domingo, 29 de abril de 2007

Chicas, Chicas (Con fotografías de Helmut Newton)

Breve y conciso hermano. Como le dijo el dermatólogo a la gallina, directo al grano. Dos tres palabras que le diga y san se acabo. La nena es fácil, gástele dos cosas, endúlcele el oído. Dígale que es la mujer más hermosa que ha visto y que desde el primer momento sintió que esos labios te iban a besar solo a vos. ¿No creés que funcione? Entonces por que ando de arrunche cada semana y usted solo se saluda con maría muñeca. Las mujeres son muy fáciles, les gustan a todas las mismas cosas aunque lo oculten, hágala creer que es especial, que es única a pesar de que sea como todas las nenas que vemos cada día. Téngase confianza sobretodo, las viejas huelen el miedo, no sé como pero esas hijuemadres pueden saber si uno les teme y hay si se le montan y no se bajan es pero nunca. De que corona hoy corona pelao sino es con la Luisa lo llevo a uno de esos metederos de Versalles, allí lo que hay es mujeres pa’escoger (chicas, chicas)
Como le dijo el dermatólogo a la gallina…
Supongo que ese es el dicho aunque hay otro, como dijo el dermatólogo… directo al grano o inclusive como dijo la gallina… directo al grano, entonces porque esa improbable e imposible reunión cutáneoaviar que toma cuerpo en ese informe refrán o muletilla al hablar. En fin caminar, eso refresca la mente, ayuda, caminar ayuda si; eso es lo que necesito, eludir la cita tratar de estar cuando no estoy, ausentarme. Directo al grano y dar vueltas evitarla, huirle al momento, no querer verla, imposible si nos quedamos de ver, imposible si la voy a tener en frente, imposible porque justo ahora volteo a la esquina y veo la cerca que delimita su jardín, imposible porque su perrito como de peluche adorablemente horrible juguetea entre mis piernas. Podría quedarme en mí por siempre, dilatando el encuentro como una gallina que juguetea con su comida, como un dermatólogo con mala praxis. Recluirme en mí, olvidar el grano, darle de puntapiés al perro que ahora chilla y la puerta que se abre una cara conocida un saludo como está, Luisa se encuentra, si muy amable. No. Yo la espero acá. Muy amable. Si. No. No creo. Claro, si quiere la ayudo a buscar al perro. Bueno. Hasta luego. De espaldas a la puerta y esperar que no vaya a salir pero ahora siento en mi cuello sus dedos delgados que juegan y una voz suave que pronuncia mi nombre. Puto grano, pienso.
Endúlcele el oído
Échele miel, úntele algodón de azúcar. Dígale cosas bonitas, despacio, suave. Que oiga la mitad, que la otra mitad se la imagine con los ojos cerrados. Llevo mucho tiempo hablando, le he dicho todo lo que sé. Mientras hablo no puedo dejar de mirar al vacío, es como si le hablara a él y me siento estúpido, como si estuviera malgastando mis palabras e igual no puedo evitar sentirme como si todo esto no fuera más que un sueño o una de esas interminables tardes de juventud, frente a un espejo, donde repetía lo que ahora le digo al vacío al reflejo de ese que era yo.

Las mujeres son muy fáciles
Se nota que no las conoces, te llevan por donde quieren y por donde quieran tu vas. Por eso el canto de las sirenas y el estrellarse feliz contra las rocas o las musas que guiaban a los hombres por los caminos de las artes. Para las mujeres es fácil hacer su parecer haciéndonos creer que somos nosotros quienes en realidad gobernamos nuestros destinos. Si existiese un Dios en el cielo de seguro sería mujer. Fáciles, claro…
Téngase confianza
Fácil de decir, difícil de hacer. Cómo tener confianza si sé que es otro el que en estos momentos le habla al oído; que no soy yo quien usa mis palabras mientras le sostengo el cuello entre mis manos. Es otro, no soy yo el que la besa con mis labios, el que aparenta tener confianza mientras yo me hago a un lado. Es otro el que hace lo que ella quiere mientras yo, el cobarde, me oculto detrás de cualquier excusa para dejarla ir conmigo mismo. Mientras huyo a un lugar donde ni ella ni ninguna otra mujer, incluso ese Dios en el cielo que debe tener senos talla 36d, no me pueda tocar con la inocencia de una mirada. Refugiarme donde hayan ojos vacíos, vacuos en brazos de mujer sin ojos. En sirenas mudas, en musas museo. (Is Unza Unza time)




(Chicas, chicas)
La noche pasó rápido, nos quedamos tomados de las manos y me deje llevar por ella, mi musa sirena, siendo otro, estando vacío de mi mismo, unas especie de John Malkovich tercer mundista y menos calvo. La dejo ir seguro de cumplir su voluntad de niña pura y virgen, seguro de que en la primera cita lo más cerca que podría haber estado de ella fueron los besos que le di cuando no era.
Ahora me encuentro con Carlos que me dice que no tengo remedio, No tienes remedio, que no sea pendejo y que si él hubiera sido yo se la hubiera follado hace rato, si yo fuera vos desde hace rato me la hubiera follado, y yo solo pienso que es imposible llevarles la contraria cuando te miran con los ojos llenos de lo que todo lo que son ellas, cuando cada una te mira como si fuese una única diosa.
Ahora estamos en Versalles y Carlos me obliga a que escoja a una de las putas, dice que no me preocupe por el precio o por la edad, que él se encarga de todo. Miro a las mujeres, son alrededor de veinte y ya se ven cansadas, como si sobre ellas hubiera pasado todo una flota de marinos. Hay de todas clases negras, rubias, flacas y altas otras que hasta se parecen extraordinariamente a un hombre y una que se parece a Luisa. Debería escogerla, escoger la que se parece a Luisa. Sería fácil, sería demasiado fácil, como si lo hiciera con ella y no la hubiera dejado ir. Busco en sus ojos y son iguales a los suyos. Repito, sería muy fácil. Miro al otro rincón y veo a la mujer más espantosa que haya visto jamás, nos es fea físicamente pero parece que su cuerpo ha albergado a más hombres que al Pascual Guerrero, en sus ojos no hay nada, son como un par de espejos que reflejan justo lo que quiero ver. No hay temor, sé que una mujer como esta ya no tiene voluntad, que es solo un recipiente y para mi eso es perfecto, no le huiré, me dejare arrastrar entre sus piernas por su canto sin notas. Ahora me tiro sobre la puta y es como tener en mi boca los senos talla 36d de Dios, como estarme amamantando del principio de un mundo, ahora no tengo miedo, ahora soy yo mismo, is Unza Unza time.


lunes, 9 de abril de 2007

¡Ey amigo, una patadita!

No es que importe, no. Pasó rozando el poste y casi ni me moví. Que dirán los otros. Si me preguntan de pronto decir que la saqué con la mirada. Ahora voltear, buscar la pelota que resbala la calle. Pedir el balón al señor que pasa. Si, es mío, lo tengo. Ahora que salgan jugando. Mis compañeros están bien distribuidos en el campo que a veces parece un matorral o un potrero por la falta de mantenimiento, solo el centro del terreno y las áreas de los arqueros permanecen sin pasto. Once contra once sin nadie en la banca. Juguemos, les grito. Ellos me escuchan y corren para recibir el pase que hago con las manos. Tenemos diez años, todo un partido por delante y el arquero tiene que gritar, tiene que ordenar a sus compañeros en la cancha.

La culpa (y los goles en contra)
El arquero es el único al que le queda tiempo. Usualmente se juega enredado en el medio de la cancha y son dos o tres llegadas al arco por cada periodo. Mientras tanto el arquero piensa. Tiene tiempo de sobra para pensar cuando comete un error, cuando salta por el balón y este le es esquivo a él y no al contrario. La culpa entonces siempre tiende a ser siempre un poco del arquero. Si tus marcadores no salen al encuentro de los delanteros rivales, entonces es culpa tuya por que no sabés ordenar la defensa. Si en un centro te cabecean es de nuevo tu culpa por que tenías que salir a cortar el centro, a vos no te pueden cabecear en el área, que pensás, que te creés, ¿Qué alguien le puede ganar en salto a un arquero? No seas tan marica, si un arquero tiene toda la extensión de sus brazos. Entonces si me hacen un gol de cabeza es mi culpa. Si a un volante diez, de esos que están para dar pases, le entra el bicho del talento y empieza a dejar contrarios regados (a lo Pelé diría mi papá, a lo Ronaldinho diría yo) entonces quien soy para evitar la alegría del rival. Si me deja sembrado en el piso y sale corriendo a la bandera a celebrar ese gol que, de pronto, es el gol de su vida, el que le narrará a sus nietos cuando este viejo, el de todas nuestras vidas por que, en cierto sentido, también los demás participamos de el. Muy fácil hubiera sido tocarle un poco el talón, por detrás, cuando se encaminaba a definir metiéndose prácticamente bajo los tres palos que se supone que debo custodiar. Pero desde donde estaba todo se veía tan bello, él corriendo como si su vida dependiera de ello y de pronto la súbita alegría de saber que marcó y entonces bailar, como los grandes jugadores hacen en televisión, una samba al lado del banderín del tiro de esquina.
Y entonces, sí, es culpa mía.

Las manos (para hacer cachos)
Vos sos el único que puede usar sus manos. Bueno, tal ves limitado por la demarcación del área grande pero igual, tenés toda toda toda la libertad de ir por tu área tomando el balón con las manos, mostrándole a los demás miembros de tu equipo que vos sos grande, que podés hacer más que ellos. Además de los pies podés usar tus manos. Que, en cierta manera, esa ventaja que te da el reglamento es una forma que tiene la vida de compensar que seas único en el juego. Los otros jugadores usan sus manos para empujar, para golpear, para cobrar saques de banda. Insultan con ellas a la tribuna haciendo toda clase de gestos, molestan al rival tocándolos donde solo una mujer podría hacerlo.
Las manos para destruir lo que la imposibilidad de un pie, una pierna diestra puede hacer. La mano para cortar la parábola imposible y el giro del balón. Manos para deshacer, para malograr. El arquero es el más elemento más odiado después, claro está, del arbitro. El arquero y la obligación de destruir jugadas de gol, además juega con ventaja. Da asco pensarlo, ¿cierto?

Las piernas (mejor las de las damas)
Casualmente es la parte que el arquero que menos se usa. La mayoría de los arqueros no usan las piernas, inclusive algunos les piden a sus defensas que saquen por ellos o sacan largo con las manos. Otros, los mejores, te sacan un penalti con la punta del guayo y cuando les amagan, igual estiran las piernas por si acaso. A mi las piernas no me sirven de mucho. Para montarme al bus si acaso.


Un penalti (a favor y en contra)
Atajar un penalti es la consagración en este oficio. Mirar al cobrador directo a los ojos. Adivinar el gesto que le viene de adentro justo antes que se de cuenta. Volar, literalmente, taparlo, que resuenen tus guantes. Tap, el sonido sordo y seco de un balón tocando tus guantes y después al suelo mientras la mirada de todos lo sigue, mientras vos te paras desubicado y un contrario remata para convertir el gol que no había sido.

Una final (perdida)
Lagrimas en los ojos y la frustración de lo que pudo ser y no es. Saberse venir de un equipo humilde que nunca más va a poder repetir la hazaña. Ver correr al equipo contrario para abrazar a ese delantero torpe y goleador que marcó al último minuto cuando vos fuiste incapaz de rechazar ese balón que bailaba en el centro del área. Tiempo es lo que queda después, para pensar, para la culpa, para lamentarse…

Otra final (ganada)
Tapar otro penalti, al mismo delantero torpe y goleador. Esta vez en el último minuto, en el partido de vuelta, empatando uno a uno de visitante cuando en casa habían empatado a cero. Se juega a la europea y el gol de visitante vale doble. Quedarse con el balón entre las manos, encajonado entre ellas y tu pecho donde podés sentir el palpitar de la pelota, ¿o es tu propio corazón?, hasta que el arbitro levanta los brazos y pita. Después el bullicio. Tiempo es lo que queda después, para pensar, para poder ser el héroe, para esa efímera alegría…

Los goles (de último minuto) Una maldición, y más si son en una final contra tu equipo. En caso contrario, si es tu equipo el que marca, la satisfacción de ver desmoronarse al rival.

Del fútbol en general (y las multimedia)
Lo que hace Ronaldinho a veces se ve tan fácil, apenas rozar el balón con cualquier parte del cuerpo en medio de su dominio extraordinario. Darle pausa al video, rewind, fast forward. Stop. De nuevo verlo hacer maravillas. Verlo golpear al poste cuatro veces seguidas para un comercial de la Niké. Estar completamente conciente del embuste tecnológico, pero que más da. Ver también a Thierry Henry, el francés del Arsenal, y todas esas gambetas que son de no creer. Verlos jugar a Messi, a Kaká, a Lenon, a Joaquín, a Villa, a Schweisteiger, a Vervatov, a Totti, a Denilson a Robinho, por Dios, a Robinho! Y que hablar de los que me cuenta mi papá, de Pelé, de Maradona, de Platini, de esos jugadores que encantaban con la pelota. Felicidad es lo único que sobra. Las maniobras increíbles en el campo. Goles desde cuarenta metros que fulminan al arquero, que me fulminan a mí. Los suaves cobros de tiro libre que se esconden tras la barrera y donde solo te das cuenta del gol por que el árbitro corre hasta el centro de la cancha.
Los goles, la maravilla de siglo veinte y las cadenas de televisión por cable. Fox Sports, Espn y el fútbol del mundo. En China, Japón y, en general, en el resto de oriente lo han entendido. En esta época el fútbol es de los mass media y los jugadores se han trasformado de humildes obreros de barrio bajo a magnates que ostentan el dinero ganado en alguna liga petrolera y emergente del medio oriente. David Beckham firma un contrato multimillonario para el Galaxi de Los Ángeles y se muda a Hollywood convirtiendo la mudanza en un reality.
Los grandes jugadores en las grandes campañas publicitarias donde compiten con otros jugadores igual de buenos, igual de talentosos, en canchas imposibles tratando de evitar alguna ilógica situación que se produciría en el hipotético caso de no marcar un gol. Así entonces seguirles el juego, coleccionar camisetas, guayos de colores, caramelos de Panini y ver los goles en Fox sports noticias.

Del fútbol en general (y este chico en especifico)
Jugamos hasta que cae el sol. Ya no nos acordamos de cuantos goles se han anotado o quien va ganando. Nadie se rinde, todos corren detrás de un balón cada vez más desinflado. “¡El que meta el gol gana!” grita alguien a quien no le hace gracia jugar hasta que salga de nuevo el sol y es como volver a empezar. Todos tenemos las mismas ganas de ganar que al inicio y, a pesar de lo que todos estemos pensando, de seguro podríamos seguir hasta el amanecer. El partido se fricciona en el medio, se cobra por tercera vez en el mismo lugar un lateral a favor de mi equipo. Miguel, el que juega en las divisiones menores del América, logra empalmar un remate que pega primero en un defensa y descontrola al portero rival. Con todo el dramatismo que puede proporcionar la luz de las seis de la tarde, con las sombras alargadas proyectándose en nuestros rostros que de repente ya no son tan niños, la pelota traspasa la línea y gritamos, no solo por el gol sino por la impensada libertad de podernos ir para nuestras casas.