lunes, 9 de abril de 2007

¡Ey amigo, una patadita!

No es que importe, no. Pasó rozando el poste y casi ni me moví. Que dirán los otros. Si me preguntan de pronto decir que la saqué con la mirada. Ahora voltear, buscar la pelota que resbala la calle. Pedir el balón al señor que pasa. Si, es mío, lo tengo. Ahora que salgan jugando. Mis compañeros están bien distribuidos en el campo que a veces parece un matorral o un potrero por la falta de mantenimiento, solo el centro del terreno y las áreas de los arqueros permanecen sin pasto. Once contra once sin nadie en la banca. Juguemos, les grito. Ellos me escuchan y corren para recibir el pase que hago con las manos. Tenemos diez años, todo un partido por delante y el arquero tiene que gritar, tiene que ordenar a sus compañeros en la cancha.

La culpa (y los goles en contra)
El arquero es el único al que le queda tiempo. Usualmente se juega enredado en el medio de la cancha y son dos o tres llegadas al arco por cada periodo. Mientras tanto el arquero piensa. Tiene tiempo de sobra para pensar cuando comete un error, cuando salta por el balón y este le es esquivo a él y no al contrario. La culpa entonces siempre tiende a ser siempre un poco del arquero. Si tus marcadores no salen al encuentro de los delanteros rivales, entonces es culpa tuya por que no sabés ordenar la defensa. Si en un centro te cabecean es de nuevo tu culpa por que tenías que salir a cortar el centro, a vos no te pueden cabecear en el área, que pensás, que te creés, ¿Qué alguien le puede ganar en salto a un arquero? No seas tan marica, si un arquero tiene toda la extensión de sus brazos. Entonces si me hacen un gol de cabeza es mi culpa. Si a un volante diez, de esos que están para dar pases, le entra el bicho del talento y empieza a dejar contrarios regados (a lo Pelé diría mi papá, a lo Ronaldinho diría yo) entonces quien soy para evitar la alegría del rival. Si me deja sembrado en el piso y sale corriendo a la bandera a celebrar ese gol que, de pronto, es el gol de su vida, el que le narrará a sus nietos cuando este viejo, el de todas nuestras vidas por que, en cierto sentido, también los demás participamos de el. Muy fácil hubiera sido tocarle un poco el talón, por detrás, cuando se encaminaba a definir metiéndose prácticamente bajo los tres palos que se supone que debo custodiar. Pero desde donde estaba todo se veía tan bello, él corriendo como si su vida dependiera de ello y de pronto la súbita alegría de saber que marcó y entonces bailar, como los grandes jugadores hacen en televisión, una samba al lado del banderín del tiro de esquina.
Y entonces, sí, es culpa mía.

Las manos (para hacer cachos)
Vos sos el único que puede usar sus manos. Bueno, tal ves limitado por la demarcación del área grande pero igual, tenés toda toda toda la libertad de ir por tu área tomando el balón con las manos, mostrándole a los demás miembros de tu equipo que vos sos grande, que podés hacer más que ellos. Además de los pies podés usar tus manos. Que, en cierta manera, esa ventaja que te da el reglamento es una forma que tiene la vida de compensar que seas único en el juego. Los otros jugadores usan sus manos para empujar, para golpear, para cobrar saques de banda. Insultan con ellas a la tribuna haciendo toda clase de gestos, molestan al rival tocándolos donde solo una mujer podría hacerlo.
Las manos para destruir lo que la imposibilidad de un pie, una pierna diestra puede hacer. La mano para cortar la parábola imposible y el giro del balón. Manos para deshacer, para malograr. El arquero es el más elemento más odiado después, claro está, del arbitro. El arquero y la obligación de destruir jugadas de gol, además juega con ventaja. Da asco pensarlo, ¿cierto?

Las piernas (mejor las de las damas)
Casualmente es la parte que el arquero que menos se usa. La mayoría de los arqueros no usan las piernas, inclusive algunos les piden a sus defensas que saquen por ellos o sacan largo con las manos. Otros, los mejores, te sacan un penalti con la punta del guayo y cuando les amagan, igual estiran las piernas por si acaso. A mi las piernas no me sirven de mucho. Para montarme al bus si acaso.


Un penalti (a favor y en contra)
Atajar un penalti es la consagración en este oficio. Mirar al cobrador directo a los ojos. Adivinar el gesto que le viene de adentro justo antes que se de cuenta. Volar, literalmente, taparlo, que resuenen tus guantes. Tap, el sonido sordo y seco de un balón tocando tus guantes y después al suelo mientras la mirada de todos lo sigue, mientras vos te paras desubicado y un contrario remata para convertir el gol que no había sido.

Una final (perdida)
Lagrimas en los ojos y la frustración de lo que pudo ser y no es. Saberse venir de un equipo humilde que nunca más va a poder repetir la hazaña. Ver correr al equipo contrario para abrazar a ese delantero torpe y goleador que marcó al último minuto cuando vos fuiste incapaz de rechazar ese balón que bailaba en el centro del área. Tiempo es lo que queda después, para pensar, para la culpa, para lamentarse…

Otra final (ganada)
Tapar otro penalti, al mismo delantero torpe y goleador. Esta vez en el último minuto, en el partido de vuelta, empatando uno a uno de visitante cuando en casa habían empatado a cero. Se juega a la europea y el gol de visitante vale doble. Quedarse con el balón entre las manos, encajonado entre ellas y tu pecho donde podés sentir el palpitar de la pelota, ¿o es tu propio corazón?, hasta que el arbitro levanta los brazos y pita. Después el bullicio. Tiempo es lo que queda después, para pensar, para poder ser el héroe, para esa efímera alegría…

Los goles (de último minuto) Una maldición, y más si son en una final contra tu equipo. En caso contrario, si es tu equipo el que marca, la satisfacción de ver desmoronarse al rival.

Del fútbol en general (y las multimedia)
Lo que hace Ronaldinho a veces se ve tan fácil, apenas rozar el balón con cualquier parte del cuerpo en medio de su dominio extraordinario. Darle pausa al video, rewind, fast forward. Stop. De nuevo verlo hacer maravillas. Verlo golpear al poste cuatro veces seguidas para un comercial de la Niké. Estar completamente conciente del embuste tecnológico, pero que más da. Ver también a Thierry Henry, el francés del Arsenal, y todas esas gambetas que son de no creer. Verlos jugar a Messi, a Kaká, a Lenon, a Joaquín, a Villa, a Schweisteiger, a Vervatov, a Totti, a Denilson a Robinho, por Dios, a Robinho! Y que hablar de los que me cuenta mi papá, de Pelé, de Maradona, de Platini, de esos jugadores que encantaban con la pelota. Felicidad es lo único que sobra. Las maniobras increíbles en el campo. Goles desde cuarenta metros que fulminan al arquero, que me fulminan a mí. Los suaves cobros de tiro libre que se esconden tras la barrera y donde solo te das cuenta del gol por que el árbitro corre hasta el centro de la cancha.
Los goles, la maravilla de siglo veinte y las cadenas de televisión por cable. Fox Sports, Espn y el fútbol del mundo. En China, Japón y, en general, en el resto de oriente lo han entendido. En esta época el fútbol es de los mass media y los jugadores se han trasformado de humildes obreros de barrio bajo a magnates que ostentan el dinero ganado en alguna liga petrolera y emergente del medio oriente. David Beckham firma un contrato multimillonario para el Galaxi de Los Ángeles y se muda a Hollywood convirtiendo la mudanza en un reality.
Los grandes jugadores en las grandes campañas publicitarias donde compiten con otros jugadores igual de buenos, igual de talentosos, en canchas imposibles tratando de evitar alguna ilógica situación que se produciría en el hipotético caso de no marcar un gol. Así entonces seguirles el juego, coleccionar camisetas, guayos de colores, caramelos de Panini y ver los goles en Fox sports noticias.

Del fútbol en general (y este chico en especifico)
Jugamos hasta que cae el sol. Ya no nos acordamos de cuantos goles se han anotado o quien va ganando. Nadie se rinde, todos corren detrás de un balón cada vez más desinflado. “¡El que meta el gol gana!” grita alguien a quien no le hace gracia jugar hasta que salga de nuevo el sol y es como volver a empezar. Todos tenemos las mismas ganas de ganar que al inicio y, a pesar de lo que todos estemos pensando, de seguro podríamos seguir hasta el amanecer. El partido se fricciona en el medio, se cobra por tercera vez en el mismo lugar un lateral a favor de mi equipo. Miguel, el que juega en las divisiones menores del América, logra empalmar un remate que pega primero en un defensa y descontrola al portero rival. Con todo el dramatismo que puede proporcionar la luz de las seis de la tarde, con las sombras alargadas proyectándose en nuestros rostros que de repente ya no son tan niños, la pelota traspasa la línea y gritamos, no solo por el gol sino por la impensada libertad de podernos ir para nuestras casas.


1 comentario:

Valentina dijo...

si las piernas no le sirven de mucho a un arquero, porque Henao (ex arquero del once caldas)tenia semejantes?
las piernas de los futbolistas son mi principal motivacion para ver futbol.