no tienen éxito y arrancan llevándose al mundo por delante. En esta ocasión no pudo llenar el bus, solo habíamos unas cinco o seis personas hasta que se montaron los sordomudos. Un espectáculo, yo jamás había visto a dos sordomudos “hablando” tan animadamente. Escribo hablando por que eso era lo que hacían, y también se reían, con una pequeña risa de sordomudo que le dedicaban al otro. Se subieron cerca a la U y se sentaron en los asientos que dan de cara al pasillo, casi de frente y hablaban. No sé que tan imprudente fui, pero me quedé mirando sus manos, parecían mimos y no se callaban, siempre había un gesto más, un pequeño guiño o un chiste que solo ellos podían entender. Ante la animada charla Cortázar quedó de lado, siempre habrá tiempo para Cortázar una y otra vez, y ahora eran solo manos y Juana Molina, Juana Molina que cantaba algo como Ana en el cielo supo esperar años enteros a su mamá. No te quepa duda que un minuto en el cielo es una eternidad y que un segundo en la Tierra con tantas penurias puede ser más, u otra cosa, no puedo estar seguro, las manos hipnotizaban ya dije. Hablaban con seguridad, confiados en que nadie entendía los pormenores de su conversación y por un momento puedo decir que sentí envidia. Envidia de poder decir lo que quiera en público, sin preocuparme por consecuencias o por tildes, usando combinaciones de dedos que se escucharían como un “o sea” o un “parce". Me imaginé por un momento tener esa libertad, la de elevar las manos como si estuviera por hacer esa plegaria a un dios desconocido o mover los dedos como tejiendo las palabras. Los sordomudos, seguro tenían nombres comunes como Pedro y Juan, se bajaron juntos unos minutos más tarde. Me los imagine caminando despacio mirándose de lejos, hablando con sus manos diestras, diciéndose “viste a ese tipo que no dejaba de mirarnos”, riéndose con sus risas de sordomudo que a veces son como un gestos y otras apenas como un suspiro.



2 comentarios:

Valentina dijo...

supongo que a veces es divertido comunicarnos con algo más allá de las letras y palabras de siempre: !!!

Valentina dijo...

escuchar a juana molina mientras lees es desafiar tu sueño. juana me arruya como nadie.