Esto lo escribo como de memoria. Con lo poco que recuerdo luego de haber encontrado uno de los cd’s que más soné cuando estaba en el colegio, cuando usaba mochos y me caía de una patineta. Las personas cambian, por desgracia, pero la música permanece igual y es así como a pesar de los años que han pasado busqué mi desvencijado discman y recordé… hice un buen ejercicio.
Recordé que era como el año 99 y Colombia se preparaba para que iniciaran los diálogos de paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno Nacional, estudiaba en el colegio, tenía a mi primera novia seria y escuchaba The Offspring. Me acuerdo de las salidas a mitad de la mañana para la casa de uno de mis compañeros, el escuchar música y hablar de todas las estupideces de las que todos hablamos cuando tenemos 14 años. Tratar de montarse en una tabla y bajar deslizándose por las empinadas colinas del barrio San Antonio, al oeste de Cali, o ir a la loma de la cruz, donde se hacen todos los hippies de la ciudad a vender artesanías y beber vodka a escondidas, empezar a vivir una ciudad que me iba a saber de memoria con los años. El tiempo de las escapadas al río Pance y el pasarse todo el día descalzo, con los pantalones y la camisa del colegio debidamente guardados y escondidos en el fondo del maletín junto a un trabajo de química que nunca se entregó. El río Pance y esos valles llenos de hongos que dan para mil historias. Leer Rayuela de Cortázar, las Ficciones de Borges, La Ciudad y Los Perros de Vargas Llosa. Leer ¡Que Viva la Música! de Andrés Caicedo y descubrir otro mundo, más amplio, descubrirme como otro. Ahora ya no me gusta tanto Andrés Caicedo, las personas cambian…
Aunque por esa época el Smash no era el último trabajo de The Offspring si fue el que más impacto me causó, especialmente porque esa era la época en la que la búsqueda de una identidad que no proviniera ni de los padres ni de los maestros era una especie de imperativo. Ver esa especie de radiografía en la cual aparecía escrito a maquina en letras negras con amarillo, o eran blancas, las cinco letras de un álbum seguidas de la frase que chimba que entonábamos todos cuando el Smash comenzaba a sonar y nosotros a balbucear las letras con el incipiente ingles de colegio.
Lejos ahora los días de escuela, las caídas de skate, las borracheras de mediodía, lejos el primer amor que no fue el de toda la vida, lejos ese río Pance de narcóticas veredas y cercano ese otro de paseos de domingos y tripping tropicana. Puede decirse que maduré, que encontré una vena musical que fue muy pronto desagrada por una nena vampira que me ha hecho escuchar muchas más cosas. Encontrarme con la persona que yo era hace unos años es la mayor virtud de este disco de canciones cortas y rápidas. Ese neo punk que afortunadamente no fue mi vida.
En el 94 fue uno de los discos más vendidos de los Estados Unidos, en el 99 sirvió de banda sonora para un grupo de amigos que estaban aprendiendo a ser otros. Talvez no lo hicimos bien pero no importa, las personas cambian.
Si este disco fuera una mujer sería: sería la nena de los collares de mil colores, la que toma con vos, la de las rodillas raspadas y la sonrisa en la cara. La que no ves con otros ojos que de amiga incondicional hasta que crecés y te toca ir al optómetra. Esa nena que para todos, para mi, tiene nombre propio…
Dato para los mochileros o para quienes gusten de viajar: el río Pance es un paraíso psicotrópico, en el se dan por millares los famosos honguitos que crecen entre el estiércol de las vacas que los campesinos de la región sacan a pastar. El hongo tiene un sombrero color ocre claro que puede medir algunos centímetros de diámetro, membranas oscuras y pelitos negros en torno a su tallo. Ir al río Pance es un obligado en todos los que visitan Cali, no solo por la leyenda psicoactiva sino como punto de referencia de la ciudad, bañarse en sus aguas nos hace a todos un poquito más caleños.
Recordé que era como el año 99 y Colombia se preparaba para que iniciaran los diálogos de paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno Nacional, estudiaba en el colegio, tenía a mi primera novia seria y escuchaba The Offspring. Me acuerdo de las salidas a mitad de la mañana para la casa de uno de mis compañeros, el escuchar música y hablar de todas las estupideces de las que todos hablamos cuando tenemos 14 años. Tratar de montarse en una tabla y bajar deslizándose por las empinadas colinas del barrio San Antonio, al oeste de Cali, o ir a la loma de la cruz, donde se hacen todos los hippies de la ciudad a vender artesanías y beber vodka a escondidas, empezar a vivir una ciudad que me iba a saber de memoria con los años. El tiempo de las escapadas al río Pance y el pasarse todo el día descalzo, con los pantalones y la camisa del colegio debidamente guardados y escondidos en el fondo del maletín junto a un trabajo de química que nunca se entregó. El río Pance y esos valles llenos de hongos que dan para mil historias. Leer Rayuela de Cortázar, las Ficciones de Borges, La Ciudad y Los Perros de Vargas Llosa. Leer ¡Que Viva la Música! de Andrés Caicedo y descubrir otro mundo, más amplio, descubrirme como otro. Ahora ya no me gusta tanto Andrés Caicedo, las personas cambian…
Aunque por esa época el Smash no era el último trabajo de The Offspring si fue el que más impacto me causó, especialmente porque esa era la época en la que la búsqueda de una identidad que no proviniera ni de los padres ni de los maestros era una especie de imperativo. Ver esa especie de radiografía en la cual aparecía escrito a maquina en letras negras con amarillo, o eran blancas, las cinco letras de un álbum seguidas de la frase que chimba que entonábamos todos cuando el Smash comenzaba a sonar y nosotros a balbucear las letras con el incipiente ingles de colegio.
Lejos ahora los días de escuela, las caídas de skate, las borracheras de mediodía, lejos el primer amor que no fue el de toda la vida, lejos ese río Pance de narcóticas veredas y cercano ese otro de paseos de domingos y tripping tropicana. Puede decirse que maduré, que encontré una vena musical que fue muy pronto desagrada por una nena vampira que me ha hecho escuchar muchas más cosas. Encontrarme con la persona que yo era hace unos años es la mayor virtud de este disco de canciones cortas y rápidas. Ese neo punk que afortunadamente no fue mi vida.
En el 94 fue uno de los discos más vendidos de los Estados Unidos, en el 99 sirvió de banda sonora para un grupo de amigos que estaban aprendiendo a ser otros. Talvez no lo hicimos bien pero no importa, las personas cambian.
Si este disco fuera una mujer sería: sería la nena de los collares de mil colores, la que toma con vos, la de las rodillas raspadas y la sonrisa en la cara. La que no ves con otros ojos que de amiga incondicional hasta que crecés y te toca ir al optómetra. Esa nena que para todos, para mi, tiene nombre propio…
Dato para los mochileros o para quienes gusten de viajar: el río Pance es un paraíso psicotrópico, en el se dan por millares los famosos honguitos que crecen entre el estiércol de las vacas que los campesinos de la región sacan a pastar. El hongo tiene un sombrero color ocre claro que puede medir algunos centímetros de diámetro, membranas oscuras y pelitos negros en torno a su tallo. Ir al río Pance es un obligado en todos los que visitan Cali, no solo por la leyenda psicoactiva sino como punto de referencia de la ciudad, bañarse en sus aguas nos hace a todos un poquito más caleños.
1 comentario:
bueno, pero ahora, cual es tu tendencia musical?.
tambien recuerdo aquella epoca noventera con offspring, las ansias de patinetos. pubertad!!! es la maldita pubertad!!!
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