sábado, 20 de noviembre de 2010

A veces el zen es suficiente

Cosas que se deciden. Cosas que están por encima de nuestras posibilidades. El zen es una de ellas. Tal vez la primera frase sobra, el zen no se decide. El zen pasa, zen happens. Se intenta, claro. Se busca, se sufre. A veces el zen aparece y se disfruta sin saber muy bien que es. Es el zen, pero no nos damos cuenta.

Y querría seguir así un largo rato pero me detengo, es jueves y debo salir. Una tarde difícil, reuniones, viajes por la ciudad y tal vez por eso pienso en el zen. Viajo en MIO, armado de lo que creo es el zen y un paraguas, detengo la lectura de Conversación en La Catedral (mi actual libro itinerante), para escuchar el radiobestiario y, preciso, el programa dura los casi cincuenta minutos de viaje hasta Chipichape. Reunión previa, listo; pasar por el diario, listo. Ahora un viaje al sur, pero se cancela porque MA está enferma. Regreso a casa entonces y el p24 se detiene sorpresivamente una parada antes de la mía, aprovecho ese golpe de suerte (porque ahora no para hasta llegar a la estación) y mientras camino empieza a llover, lo que me alegra bastante ya que justifica el paraguas en ese día de sol, pero no lo uso y, mejor, lo cambio por un cigarrillo. En la noche intento terminar este post pero lo que escribo no me convence, la verdad es que lo que escribo en este momento no me convence tampoco, por lo que decido borrar todo excepto el primer párrafo.

Ahora, es sábado, estoy a punto de bañarme y salir pero antes escribo. Cambio el título también. Cambia la negación porque, sí, el zen a veces es suficiente. A veces todo lo que se necesita es parar y mirar las cosas desde lejos, esa extraña proximidad. Una pausa, ese banco en un parque que alguna vez le prometí a C y que ni siquiera he conseguido para mí. Zen.