domingo, 17 de agosto de 2008

Flaca

Ha pasado algún tiempo. No creí volver a verla. Podría haber cambiado pero no estoy seguro, desde donde estoy se ve igual a como cuando todo era mejor. Cinco años y poco más de 10.000 kilómetros. Es imposible que haya cambiado mucho, espero…

Antes de irme me pidió que no la olvidara. Se lo juré. Estando lejos me fue más fácil. La deje ir después de que ella lo hiciera. A veces, cuando me pasaba de tragos y me quedaba a dormir en cualquiera de mis amigas madrileñas la recordaba. Especialmente en la mañana, cuando recogía mis cosas. La recordaba porqué ella siempre fue muy ordenada. La primera vez que dormí en su apartamento me fue imposible salir sin despertarla. Traté de levantarme temprano, dejarla durmiendo, huir sin hacer ruido. Aún no amanecía. Llamaría a un taxi, me iría de allí para no volver y mañana, con suerte, repetiría la escena en casa de otra desconocida. Mujeres como ella, pensé, abundan en una ciudad como esta. Lo primero que noté, y me pareció totalmente extraño, fue que mi ropa no estaba donde la había dejado. Busqué por todas partes y no encontré ni siquiera mis medias. Cuando estaba apunto de abrir su closet me tomó de la mano y me regresó a su cama. Cuando desperté se había marchado. Sobre la cama estaba mi ropa doblada. Encima un papel con su nombre, abajo dos números telefónicos.

Después fueron muchas veces, después fue sólo ella. Su pelo corto que apenas rozaba el cuello suave y pálido. Su cuerpo de niña de 12 años muy alta para estar en el colegio, sus ojos oscuros que no dejaban de mirarme. Hablábamos poco en la mañana mientras buscaba mi ropa en su closet, al cual insistía en llamar placard, como si estuviéramos en el Sur y a mi me encantaba ese misterio tan personal. Sólo sabíamos el uno del otro pocas cosas, únicamente lo necesario para reencontrarnos. Aunque yo sabía un poco más, la había estudiado. Me había dado cuenta, por ejemplo, de que le encantaban los gatos. De una forma enferma había decorado uno de los cuartos de su apartamento con todo tipo de motivos felinos. En una cama vieja, que tal vez habría usado cuando niña, se amontonaban decenas de muñecos, todos gatos. También tenía un afiche gigante del gato Félix y varios dibujos de Liniers. Cuando yo no tenía camisa le gustaba enterrarme sus uñas en la espalda. Apretaba con fuerza y me decía si sentía crecer en mí las raíces. Que cada dedo, cada uña era como un raíz que iba creciendo de a poco, que cuando alcanzaran mi corazón iba a ser de ella siempre. Y yo, siguiéndole un poco el juego, le decía “lejos en el centro de la tierra, las raíces del amor donde estaban quedarán.” Entonces ella reía, reía y luego me mordía en los labios.

El tiempo con ella pasó rápido, tal vez demasiado rápido. Cuando me di cuenta tenía que irme, estar lejos de todo. Como dije todo pasó rápido, entonces ya no era abril y yo estaba fumando en un café, lejos, con todo un océano entre ambos. Los primeros días me llamó mucho, casi siempre antes de acostarse a dormir, me pedía que la arrullara, que hiciera como si estuviéramos juntos. Que le hablara despacio al oído, que quería sentir mi respiración muy cerca. Al poco tiempo compré un identificador de llamadas y no volví a contestarle. Insistió unos días más, luego el teléfono no volvió a sonar.

Después fueron muchas mujeres, después empezar a extrañarla como un perro que ha perdido a su dueño. Tras cinco años volví a casa y, luego de pensarlo más bien poco, me paré frente a su puerta. Esperé toda la tarde pero no salió nadie. Decidí fumarme un cigarrillo, dar una vuelta, tal vez no estaba en casa, tal vez estaba dormida. Media docena de cigarros después, dos vueltas al parque y allí estaba ella, entrando a la casa. Ha pasado algún tiempo. No creí volver a verla, aunque lo había deseado con todo el corazón. Podría haber cambiado pero no estoy seguro, desde donde estoy se ve igual a como cuando todo era mejor. Cinco años y poco más de 10.000 kilómetros. Es posible que haya cambiado mucho, espero…

Avanzo hasta donde está despacio. Algo me oprime el pecho, tiene el pelo largo pero lo lleva recogido, así que le puedo ver el cuello. Ese cuello que tantas veces mordí, suave y pálido. Creo que me ha alcanzado a ver, siempre tuvo esa especie de sentido felino, siempre estuvo un paso delante de mí. Entra rápido a la casa, pero no cierra la puerta. La deja abierta de par en par. La sigo como una invitación que ha llegado demasiado tarde, veo una delgada sombra y luego una puerta que esta vez sí se cierra. Toco la puerta, le hablo, la llamo por su nombre. Le digo que volví sólo por ella, como un perro, que lejos de ella no puedo ser. Llora, tal vez de alegría, y le digo que esta vez vamos a estar juntos, todo el tiempo. Toco de nuevo y no me abre. Empujo ahora con todas mis fuerzas y empieza a ceder. Ella llora con más fuerzas, está impaciente, cinco años ha sido mucho tiempo, lo sé. Yo también estoy así, no aguanto más. Logro entrar a su cuarto pero todo está cambiado, ya no hay gatos en las paredes, todo tienen esa onda minimalista que ella odiaba tanto. Cuando trato de buscarla, de buscar su rostro en la oscuridad lo siento. Siento sus uñas en la mi espalda. Lentamente, como puñales, profundo en la espalda. No me duelen aunque mi camisa se empapa y mis pantalones empiezan a chorrear sangre. Puedo verla, igual que antes, verla, tocarla. Sus manos están cubiertas de sangre y las mías también. Sigue llorando, sus ojos azules cubiertos de lagrimas. Le digo, como tantos años antes le había dicho, que sentía sus raíces creciendo en mi pecho, que ahora tocaban mi corazón, que sería por siempre suyo. Después no la vi más, después no vi nunca más.

1 comentario:

Valentina dijo...

que afortunada esa flaca que tiene quien escriba asi de bien sobre ella.
post como este causa verguenza a personas como yo que tienen un blog sin profesionalismo alguno, solo fanatismo barato.