domingo, 31 de enero de 2010

Un poco zombi

La distancia lastima, todos lo sabemos. Distance is a bitch. Y no sólo la distancia física que, si bien es la más evidente, no es la peor. Hace poco, hablando con MC, le decía lo nocivo que resulta a veces mi tendencia básica a alejarme, a recluirme en mí, a prescindir de todos aunque eso sólo sea un patético intento de huida. Más de lo mismo, lo sé, pero a veces hay hábitos que cuesta abandonar, por miedo a pesar de los intentos. El miedo aún cuando nos confina y reduce también es algo a lo cual aferrarse, un mecanismo de defensa, cuando se está tan solo y no creemos tener fuerza suficiente para pararnos de nuevo.

Ayer intenté escribir una carta para alguien a quien quiero con todo el corazón, y cuya consonante se ha paseado por aquí en numerosas ocasiones, pero no puede enviarla. Escribí mucho y expliqué de nuevo todos mis miedos, repetí lo estupido que he sido, lo lejano que he estado aún cuando sólo quiero estar junto a ella. El miedo de perderla tuvo exactamente ese efecto y ahora sólo quedó un vacío grande que parece no se va a llenar jamás. Vivir con miedo sólo nos causa penas, nos deja solos, nos quita esa parte de la vida que de otra manera (con un poco de valor al menos) hubiera sido la más bella. Quisiera decir que desde ahora voy a vivir sin miedo, y con la promesa de trazar una línea indeleble que separe a un mundo del otro, pero las cosas no son tan fáciles, el miedo se aferra y pelea, hace mucho que comparte este mismo espacio. Esta noche de sábado le pasé leyendo el blog de la mujer rastrillo! y descubrí, gracias a sus palabras, lo que el miedo nos quita, lo que no nos deja ver. Desearía entonces decir “desde ahora no estaré más agachado, desde ahora vivo sin miedo” pero no es sencillo, el primer paso es reconocerlo, el segundo empezar a hacer algo. Desde Gmail, y ahora sin pensármelo dos veces, doy clic sobre el botón de send, sólo entonces podría pararme.


PD: Ahora, para el final, transcribo algo que le escribí a ella hace tiempo en un mail y que pienso es más cierto ahora que nunca antes: “Escribo todo esto y me gustaría haberlo escrito a lápiz, en una hoja de cuaderno que pudiera doblar en muchos cuadritos y dejarlo después sobre la palma abierta de tu mano.”



domingo, 24 de enero de 2010

Volver

La otra vez me preguntaron de nuevo por las razones tras El Mantra. La respuesta es sencilla y no pasa completamente por el libro de Rodrigo Fresán, aunque también es clave. Como lo consigna el texto introductorio, que lo dice mal pero que en algo acierta: “Blog para los que les gusta repetir, tanto lecturas como películas como amores como decepciones como... para los que gustan de tropezar con la misma piedra pero cayendo siempre de diferentes maneras.” Todo aquí es volver, retomar, rescribir, revisitar autopistas 61. Repetir los mismos temas una y otra vez, tratar de ver claro como cuando me tiro al río con las gafas puestas. Cambiar una pena por otra y seguir sintiendo igual, amarla a ella y sentir que estoy reviviéndolo todo, girar en círculos como un perro persiguiéndose la cola sin saber si morder fuerte o no cuando por fin la atrape.

Los mantras entonces son, en su acepción RAE, frases o palabras repetidas una y otra vez para invocar a la divinidad o como apoyo en la meditación. Invocaciones a la divinidad entonces, cantos a cualquier becerro entonces, simulacros y permutaciones, el final de una canción que osciló desde el principio, una variación Goldberg para Bach, diferentes planos en una película de Kubrick y al final solo ganas de sentarse a descansar, al menos media hora.


Pd: Esta mañana hablé con N y me dijo que ayer en la noche se había ido de copas por primera vez desde que llegó a Barcelona. Salió con la hija de un compañero de su padre y algunos amigos de ésta. Me contó que se había aburrido mucho a pesar de su amabilidad y que poco a poco los irá comprendiendo, que yo en cambio hubiera disfrutado con ellos desde el principio. También me contó que durante esta semana había leído gran parte de este blog. Me dijo que a medida que leía no sabía si en realidad me conocía de verdad o no me conocía en lo absoluto. Me dijo que aquí había encontrado cosas que nunca pensó que yo iba a decir. Le dije que todo eso era yo, que en mí no hay espacio para más de una personalidad.



miércoles, 20 de enero de 2010

Tarta fría en la nevera

Hoy he hablado con N, como casi todos los días. Ya se iba a acostar, me dijo que no lo había hecho porque esperaba que yo me apareciera en el msn. Al final hablamos poco, porque el sueño y las seis horas de diferencia horaria la derrotan, pero está bien, ella está bien y me siento feliz. Esa es una de las cosas que admiro de ella, esa facilidad para adaptarse a todo lo que le sobreviene, esa manera que tiene de darle la cara al mundo sin importarle las cachetadas, todas esas certezas. Lo primero que hizo al llegar a Barcelona, me dijo el sábado, fue verse una película. Fue con su papá al cine y vieron juntos Where the wild things are, la película que hace tanto quiero ver pero que a Colombia no llega aún, y que allá las crispetas son crispetes y que cuando encendieron las luces de la sala abrazó a su papá como nunca lo había hecho antes, que más tarde habían comprado una tarta caliente y que no se la habían podido comer toda. Me dijo que mañana caminará por la ciudad sin saber hasta a donde llegará, sólo que al final de la tarde su papá la va a recoger para ir a comer juntos y que sus días van a seguir siendo un poco así hasta que se acabe este mes y empiece a trabajar en la misma empresa que su padre. Por lo pronto dice adeu.

Otra cosa, ayer DG me regaló de cumpleaños, cumplí en diciembre pero no nos habíamos visto antes, la agenda Macanudo 2010. Al principio, y para no arruinarla con mi sinuosa letra, había pensado mantenerla así, sin uso, casi en su envoltura original. Hoy escribí en ella por primera vez, anoté con lápiz los primeros compromisos y algunas fechas claves, el helado y las películas de este próximo sábado con AB. El impulso fue bueno, porque ha sido precisamente eso lo que he querido dejar de lado últimamente, esa manía coleccionista, el guardar y atesorar, que al final de cuentas también remite a esa incapacidad mía para dejar ir. Primeros pasos. Aprender, como ella ahora, a decir adeu.


domingo, 17 de enero de 2010

Automatic for the people

Escribo y posteo estoy hoy por mera costumbre, como acto de repetición casi involuntario. Fin de semana difícil que podría ser peor, porque es bien sabido que cuando creemos que estamos en el fondo siempre habrá un par metros más por descender. Después explico y, de paso, trataré de comprender esto que pasa en un post venidero, pero N, y ahora me doy cuenta, funcionaba para mí como una especie de escudo. Con ella aquí no importaban muchas cosas, las penas las hacía de lado, pero con ella lejos ahora, aunque cerca siempre por messenger, esos dolores que largamente aplacé vuelven con fuerza. Cito entonces ahora una pequeña línea de 500 days of Summer, la última película que vimos juntos, cuando una persona le dice al protagonista, refiriéndose a su vez al gran Henry Miller ídolo de todos, que la mejor forma de olvidar a una mujer era convirtiéndola en literatura. Sabio consejo, levantaré desde ahora mi lápiz

jueves, 14 de enero de 2010

Farewell and goodnight

Se va, y ya lo he dicho pero no me acostumbro a la idea. Se hace tan irreal, tan fuera de este mundo, tan fácil y automático que parece increíble. Hoy, hace pocos minutos, me despedí para siempre de N, abrazándola fuerte en su habitación, mirando de reojo unas maletas vacías junto a su cama, repitiéndonos al oído lo que nos hemos dicho siempre como pretendiendo que el tiempo no va a pasar más y que todo desde ahora va a ser ese abrazo eterno. Lo triste, lo que nos matará desde ahora sin saberlo, es que el tiempo no se va a detener y ese abrazo, ese sentir liviano en el pecho, no va a durarnos toda la vida.

Los últimos días tratamos de perdurar en nuestras memorias, repetimos gestos que conocíamos hasta la saciedad con el único fin de hacerlos vivir por siempre. Así fue como pasamos la noche de ayer viendo películas y comiendo crepes de fresa y chocolate con malteada de galletas oreo y helado de vainilla; como bailamos lento una canción de Billie Holiday pisándonos los pies apenas, casi como recordándonos a ambos que estábamos allí y que todo eso era real; como hablamos toda la noche hasta que las palabras estuvieron de más, hasta que no hubo nada más que decir. También hoy, caminar junto al río en la tarde, en la mejor hora para caminar en Cali cuando el sol está bajo y de los cerros cae la brisa que viene del mar, y saber, estar totalmente consiente por fin, que esa era la última vez que íbamos a caminar juntos por una ciudad que a veces te trata tan mal pero a la que siempre quieres volver. Mañana en la mañana no estaré en el aeropuerto cuando se marche, porque no quiero que la última imagen que tenga de ella sea la de una espalda alejándose en la impersonal asepsia de una terminal aérea, me despertaré temprano y en el mundo todo será como siempre ha sido, ningún río cambiará su curso, el viento no dejará de soplar, pero ella no va a estar. N no va a estar más.

lunes, 11 de enero de 2010

Remember remember

Regularmente me pasa, como me suceden muchas cosas, que ya sea por ausencia o distancia, olvidar se me hace automático, casi en contra de mi voluntad.

Hace poco, hablando con MC, le dije que para mí era fácil olvidar, que las cosas se me fueran desdibujando aún cuando no lo quería y que era así como personas a las que nunca imaginé lejos de mí, con las que compartí mucho, hoy no son más que desconocidos. Me preguntó entonces si la iba a olvidar, les respondí entonces que era probable. Es probable, así ella sea una de las personas a las que más quiero en este mundo, así se haya convertido para mí después de tantos años en una hermana. Otra forma de quedarse solo. El olvido en este caso, y en los demás, como algo que hay que derrotar sobreponiéndose a él, cultivando desde ahora la memoria.

Pero mientras el olvido cubre las cosas de polvo sólo queda extrañar. Recordar. Así como también se puede extrañar, añorar, algo que no se alcanzó a tener, algo que estuvo flotando en el aire frente a vos todo este tiempo y sólo ahora, cuando se enfrenta la posibilidad de perderlo, o cuando ya los has perdido irremediablemente es que llegan los golpes de pecho, las lamentaciones. Esperar al olvido, así no lo queramos. N adelantó su viaje y los últimos días los hemos pasado recordando, como tratando de estirar el poco tiempo que nos queda hasta que sea viernes y ya no quede más tiempo por delante. Nunca más verla dormir durante una película de Bergman, nunca más bailar mientras Billie Holiday canta, nunca más hablar hasta las tres y dos minutos de la madrugada, nunca más nada y seguir así. Hasta que todo sea olvido, aunque no lo queramos.



viernes, 8 de enero de 2010

Ir y volver

Todo empieza en el médico. Todo termina en el médico. Un mal necesario diría yo. Luego de unos cuantos años sin visitar sus asépticas guaridas, fui obligado por mi mamá y mi hermana a asistir a una consulta. Tengo dengue, o tenía porque ya me siento mucho mejor, y la consulta deparó, entre otras cosas, rutinarios exámenes de sangre con sus subsiguientes sueños con agujas terroríficas. El peor día fue el lunes, me perdí un viaje esperado y no puede salir de la cama. El martes me sentí mejor pero la cita médica era una obligación. Ayer y hoy las fuerzas regresaron de a poco pero no he podido dormir mucho, Ursula está insoportable. La pequeña gata ha entrado, creo, en su primer periodo de celo y siente unas irrefrenables ganas de huir por el techo. Cuidar sus intentos de evasión me ha obligado a extremar su vigilancia, estar siempre atento, aunque cuando esté esterilizada podrá viajar con el viento sin consecuencia alguna por el momento está en cuarentena.

Por ahora en mí queda el vacío que no llenó el mar, una tos ominosa que no se va ni con antibióticos, el deseo de un Lucky Strike que sea el cielo y las mismas ganas de verla, siempre.



miércoles, 6 de enero de 2010

Dos fragmentos de Océano Mar de Alessandro Baricco, página 83

Después no es que la vida vaya como tú te la imaginas. Sigue su camino. Y tú el tuyo. Y no son el mismo camino. Es así… No es que yo quisiera ser feliz, eso no. Quería… salvarme, eso es, salvarme. Pero comprendí tarde porque lado había que ir: por el lado de los deseos. Uno espera que sean otras cosas las que salven a la gente: el deber, la honestidad, ser buenos, ser justos. No, los deseos son los que nos salvan. Son lo único verdadero. Si estás con ellos, te salvarás. Pero lo comprendí demasiado tarde. Si a la vida le das tiempo, muestra extraños recovecos, inexorables: y adviertes que, llegado ese momento, no puedes desear nada sin hacerte daño. Y ahí se desbarata todo, no hay manera de escapar, cuanto más te revuelves, más se enmaraña la red; cuanto más te rebelas, más te hieres. No se puede salir. Cuando ya era demasiado tarde, yo empecé a desear. Con todas mis fuerzas. Me hice mucho daño, como tú no te puedes siquiera imaginar.

¿Sabes qué es lo más hermoso de aquí? Mira: nosotros caminamos, dejamos todas esas huellas sobre la arena, y ahí se quedan, precisas, ordenadas. Pero mañana, cuando te levantes, al mirar esta enorme playa no habrá ya nada, ni una huella, ni una señal cualquiera, nada. El mar borra por la noche. La marea esconde. Es como si no hubiera pasado nunca nadie. Es como si no hubiéramos existido nunca. Si hay un lugar en el mundo en el que puedes pensar que no eres nada, ese lugar está aquí. Ya no es tierra, todavía no es mar. No es vida falsa, no es vida verdadera. Es tiempo. Tiempo que pasa. Y basta.

martes, 5 de enero de 2010

Stop, sea ahead

Otra vez enfermo y esto ya se ha convertido en una desagradable costumbre. C me dijo que tal vez era hipocondríaco, que casi siempre que nos veíamos estaba enfermo y pues… últimamente me he enfermado al menos un día, sólo un día, por mes aunque en esta semana ya me pasó lo mismo dos veces. Será tiempo al fin de visitar a un médico, me pregunto y me respondo que para ibuprofeno estamos buenos, que eso lo puedo comprar en cualquier droguería pero los síntomas se agravan y ayer me costó mucho salir de la cama, levantarme siquiera. Más que eso me costó el mar que esperaba desde hacía mucho, me costó llamar a MC y decirle que a pesar de mi insistencia previa ya no podía ir. El viaje estaba previsto para ayer y, si todo salía según lo planeado, luego de unas seis horas de viaje en bus, lancha, tractor y a pie entre la manigua llegaría La Barra, pueblo del Valle del Cauca enclavado a pocos metros del océano Pacífico. Ya en La Barra, y como si respondiera a algún llamado sobrenatural, correría hasta el mar y me pararía al borde mismo, en su frontera, para mojarme los dedos de la mano. Después, simple espectador, me dedicaría a leer por horas frente a él. Una necesidad es ahora el mar, está en las canciones y en los libros, como ese de Baricco con posada frente a él, cada vez que cierre los ojos o respire profundo, todo olerá a mar y será mar. Continuará así por un tiempo, otra obsesión saludable.



viernes, 1 de enero de 2010

Traslación

Tras esas montañas estaba ella, le habían dicho. Tras las montañas estaba ella. Miró hacia adelante exhausto como trazando su ruta, tratando de adivinar lo que había leído y repasado tantas veces, sólo entonces se acercó a una gran roca junto al camino y descansó por primera vez. Dejó que sobre él cayera la noche sin haberse preparado aún, “dormiré hoy bajo las estrellas y mañana la veré por fin” se dijo aún sabiendo que le sería imposible conciliar el sueño. Se acostó mirando al cielo e intentó dormirse contando estrellas, imaginándola a ella allí mismo y en todas partes. Ahora la recordaba poco, hacía tanto no sabía nada de ella, sólo estaba seguro de esa sensación, un apretarse el corazón, cada vez que repetía para sí ese nombre. Nunca la había visto, únicamente contaba con imágenes vagas, descripciones que en ocasiones se contradecían. Sólo estaba seguro de dos cosas, ese nombre que recitaba entre dientes y que tras la montaña la encontraría, el resto era como un vacío. Junto al fuego, y mirando al cielo en esa fría noche, esperó el amanecer. En unas pocas horas más la vería después de atravesar un mundo, estaba seguro, tras la montaña que se elevaba frente a él estaba ella, le habían dicho. Cuando la luz del sol fue lo suficientemente fuerte como para dejar entrever el camino, el hombre apagó el fuego, tomó maleta, bastón y siguió el camino, tras las montañas, la claridad perfecta de una roma colina frente a él. Mientras ascendía se reencontró con su pasado y la multitud de hechos, en ocasiones ínfimas coincidencias, que lo habían llevado hasta allí. Ya era viejo, lo sabía, y usaba bastón para darle cierta dignidad a sus años, vividos sin mucha intensidad. Sin más pasiones que apostar la décima parte de sus ganancias mensuales en juegos de dados y viajar cada cinco años a una posada junto al mar, el hombre había pasado los últimos cincuenta años de su vida redactando minutas para la oficina de su municipalidad. En resumen, había malgastado su tiempo.

Pero allí estaba ella, la que aguardaba por él tras las montañas, ese nombre que repetía como una oración mientras escalaba ahora, creyendo que, tal vez, repetir ese nombre corto tantas veces lo haría merecedor de algún favor, que la luz que ella emitía se reflejaría por fin en él. Tras las montañas estaba ella, le habían dicho y para él eso era más que un mandato.

Colina abajo, a travesando un pequeño valle de pastos altos, se encontraba un ídolo antiguo. La pesada escultura de piedra había sido olvidada siglos atrás, uno de los pocos vestigios de las invasiones bárbaras. Los brazos de la mujer de piedra se levantaban al cielo en un mar de llamas talladas con precisión, sus cabellos caían sobre unos hombros desnudos, sus ojos de cuencas vacías miraban sin ver hacia el frente, deteniéndose en él, que leía ahora y tocaba en la piedra ese nombre corto de mujer que se repetía. Hace siglos, cuando el culto a la diosa estaba más arraigado entre las gentes de su nación, caminantes de todo el mundo conocido solían visitar al valle de pastos altos en medio de las montañas, derramando sobre la estatua más sangre que la vertida por las 11.000 vírgenes de Etzel, llamado Atila. Algo de la antigua majestuosidad se mantenía, a pesar de que las ruinas hace mucho dominaban el paisaje, algo que no se podía explicar pero se sentía en el viento que bajaba de las montañas cubiertas de nieve desde siempre. Mover la escultura implicaba infinidad de problemas, si conseguía desenterrarla y montarla luego sobre troncos aún tendría que descifrar como sacarla de ese valle rodeado de montañas. Moverla no era una opción, lo sabía de antemano, así que decidió aprenderla. Día a día, grieta tras grieta, el hombre recorrió la estatua haciéndola suya, como si cada imperfección en la maciza roca hubiese sido hecha por él. Cuando tenía hambre caminaba hasta el bosque cercano, cuando tenía sueño dormía junto a la estatua, cuando quería hablar le hablaba a ella.

Tres años habían pasado para el hombre en el momento en que decidió que conocía por completo a la escultura, tres años hasta que estuvo seguro de conocer cada rincón de la diosa. Tomó su bastón, organizó los pliegos de papel donde había dibujado los detalles más significativos e intrincados de la estatua, levantó su maleta y caminó hacía el poniente, tras las montañas. Por meses recorrió los valles extensos y las frías montañas, los idiomas se sucedieron unos tras otros hasta que al llegar al mar las gentes empezaron a hablar como él. Caminando sobre la arena, justo en el lugar donde el mar por fin acaba, súbitamente comprendió que después de cientos de años la diosa estaba viva de nuevo, a pesar de lo limitado de su tiempo. No necesitaría ya tallarla en una roca, la tendría en él. Desde ahora cerraría los ojos y ella estaría, allí por siempre. Incluso si alguien le preguntara como es ella, “¿Cómo es una diosa?” dirían, él podría responder con serenidad, tomándose todo el tiempo del mundo como degustando ese aire de mar que ahora le golpea la cara mientras camina sobre la arena, lo contaría todo y no habría necesidad de atravesar más montañas. Regalaría la imagen de su diosa a quien lo pidiera, esa sería otra forma de mantenerla viva por siempre. Repetiría su nombre por siempre.

De simulacros está hecho el mundo.

(Otro torpe intento para decir algo que he repasado varias veces. Toma uno, como siempre, esperando ahora la toma dos y la tres y la cuatro y todas las que restan, las que sean necesarias para llevar este barco a puerto. Por lo pronto me gusta la frase final, así al principio parezca estar fuera de lugar.)