domingo, 15 de mayo de 2011

Decimoquinto día

Como en pocas ocasiones previas, su trabajo así lo exigía, El Caleño pasa un domingo en casa. No es un domingo como lo que él recordaba, un domingo soleado de infancia, pero algo es algo. No es un domingo como para ir a Pance con los amigos y tumbarse de frente al sol mientras el río pasa, pero tan poco es tan trágico. El Caleño, todos lo saben, prefiere siempre los días borrosos. El termino es robado a L pero sí, se aplica para los días donde parece que va a llover siempre pero las nubes no se deciden del todo. Este borroso domingo El Caleño se lo toma con calma, quizá preparándose para mañana y el día que lo espera. Un nuevo trabajo y las presiones que aquello implica. Comenzar, volver a empezar, siempre supone arrasar con las bases de lo que fue y construir los cimientos sobre el terreno carbonizado o, al menos, así debería ser. Mañana El Caleño, torpe sujeto al que le cuesta siempre empezar de cero porque es afecto al pasado y a todo tipo de sensiblerías, olvidará lo que fue y se convertirá en lo que vendrá.

martes, 10 de mayo de 2011

Decimocuarto día

Un mes después regresa, El Caleño, y espera encontrar todo igual, la casa como la dejó. Primero tiene que recordar de donde se enciende la luz, ir tanteando de a poco la pared para encontrar el interruptor que devuelva a su cuarto. Encontrar también hojas de papel y lápiz sobre el escritorio de siempre, café frío en la nevera, ese sabor indescriptible que tiene la madera con grafito y que se parece tanto a la sospecha de una idea, a la sombra de una idea aún sin contornos definidos. Contornos que definirá, tal vez, con el paso del tiempo.