domingo, 18 de octubre de 2009

Ya no envían hombres a la luna

Ya no envían hombres a la luna, dijo ella mirando al cielo. Ya no envían hombres a la luna, parece que ya no queda nada más allá arriba. De que hablas, dijo él mientras encendía un nuevo cigarrillo. Estoy diciendo que desde que dejaron de competir contra los soviéticos, los gringos ya no mandan hombres a la luna. Ahora, cuando alguien quiere ver las estrellas tiene que mirar fijo hacia arriba y, a veces, eso cansa. De que estás hablando, repitió él mientras le daba una calada al cigarrillo. En estos momentos hay gente en la estación espacial, dijo él mientras miraba al cielo y exhalaba humo hacia la noche clara, hay muchos astronautas y cosmonautas dándole vueltas a la tierra, una y otra vez. Están flotando y miran por una pequeña ventanilla hacia la tierra y ven un planeta azul y también ven estrellas y ven de cerca a la luna, que es de queso, y hacen experimentos, comen comida deshidratada y, sobre todo, no pueden fumar. Está más que prohibido, y tras decir esto le sonrió.

Desde lejos ambos se veían recortados contra el paisaje, figuras de un teatro de sombras. Ocasionalmente, y con cada calada, brillaba en la noche un cigarrillo y era como una luciérnaga en el aire. Las luces de la ciudad refulgían abajo en el valle al que en estos momentos daban la espalda, negándolas. “Las únicas luces que me importan ahora son las de tus ojos” había dicho ella al llegar y él no entendió mucho pero igual le había pasado las manos por el pelo, halándola un poco, sonriendo. De nuevo habló ella, le dijo. Es como una estrella, tu cigarrillo. Una estrella caprichosa que se apaga y se enciende y si lo lanzas va a ser como una estrella fugaz. Lánzalo y pidamos un deseo. Te voy a querer por siempre, dijo él mirándola. Yo, en cambio, sólo te puedo prometer que te voy a querer hasta que se extinga esa brasa. Pues entonces no lo voy a apagar nunca dijo él, al tiempo que sacaba de la cajetilla un cigarrillo y lo encendía con la colilla. Ya no te quedan muchos cigarrillos, ¿cuanto más crees que vas a retrasar esto? Nada es para siempre, no debiste decir que me ibas a querer por tanto tiempo. Ese cigarrillo que sostienes ahora y esa brasa que brilla allí es lo único que necesito, es ese instante el que se va a quedar gravado y este instante es todo lo que somos, todo lo que jamás vamos a tener, todo lo que nos queremos y nos quisimos y nos vamos a querer, pero cuando se apague las cosas van a ser diferentes y yo me voy a ver demasiado estúpida hablándote cuando sostienes una colilla apagada y humeante en tu mano. Mientras la escuchaba en silencio, el hombre sostenía en su mano un Lucky Strike que se iba extinguiendo de a poco, procuraba además no sacudir muy fuerte la ceniza, evitando un movimiento brusco que acabara con todo, y la mujer continuaba hablando, diciéndole todo lo que nadie quiere escuchar en una noche llena de estrellas. Encendió otro cigarrillo y esta vez fue él quien habló. Nos vemos como cualquier otra pareja que discute tonterías en la noche, dijo él. Se llevó el cigarrillo a la boca y aspiró fuerte una última bocanada, después cerró los ojos y pidió un deseo. En el aire la colilla parecía esa estrella fugaz recortada contra la noche clara, recorriendo el cielo, perdiéndose de la vista en dirección a su ciudad, repentinamente a oscuras. La miró entonces, le dijo. Ahora que ya no me quieres, que no me volverás a querer, te puedo preguntar algo. ¿Crees, de verdad crees, que va a cambiar algo, que te voy a dejar de querer y que ahora no vas a ser más que un recuerdo tibio en mis brazos? A vos no te tiene que importar que yo te siga queriendo. Te quiero y no importa. Es probable que no nos volvamos vamos a ver y vas a ser siempre para mí ese lunar en la mejilla, este cielo lleno de estrellas, una canción susurrada al oído. Van a haber otras, así como llegaste vos y, si las quiero de verdad, tampoco las voy a olvidar nunca. Te quiero y ese amor, ese único amor, es mío.

En el último año su país había estado atravesando por una prolongada sequía. Los ríos eran lechos de piedra y los racionamientos de energía eléctrica se habían popularizado entre la dirigencia política como un efectivo mecanismo de control. A veces, cuando cortaban el fluido eléctrico a la mitad de la noche, la gente de su ciudad salía a las calles y miraba hacia arriba, hacia ese cielo sin nubes, y contaba estrellas. Ese día, mientras los más pequeños miraban al cielo y a la luna imaginando películas de Méliès sin haberlas visto nunca, los cerros comenzaron a incendiarse. Iniciado como una pequeña llamarada en la cima, el fuego rápidamente se había extendido a los cerros contiguos consumiéndolo todo, iluminando la noche y alzando sus llamas al cielo como brazos suplicantes, extinguiéndose de a poco. A la mañana siguiente había caído sobre la ciudad la primera lluvia en mucho tiempo, gotas que se mezclaban con la ceniza negra que ahora flotaba en el aire. Lluvia negra cayendo sobre la ciudad y sus gentes. Tiñéndolo todo, todavía.

(Aquí, en su primera versión escrita torpemente y con prisas, hay algo que hablé con ella. Algo que siempre he pensado, algo que siempre va a estar. Aún esperando la lluvia que regrese todo a la normalidad.)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Rain cleans everything!

Jose Thomas dijo...

Mis felicitaciones! parece el guión de una película, de las buenas...de las que hacen falta.

Saludos.

joth

Martina dijo...

wow!!!